Se espera que los hijos
junten
de una en una
las porciones de gloria
(a veces milimétricas)
de sus predecesores
y logren en su hechura
armonizar las partes
del gran rompecabezas.
(Muy extraña es la forma
en que de pronto un solo hombre
corrige para siempre
los anhelos frustrados
de toda su familia).
Y en tal gestión
de inventar frutos limpios,
de imaginar cenzontles
donde tal vez existan
sólo pájaros bobos,
lo oportuno sería
que la dorada rama genealógica
surgiera de lo hondo
del quehacer familiar.
Caprichosa es la vida:
si hubo carpinteros no habrá más.
En cambio,
del corazón de algún incierto árbol
amanece un centauro
de piernas enraizadas
que juega a desbordar sus líneas
en el mismo corazón de la metáfora:
patea la grafía de mundo
contra el primer abuelo
que defiende la puerta de su casa:
el balón es el sueño vuelto cuerpo
rodando en los botines del centauro
que fue el primer abuelo del abuelo.
Sin saberlo,
el futbolista
ha regresado la familia
a su más antigua ocupación:
el sueño.
((En el estadio lleno
de ecos ancestrales
veintidós centauros se disputan
el más redondo sueño de la tierra:
que el cuerpo del hombre
se divierta soñando
que es un sueño)).