Navidad. La mejor época del año. Tiempo de ser mejor persona. De fiestas de gala y de despedirse del año por todo lo alto. Y de ser los que deberíamos ser. A estas alturas, las prendas “de navidad” empiezan a llegar a las tiendas, y la edición especial y mejorada de nosotros mismos también aparece. Compramos obsequios, vamos a fiestas, nos reencontramos con los seres queridos y, bueno, todo el mundo espera el día de los regalos para descubrir que el mejor de ellos siempre viene en la caja más pequeña. Aunque, un poco antes de eso, hay que acostarse tarde y besar a alguien a la medianoche. Quizás con un Lanvin diseñado por Alber Elbaz para H&M o, quizás, con un vestido largo que nos convierta, aunque sea por una noche, en príncipes y princesas.
La historia del vestido de gala se remonta a tiempos tan lejanos como la propia historia de la humanidad. Una fiesta requiere una vestimenta diferente a la de ordinario. En realidad, hasta que Chanel no llega al panorama de la moda del siglo XX, la ropa de diario era para las personas pobres: gris, de colores apagados, cómoda, de trabajo y nada glamorosa. Y las ricas llevaban un traje de gala perpetuo que, en fiestas, se ampliaba: más joyas, más metros de tela, lentejuelas, bordados, encajes y más escote, pero, en realidad, todo igual que de a diario. Al fin y al cabo, las fiestas no eran más que la culminación de una existencia de por sí ya ociosa.
Pero con Chanel, la ropa de lujo -inventa el sport y el auténtico lujo- se convierte en prendas para la Alta Sociedad y para muchas más personas. Naturalmente, el acceso a la alta moda seguía reservado a la clase más adinerada, pero los grandes almacenes van iniciándose en la copia, que permite llegar a más mujeres a la moda.
Son los años del avantgarde, de la vanguardia japonesa y de los impresionistas. Y con ello, un nuevo estilo: la mujer sin corsé lleva trajes que empiezan a mostrar su cuerpo. Fortuny y Madame Gres crean sus diseños partiendo de la cultura clásica, que ven como la gran antecesora. Al mismo tiempo, conviven aún con Worth y sus hijos, que siguen proponiendo un estilo algo más antiguo: el del polisón y el miriñaque, la silueta eduardiana y un físico largo, recto y severo.
Incluso en Lanvin, madame Jeanne Lanvin crea vestidos únicos para el momento. Su robe de style triunfa de tal manera que acapara todas las portadas de Vogue y define buena parte de los inicios del siglo XX. Introduce los colores brillantes para la noche y el corte es una audacia: no se sabe muy bien qué pasa con el corsé, pero el juego de volúmenes es maravillosamente delicioso. Las mujeres elegantes lucen Lanvin en esos años.
Pero no falta mucho para que Poiret destierre todo eso. El corsé desaparece, las mujeres se convierten en mariposas japonesas y andan a pasitos muy pequeños porque la falda del francés que ama las 1001 noches no las deja caminar. Mientras, Madame Gres plisa sus vestidos, pliega la tela como la de las viejas estatuas griegas y en París todo el mundo habla de los rusos que llegan exiliados tras la salida del país de la Gran Guerra y el triunfo de la Revolución Bolchevique.
Chanel está con el Gran Duque Dimitri y su casa se vuelve rusa. La Gran Duquesa María borda en el taller y aparecen las pieles sobre los vestidos de noche. Ya no hay duda de que Coco Chanel es la gran dama de la moda del siglo XX, su talento se empieza a ver este momento: vestidos largos, blancos y negros. Es especialmente conocida por su vestidito negro, ese que se lleva con el perfume sintético que ella ha creado, el Nº5, y que es el uniforme de la mujer moderna. Un Ford firmado Chanel -como lo llaman en Vogue- está cambiando el mundo; de repente, todo es negro. Incluso en los atuendos de las bailarinas del Folies Bergère, donde Josephine Baker brilla con su falda de plátanos.
En cuanto llega 1929 y la bolsa se desploma ese jueves negro dando lugar a la Gran Depresión, todo se tiñe de blanco. El cine y la moda van parejos de la mano de los grandes estudios, que crean sus estrellas más bellas. Incluso Chanel hace una pequeña incursión en Hollywood. Luego llega el vestido Letty Lynton y, principalmente, el auge de las variantes baratas y las copias de los trajes de las grandes estrellas.
