El sociólogo californiano Mike Davis, nacido en 1946, es bien conocido en los medios alternativos como autor de algunos de los trabajos más incisivos y brillantes que ponen en evidencia los efectos desastrosos que han tenido las políticas económicas neoliberales sobre el entorno urbano. En Planeta de ciudades miseria (Foca, 2007; trad. de José María Amoroto Salido), publicado inicialmente como Planet of slums (Verso, 2006), nos presenta un estudio demoledor de un proceso que se está produciendo justo en estos momentos, como es la degradación progresiva e imparable de la vida en las ciudades como consecuencia en gran parte de las políticas establecidas por agentes económicos internacionales como el FMI o el Banco Mundial. Una parte de la información aportada en el libro procede de otro publicado en 2003 por el Programa de Asentamientos Urbanos de Naciones Unidas (UN-habitat), The challenge of slums, obra de más de un centenar de investigadores que integra diversos tipos de fuentes, incluyendo la descripción de casos concretos en todo el mundo. Este estudio puede considerarse la primera auditoría fiable de la pobreza humana a escala global. Afortunadamente, el informe completo está disponible en la web y puede ser descargado de forma gratuita (http://www.unhabitat.org/pmss/listItemDetails.aspx?publicationID=1156).
Planeta de ciudades miseria arranca con el análisis de un gráfico que nos pone inmediatamente en situación. En él vemos como mientras la población rural mundial y la población urbana de los países desarrollados tienden a estabilizarse en estos comienzos del siglo XXI, se produce al mismo tiempo un crecimiento explosivo de la población urbana en los países menos desarrollados. Este proceso es descrito en detalle y se nos muestra como no se relaciona con la industrialización sino que es una simple “huida” de un campo pauperizado, con causas entre las que pueden contarse la mecanización de la agricultura en India y Java, las importaciones de alimentos en México, Haití y Kenia, la guerra civil y la sequía en África y, en general, la concentración de pequeñas parcelas en grandes propiedades, junto a la competencia de la agroindustria a gran escala. El veloz crecimiento urbano en un contexto de ajuste estructural, devaluación de la moneda y recorte del gasto público, ha resultado una receta infalible para la producción en masa de áreas urbanas hiperdegradadas. De esta forma, las ciudades del futuro se alejan hoy del cristal y el acero con que las soñaron los urbanistas utópicos y muestran más bien un retorno a la paja, el ladrillo sin cocer y la madera de los primeros asentamientos urbanos.
El libro recorre todos los escenarios y tipologías del horror. Los planes de ajuste estructural originan a partir de los años 80 un aumento de las desigualdades y un incremento de la pobreza en el interior de las ciudades que van seguidos de políticas de expulsión hacia áreas marginales. En ellas, los habitantes más desposeídos de la ciudad se unen con los que emigran del campo para sobrevivir en una economía informal que significa miseria y explotación. Los suburbios degradados no sólo crecen abandonados de cualquier ayuda estatal, sino que en muchos casos resultan prósperos negocios para oligarquías especializadas en parasitar la desgracia ajena. Las condiciones insalubres y los riesgos ante terremotos o riadas y por contaminación en estos barrios son espeluznantes. Davis domina un estilo incisivo que aporta información abundante y rigurosa sin que esto afecte al interés del relato, sino todo lo contrario. Es precisamente con esta demoledora acumulación de datos como consigue que finalmente se dibuje ante el lector la realidad atroz que los medios de desinformación del sistema apenas nos dejan entrever, un escenario de apocalipsis que resulta el mayor desafío para la especie humana en estos momentos.
De toda la información aportada, Davis concluye que el proceso de globalización neoliberal al que estamos asistiendo tiene rasgos comparables al evento catastrófico que entre 1870 y 1900 dio forma al tercer mundo, con la incorporación forzosa al mercado de las economías de subsistencia de amplias zonas de Asia, África y Sudamérica. Esta convulsión supuso la hambruna para millones de personas y el desplazamiento de sus áreas tradicionales para decenas de millones, y determinó que el siglo XX no fuera el siglo de las revoluciones urbanas que habían imaginado los marxistas clásicos, sino una época de levantamientos rurales y guerras de liberación apoyadas por el campesinado. De la misma forma, a finales del siglo XX, las políticas de ajuste estructural han supuesto una reorganización fundamental de las expectativas de futuro humanas, pues las ciudades en vez de focos de prosperidad se han convertido en vertederos para un excedente de población empleada en trabajo informal y que sobrevive al borde de la miseria. Según se analiza en el libro, esta situación genera por el momento una desconcertante variedad de respuestas defensivas, que abarcan desde sectas proféticas hasta milicias étnicas, bandas callejeras, movimientos islámicos integristas o grupos revolucionarios.
Estamos ante un libro imprescindible para saber en qué mundo vivimos, un libro que dibuja con rigor una imagen apenas compatible con la que nos proponen los mass media al servicio del pensamiento dominante. Nos aguarda en él un paisaje de espanto que es preciso conocer porque nosotros, habitantes satisfechos de las “democracias” occidentales, alimentamos cada día al monstruo con nuestra ceguera y nuestra estupidez, cómplices necesarios de los poderes criminales que asuelan el globo. Este es un libro para contemplar el horror y ver el papel que en él jugamos todos.