El insomnio madura.
Cae sobre la cabeza,
se abre como una fruta dulce
como una noche untosa.
El insomnio se dibuja de ruidos y de golpes
monta guardias metálicas
cierra compuertas en canales abiertos.
Luego se calma
se aniña
se prende en una luz de tono fresco.
Hay un amago de deseo
un pálpito sexual sin apegos, sin fuerza
un decir aquí estoy, baja las manos, acaricia, un decir.
Abro la boca para comer una porción de aire,
no he perdido la calma
-quizás un rato sólo, el tiempo justo para una lagrimita consentida-.
Muy cerca del pezón dormido
la huella de la mano ha hecho hueco.
Tiene la forma sumisa de los dedos posados,
ya no hace falta buscar nada,
han salido a la piel los caminos cruzados de las venas
se pueden observar a simple vista, como un itinerario sin destino.
El insomnio asoma medio cuerpo a la mañana
y no acusa el vértigo,
no tiene frío,
las puntas de su falda tiemblan ligeramente
a punto de saltar la barandilla.