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ISSN 1989-4163

NUMERO 29 - ENERO 2012

Donde Viven los Libros

Care Santos

Título: Donde se guardan los libros. Autor: Jesús Marchamalo. Siruela-Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Madrid, 2011. 222 pp. 18,95 €

Los lectores estamos condenados a ser bibliotecarios de nuestros propios libros, a tomar decisiones enojosas (cómo ordenar, qué descartar, qué tener cerca y qué lejos) o a sufrir el mal del espacio (por culpa de la biblioteca, que lo va invadiendo todo, como una planta trepadora, hasta que termina por ahogarte). Algunos lectores, además, cometen el pecado de la bibliofilia. Los hay desenfrenados. Otros, más prudentes, casi tímidos. Hay bibliotecas heredadas y bibliotecas perseguidas, bibliotecas que crecen junto a otras que se aligeran y también hay bibliotecas perdidas —aunque éstas fueron objeto de un libro anterior: Las bibliotecas perdidas, Renacimiento, 2008— y lo mejor es que todas ellas, así como todos sus tenedores están, a su vez, en  lo último de Jesús Marchamalo.

De dice Luis Mateo Díez —en el prólogo de Tocar los libros (Fórcola, 2010)— que su apariencia sosegada y bondadosa esconde una obsesión. Y dice también que jamás le ha visto sin uno o varios libros encima, ni falto de entusiasmo hacia ellos. El poeta Antonio Gamoneda le llamó  "inspector de bibliotecas". No andaba errado. El germen —periodístico— de este nuevo libro existió primero en una serie de reportajes que Marchamalo publicó en el diario ABC. En ellos se propuso hurgar en las bibliotecas de un puñado de conocidos escritores para, con esa excusa, terminar revelando algunos de los secretos de sus propietarios. Ya lo dijo Marguerite Yourcenar: el mejor modo de conocer a alguien es ver sus libros.

Así que Marchamalo se dedicó durante unos cuantos meses a ver los libros de Fernando Savater, Arturo Pérez-Reverte, Enrique Vila-Matas, Luis Alberto de Cuenca, Luis Landero, Mario Vargas Llosa, Javier Marías, Carmen Posadas o Luis Mateo Díez, entre otros. De todos ellos ha dado buena cuenta en los distintos textos que componen este volumen, que repasa, sobre todo, el modo de amar los libros de cada uno de sus protagonistas. Mario Vargas Llosa, por ejemplo, se compra una primera edición jugosa con cada anticipo que recibe por alguna de sus novelas. Historia de Mayta le dejó una primera edición de Madame Bovary (1857) y El Paraíso en la otra esquina, una de Los Miserables de Victor Hugo. Su biblioteca de 25.000 libros está repartida en tres casas de tres ciudades y dos continentes: Lima, Londres y Madrid.

Pero para bibliófilo irredento Luis Alberto de Cuenca, quien ha acabado por huir del piso que habita —ya en soledad— su extensísima biblioteca. Luis Alberto, junto con Andrés Trapiello, acaso sean los mayores perseguidores de libros de todos los autores entrevistados y, por tanto, también los tenedores de bibliotecas más apetecibles. Todo lo contratio le ocurre a Juan Manuel de Prada quien sólo parece perseguir libros por necesidad y que confiesa, sin ningún embarazo su aprensión hacia el papel viejo de los libros antiguos. 

En cuestiones de orden no hay criterio que valga: cada uno sigue su capricho. Por orden alfabético, por editoriales, por tamaños, por querencia o incluso por orden de nacimiento de los autores, como Javier Marías, cuya biblioteca, al parecer, presenta un aspecto pulcro, admirable. También hay muchos limbos librescos: hay desvanes embarazados de cajas de libros que ya no gustan, estanterías junto a la entrada donde las visitas pueden llevarse lo que gusten o incluso sótanos que recuerdan al purgatorio, y de los que casi ningún ejemplar consigue volver a salir. También hay mucho desorden, mucho caos, grandes pilas de libros que aún no encuentran su sitio y personas felices en compañía de todo ello.

Es un libro magnífico, cargado de anécdotas, de pequeñas excentricidades y de amor a la letra impresa,  que se lee con la amenidad de anteriores trabajos del autor y que destila pasión, lo mismo que aquéllos. Pasión, hay que decirlo, en el sentido etimológico, pariente de la enfermedad. Y en ese sentido cabe advertir que la lectura de este Donde viven los libros puede producir efectos secundarios: desde ganas de ordenar la biblioteca o de desordenarla a la compra compulsiva de cualquier tipo de libros, incluidos los de anticuario más caros o —aún peor— ganas de entrar a hurtadillas en casa de algunos escritores, en busca del tesoro libresco. Un deseo que los bibliófilos seguro que comprenderán.

 

Donde se guardan los libros

 

 

 

 

 

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