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ISSN 1989-4163

NUMERO 108 - DICIEMBRE 2019

 

Los Cerezos Escondidos - Tetralogía para otoño: Las cuatro estaciones - Y 4. Railroad Man

Ramón Asquerino

(Kyoto: Railroad man:esculturita del Art Museum, en Seishu Netsuke, que representa el abrazo del ferrocarrilero a su hijo)

A Laura, la piel a tiras cuando se marchaba de Japón

«La leche tibia del cielo se derrama en silencio sobre todas las cosas»: Sur, Antonio Soler
«La soledad va andando de perfil,
por los andamios del miedo
con vértigo a extraviarse ante el gentío,»
Tokyo

 


 

Ya ha amanecido bajo el silencio nocturno
el intenso amanecer de tus ojos,
 abiertos a una colección
de sorpresas, de paisajes, de cromos impensables
que se encuadernan ante cualquier calle oculta,
por donde te abandonas, celestemente sola,
confiada en tu destino azul.
La noche equina, fuera de su escaque
y sin tablero, duerme confinada;
una luz divaga, con su resaca de la noche,
todos los límites de tu cuerpo,
y te despabila intensa entre tus manos
llenas de tanto paladar de voces,
de tanto mirar altas lejanías
y de la madrugada saborear insomnes colores.

La calle, el barrio, se ponen de pie,
 se visten de gala y anuncios humanos
para cortejarte en una suerte de partida
que vas a ganar entera de antepecho.
 Te atraviesan la piel intensas miradas,
manos con los oídos sordos a los llantos
de los párpados, diligentes invitadas
a que entres en las tiendas y acaricies
figuras, tiempos, caprichosas formas,
músicas, trajes, seres de goma y precios,
vitrinas que claman desde dentro hasta tu afuera,
que reinventan el futuro y te desorientan
celestemente sola, confiada a tu destino azul:

Hay escamas, olores primitivos entre los libros
confinados, tactos nuevos que sueñan otra vez,
caras de muñecos que te solicitan en adopción.
Escribes en el cuaderno de tu memoria,
rayado, todos los nombres imposibles de los héroes,
de las heroínas implacables,
y los anotas con la secreta emoción
de un listado de teléfonos eterno.

Al lado de tu pecho, sufrido
como siempre, la sierpe despierta
del paso de cebra, expectante,
recogida en sí misma, perdida,
anónima, restituida por unos ojos indecisos,
los tuyos, que no paran de posarse
en el corazón de las cosas,
las cosas inanes, dormidas, agazapadas
para saltarte a la vista  a cualquier estampida de tus deseos.

Inminente, atiendes la rápida espera de este tren, lento como
 un suspiro taciturno y cerrado sin destinatario,
porque no hay nadie esperando en la cuarta
estación, la cuarta estación que no te aparece,
y para cuyos trenes no tienes ni billetes,
cuando los cerezos permanecen aún escondidos
en tu bolsillo de habladora implacable.

La leche tibia del cielo se derrama en silencio sobre todas las cosas
sin que las cosas se den la mínima cuenta,
tan absortas que se encuentran también
entre su ficción de héroes y heroínas,
de pechos hinchados por los precios,
de tu corazón rumiante que te enseña a andar
y caminar por los pasos de cebra,
por toda Akihabara hasta deletrear
tu vigilia por sus despiertas esquinas.
Queda un silencio imposible a la hora
de los comercios abriéndose,
y, a pesar del cielo, la leche se corta,
es agria, pero te endulza un paladar viciado de recuerdos,
venidos a menos, expuestos
entre esos escaparates del eco y del silencio
que bajan despacio hasta tus pies insurrectos,
que suben a tu boca agrietada gustosamente de paseos,
 que miran ácidamente a los cerezos escondidos,
a Akihabara con delicadeza
y pasiones
del furor de esta mañana, expectante de desayuno
y de voces, de lomos veloces de cebras
y mascarillas, entre geometrías imposibles,
de sabores innatos a abrazos a esta tierra
de tu piel
a tiras que te ha dado el largo paseo entre tu quinta lengua,
como un espíritu en llamas
a caballo de los pasos de cebra, sin rayar el alba,
en el cristal supino de tus ojos.
La noche equina se ha descabalgado
de sí misma, ha perdido al nocturno jinete
del alba, y se desmonta despacio,
respirando la exacta mañana
en la que te miras en los fondos de los escaparates
y no te llegas a reconocer.
O simplemente tienes miedo de ser ese reflejo,
y te asustas, y huyes de él hasta el próximo
cristal inerme que te cruza la cara con tu imagen
dividida y sin perfume, arista de tu perfil,
entre la tibia mañana con guantes
y los cerezos escondidos a tu pesar.

El intenso romero de otra esperanza:
 La gran verdad del abrazo: Kyoto: Railroad man.
***

 

*«Entraba [Antínoo] en esa duración sin aire, sin luz, sin estaciones y sin fin, frente a la cual toda vida parece efímera; había alcanzado la estabilidad, quizá la calma.»: Memorias de Adriano, Marguerite Yourcenar, 1951. (Traducción de Julio Cortázar).

 

 


 

 

Railroad Man 

Kyoto: Estación de Arashiyama

 

 
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