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ISSN 1989-4163

NUMERO 138 - DICIEMBRE 2022

 

Cuando Éramos Frikis

David Torres

Con el frikismo siempre he tenido problemas desde pequeñito, porque se trata de una catalogación puramente porcentual que se define por el gusto de una minoría. Por ejemplo, yo, cuando era adolescente, leía tebeos de la Marvel, en blanco y negro y a dos viñetas por página, lo cual resultaba bastante friki, aunque no tanto como escuchar El clave bien temperado de Bach, que eso era la hostia de friki. En mi barrio lo que se llevaba era el heavy metal, la canción protesta y los Chichos, y en el resto de Madrid, la Movida, que era todavía peor, de manera que Bach era una opción casi suicida. Luego, cuando me puse a leer a Dostoievski, comprendí que Los hermanos Karamazov eran una familia mucho más rara que Los Cuatro Fantásticos.

Como todos los pioneros, los auténticos frikis de entonces cavamos los primeros túneles sólo para encontrarnos con que ahora las trincheras están llenas hasta los topes. Me froto los ojos cuando asisto a diálogos multitudinarios en las redes sociales sobre el error que supone incorporar un nuevo Vengador a Los Vengadores o la inconveniencia de volver a filmar otra adaptación de Spiderman. Suele ser gente joven, que habla de Hulk en lugar de La Masa, y que forman una minoría absoluta, la minoría más gorda que haya habido en el planeta desde la extinción de los dinosaurios.

Un día, entre perplejo y fascinado, asistí de refilón a un debate en las redes sociales sobre las motivaciones psicológicas de Jack Sparrow. Básicamente había dos hipótesis enfrentadas: los que sostenían que Sparrow era idiota de nacimiento y los que creían que llevaba treinta y tantos años borracho. No eran hipótesis excluyentes, desde luego, y probablemente se reforzaban una a otra. Lo asombroso era que muchos de los chavales (y la mayoría de los chavales rebasaba ampliamente los cuarenta) hablaban de Jack Sparrow como si tuviera vida interior en lugar de un sombrero.

Hablaban de Jack Sparrow con la misma seriedad y, por supuesto, la misma pasión con que comentábamos en clase de literatura los vaivenes eróticos de Madame Bovary y su idilio final con un bote de arsénico; o las tribulaciones de Benjy, el magno subnormal de El ruido y la furia de Faulkner, en busca de una pelota de golf. Jack Sparrow bien podía ser una suma de ambos personajes, una síntesis dialéctica en la que el sombrero con plumas y el retraso mental desembocan en una tabla mientras abajo aguardan los tiburones. De hecho, cualquier película de Sparrow tiene más público que todos los lectores que hayan juntado al unísono Faulkner y Flaubert, incluyendo adaptaciones cinematográficas y tebeos. Lo verdaderamente friki hoy día es ir a ver una de Polanski.

 

 

 

 


 

 

Polanski

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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