A veces me siento cansada. Cansada de la sociedad en la que vivimos y cansada de vivir sometida a un nivel de exigencia descomunal por ser mujer y trabajadora. Siento este insidioso cansancio con frecuencia, pero estoy tan acostumbrada a vivir diariamente con la proyección absurda que los medios y las personas hacemos de la mujer que a veces se me olvida, como quien tiene que llevar unos zapatos incómodos y con el tiempo se hace a ellos.
Por ejemplo, veo esta imagen y apenas me llama la atención.
Resulta difícil de creer que varias personas dieran su visto bueno a que este fistro siniestro entre Gollum y Paris Hilton llegara a publicarse.
Me cansa ver en la tele el desfile de adolescentes hipersexualizadas desfilando en ropa interior. Me cansa ver que las periodistas ahora tienen que estar buenísimas para poder trabajar en televisión. Me cansa que ver que las mujeres con cierta relevancia social son llamadas condescendientemente por su nombre de pila (Leyre… Sorayita…) y que se comente más su imagen que sus actos. Hay algo que no es que me moleste, pero que me parece que indica una tendencia peligrosa. Las mujeres que generan opinión hoy en día en nuestro país. Mencionemos algunas: Rosa Montero, Maruja Torres, Elvira Lindo, y Natalia Verbeke en In Style, ahora Sara Carbonero en Elle, y Martina Klein en otra que ahora no recuerdo. No dudo de que estas tres últimas destaquen en sus profesiones, pero me parece que su mérito para acceder a esa tribuna se debe a su físico y fama. Una escritora media tendría que sudar tinta para poder acceder a esa columna. Lo que es evidente es que si este tipo de colaboraciones se están poniendo de moda es porque a las mujeres nos gusta sentirnos representadas por mujeres que combinan un montón de cosas, éxito personal, belleza, juventud, amor y fama. Lo triste es que queramos oír lo que dicen estas personas en lugar de prestarle oído a gente que proceda de la literatura, de la política o del arte. Quizá en este sentido las mujeres nos hemos autoesclavizado y admiramos mucho más una buena melena que un buen cerebro.
Pero tampoco sería de extrañar porque la imagen de la mujer que nos venden y que compramos es exactamente esa mujer imposible. Guapa, joven, profesional, simpática, inteligente, que sea ambiciosa respecto a su carrera pero que sepa conciliar con su vida de pareja o de familia, que encuentre tiempo para cultivar la mente, pero también el cuerpo, que sea una consumidora consciente y sensata, que apoye las buenas causas, pero que no se pierda el último pañuelo de Loewe ni el último color de esmalte de uñas de Chanel. Que aprecie la belleza interior pero sepa escoger entre un chute de botox o una blefaroplastia. Que sea independiente pero que no lo sea demasiado; que se apoye en su pareja pero sepa respetar su espacio; que no se preocupe si no tiene pareja pero que sepa al tiempo que debería tenerla. Que sepa administrar su tiempo entre las horas de trabajo en la oficina y al tiempo llevar la casa o educar a los niños, “que son lo más importante”. Podría seguir y seguir, pero como ya he dicho, me siento cansada.
Vista su blog en Hotel Kafka