Suele decirse que la forma más enfática y más evidente de poner de manifiesto una palabra es no usarla nunca. Y ésa parece ser una de las luces que orienta la prosa de Viktor Shklovski en su obra Zoo o Cartas de no amor, que nos ofrece la editorial barcelonesa Ático de los Libros gracias a la traducción de Yulia Dobrovolskaya y José María Muñoz Rovira. Enamorado de la escritora Elsa Triolet (que fue pareja de Maiakovski, estuvo casada con Louis Aragon, luchó contra los nazis en la Resistencia francesa y obtuvo el premio Goncourt), Shklovski se obstinaba en escribirle cartas; pero ella, no menos obstinada, le prohibió que en ellas le hablase de amor. El resultado son ciento sesenta páginas donde el escritor habla del exilio, de la revolución rusa, de las costumbres berlinesas, de moda (a Viktor no le gustan los pantalones con raya), de la chocante historia de amor entre el japonés Taratsuki y la rusa Masha, del motor del coche Hispano-Suiza, de las locuras de don Quijote, de las bellezas de Haití, de las casas prefabricadas o de las pipas, generando en los lectores una sensación chocante de vademécum o de desván que, no obstante, tiene su sentido: no hablando de amor, Shklovski habla constantemente de amor, porque le deja bien claro a Elsa (llamada Alia en este libro) que cualquier cosa que mire la está mirando para ella, que cualquier cosa que describa la está describiendo para ella. Imposible no pensar en novelas como Mrs. Caldwell habla con su hijo, del gallego Camilo José Cela, que indaga en los mismos procedimientos psicológicos y literarios. En realidad, más que un libro de declaraciones, éste es un libro de gravitaciones: Elsa/Alia está aleteando en cada adjetivo que Shklovski maneja, en cada sustantivo que incorpora a la página, en cada verbo que despliega. Añádanse a estos primores la aparición comentada de algunos personajes célebres de su tiempo (Boris Pasternak, Marina Tsvetaieva, Marc Chagall, Roman Jakobson), algunos aforismos que hubieran hecho las delicias de Ramón Gómez de la Serna («En una tienda, las mujeres flirtean con la ropa», p.73) y bastantes frases para la reflexión («Todas las palabras hermosas están exhaustas», p.11; «Nos comportamos como locos en este mundo, para ser libres», p.53; «Sin palabras uno jamás llega al fondo de las cosas», p.87; «Si un coche no pesa, tampoco se mueve. Es el peso lo que permite a sus ruedas agarrarse al asfalto», p.131; etc.), y pronto nos daremos cuenta de que tenemos entre las manos un volumen bien singular y bien digno de lectura. Los editores de Ático de los Libros han acertado plenamente con la elección de esta obra para los lectores españoles.