«Que bien sé yo la fuente que mana y corre,
aunque es de noche»
«nardus mea dedit odorem suauitatis»
Juan de la Cruz
«y aquellos besos incombustibles
—azahar de azares—»
Aprendiz de crepúsculo es el destino
*
La tarde del aire huele a silencio de nardos,
mientras los frutos rojos de tu cintura
marean desde la orilla hasta mi boca
cuando la pleamar se vierte para verte.
Sabes a piedra mojada,
a palabra nunca,
a zumo de ansias concentrado,
noche de los dardos.
La derrota de un derramado suspiro,
líquido de tu mirada, lenta piel
que busco, aojado peregrino,
entre anhelos de jazmines.
El insensato velar de tus labios,
de arroparte el sabio desatino,
el loco de mirarte desvarío
aunque es de noche, y soñarte.
Dan ganas de pasear la noche,
contarle fábulas de sabores,
olores de pensamientos,
besos de amianto más allá del fuego,
entre tardes de agosto de bruces caídas
en tu pecho.
Cuerpos desprendidos de sus miedos,
coraje en las entrañas
tras el amuleto del deseo en tu cuello,
rincón donde ni te atreves a mirarte.
La noche de los nardos
cuando las horas se besan
despacio
con su tímido dolor de terrazas,
olores como danzas en sabores.
—Que bien sé yo tu latir de huesos confusos
aunque es de noche siempre en tus cenizas,
tus medulas mutiladas de amores
mientras en su oscurana brillan estas páginas—.
Esta soledad de besos congelada,
ese mirar desde la piel el moreno de tus tobillos,
aquel despertar secreto entre sabanas
donde aullaba la fauna entera de nuestros cuerpos.
—Aún en la comisura de los labios
hay el recuerdo de un beso suspendido—.
Y la lenta tarde aún llena de pájaros,
atenta al primer fragor de sus nardos.