La pequeña ciudad era de piedra. Piedra pura. Siglos de piedra. La piedra, noble, terca, la ocupaba. La ciudad meta. Peregrinos. La ciudad neta. Azul y piedra. La ciudad veta. Alma y piedra. Piedra…
Estamos dentro de una de las innumerables iglesias. Ella y yo. Solos. Quizá dios. Dentro de una de las iglesias vivas. Todo es viva piedra. Piedra quieta. Imparable. Y eterna. Piedra habladora. Discreta. Rumor de piedra. Hay mucha luz. Solos yo y ella. Dios, quizá. El retablo, un delirio de madera. Un delirio barroco de madera. El retablo piruetea. Juega. La madera, todo oro, como si fuera de piedra, solamente forma retorcida. Exceso. Belleza. Un exceso de belleza. Barroca. Alerta.
Ella y yo cruzamos al trasaltar. Estamos solos en el ábside. Quizá, también, dios. Todo es piedra. Y oro. Y madera. Hay mucha luz. Barroca, la luz, asimismo. A sí misma. De repente, un rayo. Desde una vidriera. Potente. Finísimo. Me elige. Me quema. Abrasado, lo contengo. Abro la boca. Estoy comiendo luz.
Doy un paso. Me apeo. Del rayo me apeo. La boca ardiendo. Solos ella y yo. La beso. Quizá, dios.