Elsa Schiaparelli hizo su aparición en los años 30 de la mano de los surrealistas. Les decía a las mujeres que, para la vida diaria y para las situaciones extraordinarias, lo mejor era el surrealismo. Si bien se inicia trabajando con Poiret, continúa siendo amiga de Dalí y de Cocteau. Propone a las mujeres que lleven zapatos de sombreros, vestidos de langosta con mahonesa y guantes con notas de música. Vestidos de noche de muchos colores e, incluso, en tejidos sintéticos. Schiap crea vestidos de nylon, de goma, de caucho, de punto... y Chanel la odia. Claro.
En los años 40, cuando la II Guerra Mundial se va tejiendo, Chanel cierra su casa de modas y apenas quedan Balenciaga y cuatro modistos más que le plantan cara a Hitler para que no se lleve la Costura a Alemania. El problema es que Francia tiene los brazos en alto y hay racionamiento para los civiles. Apenas si hay seda, porque se usa para los paracaídas. Las medias están racionadas. Las mujeres se pintan los labios con vino y lucen el pelo de Veronica Lake, el peak a boo, el corte que se pone de moda a juego con vestidos que les devuelven a la femineidad. El pecho, la cadera y la cintura se marcan para despertar de nuevo en los hombres el ansia por la mujer femenina.
El culmen llegará tras la II Guerra Mundial, cuando en 1947 Christian Dior muestre en febrero a todos los periodistas de moda su New Look, una forma de vestir que piensa en las mujeres como flores, que originalmente se llamaba Corola y que luego, finalmente, fue llevada a cabo por un normando que deseaba la vuelta a la femineidad, al corsé y a las caderas fértiles. Cuando Chanel lo oye, casi no se lo puede creer.
En los 50, las mujeres se convierten en las amas de casa perfectas, algo desquiciadas quizás, pero en medio de la bonanza económica de los ganadores de la contienda durante la Guerra Fría, en USA se vive una explosión de riqueza. La mujer se convierte en una rubia con estilo, que se refleja en Marilyn Monroe y en Jackie Kennedy. Grace Kelly y Audrey Hepburn contemplan el plantel de estrellas con el que soñar y son precisamente sus estilos los que triunfan hasta los años 60.
Givenchy para Audrey, Oleg Cassini para Jackie, Marilyn enterrada con su Pucci verde agua como toda la Alta Sociedad ociosa y Grace Kelly vestida de Edith Head, de Adrian, de Pucci, de Givenchy y de Chanel. Las mujeres desean parecerse a ellas. Aunque los jóvenes se mantienen un poco al margen: si en los años 20 eran las flappers que Lanvin creaba, ahora el movimiento hippie ve todo eso un poco mal. Como mucho, toleran los vestidos de Rabanne, el Swinging London de Twiggy con la minifalda de Mary Quant y el corte de cinco puntas y nada más. A finales de los 70 apareció Halston, todo el mundo trataba de ser el mejor y Capote, Andy Warhol y Bianca Jagger se disputaban con YSL el título del más escandaloso: Saint Laurent creó blusas transparentes que dejaban al aire el pecho de la mujer y adaptó para ellas el smoking. Una vuelta de tuerca.
Cuando llegaron los 80 y los yuppies, Armani creó una mujer oficinista. La versión femenina del tiburón de los negocios. Y Versace creó a sus valkirias con Claudia Schiffer hecha una sirena, Naomi Campbell convertida en una amazona vestida de rosa, Cindy Crawford envuelta en dorado, Christy Turlington en imperdibles y teñida de rubio y Linda Evangelista entronada como reina con un vestido verde transparente. Antes de morir, definió su estética de putiferio, mientras que a Armani lo llevaban las señoras. Junto con Mugler, Montana y Alaia, los 80 se convirtieron en lo mejor. Las estrellas de cine llevaban rojo Valentino.
En los 90 llegó Tom Ford. Y el sexo con él. Y toda una revolución en el concepto de la marca y de la fiesta. El sexo de Versace se reescribía. Las mujeres eran poderosas y los hombres respiraban sexualidad por los poros. John Galliano hacía de chico malo en Dior y McQueen creaba pesadillas y sueños desde su marca: ángeles y demonios y locas de la Revolución Inglesa.
Actualmente, el panorama ha cambiado poco: más nombres y más variedad. Quizás, lo único que merece la pena señalar es la llegada de la moda rápida. Zara, H&M, Mango, Primark, PromoD... y, bueno, Karl Lagerfeld diseñó el primero para los suecos, luego Viktor & Rolf, Madonna, Sonia Rykiel, Comme des Garçons y... !Alber Elbaz! Por fin, vestidos de ensueño a bajo precio. Por fin de “marca”. Ya no son copias, ya no son inspiraciones. Llegó la moda de verdad. Al menos en H&M. Mucho tul, muchos escotes y una nueva mujer que no quiere flores, quiere Lanvin.