Fue una muerte discreta, sin protocolo
Me apagué como una pavesa
sin los síntomas descritos por los especialistas
Fue como desdibujarse un personaje de cómic
Como viajar por una carretera de árboles muy altos
hacia una ciudad que no existe
Me di cuenta de mi muerte y no rompí a llorar
En la muerte no hay dolor, sino lentitud
Una onda difusa muy lejana
como el temblor de una estrella
o la voz de la extrañeza
No lloré mi muerte en la soledad de la conciencia
Hubo un instante mínimo:
un fotograma de película antigua
un parpadeo de imágenes
en que vi mis proyectos inconclusos
mis logros escasos en la lógica del sistema
etcétera
Eso duró un instante. O quizás ad eternis
Duró lo que duró
Las medidas no caben en la muerte
En cuanto se detuvo mi vida en el silencio
se borró el matiz de la emoción
y cesó el revoloteo de los pájaros
sobre el curso de la historia
así como en el flujo de cualquier pensamiento
No había expatriados
ni coches a diez mil quinientos euros
ni visitas papales
ni reuniones administrativas
ni pobreza, jactancia, vanidades
ni sofisticación
ni pandemias, catástrofes naturales
ni rapiña, ni ataques
masivos. Ni crueldad
Todo moría en mí
como muere el adagio en un piano
con una nota en fuga
Todo acabó perdiéndose
tras su efímera huella
y un relámpago súbito de lucidez
Puede que hayas vivido -me dije-
como tantos,
siendo un cuco en el nido de otro pájaro
siendo un Juan Sin Tierra, Sin Nada y Sin Nadie
Eras feliz a veces, no obstante
cuando reinventabas un lugar en el mundo
y todo parecía renacer
Me morí
Sonaba una campana
en el zumbido agudo de la realidad
Y allí mismo escribí
ya muerta
este breve epitafio intrascendente
Y no había ángeles a la vista
Aunque resucité
(De:Dinámica interior de las mujeres inmóviles)