Con tanto programo basura bajo el título de Gran Hermano, se ha perdido en la mente colectiva de dónde viene el concepto. Y no, no voy a hablar de la supuesta agresión sexual que, por lo visto, se ha producido en el estercolero de esa producción televisiva. El Gran Hermano –como representa ese ojo que aparece en la carátula de todas las bazofias televisivas– es un personaje omnipresente, aunque no se llega a ver nunca, de la novela “1984” de George Orwell. Para ello se basó en los líderes totalitarios que se caracterizan «por infundir una política de miedo y de extremada reverencia hacia sus personas, educando a la población a través de una propaganda gubernamental intensiva en valores colectivistas donde pensar individualmente sea visto como una traición a la sociedad» y también «es de uso frecuente para referirse a gobiernos autoritarios o que vigilan excesivamente a sus ciudadanos, así como al control sobre la información que estos ejercen. También se usa para referirse a personas u organizaciones que ejercen una vigilancia que se percibe como excesiva o peligrosa o invasiva de la intimidad».
Los que vivimos aquel 1984 real y leímos por aquella época la novela de Orwell, consideramos que el tiempo se le había echado encima. Los ordenadores portátiles acaban de aparecer y nuestro mundo estaba a años luz –eso creíamos– de aquella dramática sociedad que se reflejaba en la novela. Parecía un relato de ciencia ficción o puramente un relato metafórico en contra de los totalitarismos.
Han pasado 35 años desde 1984 y aunque la parte opresiva de la sociedad de la novela no se vive en casi ninguna parte del mundo –Kim Jong-un y su particularidad es un ejemplo vivo de la novela de Orwell– gran parte de los peligros que acechan en una sociedad así están absolutamente vigentes hoy. En aras de una teórica información universal, gratuita e inmediata en la red, poco a poco nos hemos visto inmersos en un mundo peligrosamente similar al de de 1984. Somos espiados diariamente y, de momento, “casi” voluntariamente. Antes simplemente nuestras visitas a webs eran sistemáticamente registradas. No hay más que recordar cuando se ha detenido a algunos delincuentes o terroristas, que nos informan de las páginas que han visitado como prueba de su culpabilidad. Ahora es aún peor: nuestros móviles –que no abandonamos ni para ir al retrete– no solo recaban información sobre qué páginas visualizamos; saben en cada momento dónde hemos estado y, aún peor, nos escuchan a nosotros y a los que están a nuestro alrededor las veinticuatro horas del día. ¿A quién no le ha ocurrido conversar sobre algún lugar en alguna reunión y que al día siguiente le empieza a llegar publicidad relacionada con ese lugar? Estamos llenando poco a poco nuestros hogares de Alexas y Siris a los que voluntariamente, en aras de una absurda comodidad, les permitimos que nos escuchen, nos graben y tomen el control de nuestras casas.
En China, ese paradigma del comunismo capitalista, he podido constatar recientemente el siguiente paso, que allí ya está en marcha por sus peculiaridades políticas. Cada pocas decenas de metros, incluso en los parques, una cámara de reconocimiento facial te enfoca, con lo que graban en vídeo –hoy las memorias son casi infinitas en los ordenadores– cada uno de tus movimientos. Allí también se vive el exageradísimo culto al líder –aunque las nuevas generaciones la van sustituyendo por el culto al “Partido” directamente–.
Es pavoroso comprender que estamos a un mínimo paso de vernos abocados a aquella angustiosa sociedad descrita en 1984. Quedaba la esperanza de que los datos fueran tan numerosos que sería imposible analizarlos en tiempo real; aún en un plazo razonable. Pero los medios técnicos ya están aquí y los hemos aceptado complacidos, sin pensar en las consecuencias que, en breve plazo van a ocasionarnos. Esa esclavitud de la que será sumamente difícil escapar. Los procesadores cuánticos y la IA en breve plazo serán capaces de, no solo analizarlo en tiempo real y actuar en consecuencia y según las órdenes de los poderes fácticos –nuestros políticos, que se mueven por ambición y ansias de poder infinito– sino incluso, como en el Minority Report de Philip K. Dick, preverlos y actuar en consecuencia por adelantado.
Sólo falta una disculpa para que los gobiernos la pongan en marcha de un día para otro. Y no dudéis que, cuando estén preparados del todo, una ola de atentados magnificados por la prensa esbirra “forzarán” a los gobiernos a instalar en nuestros estados 1984. Sé que esta advertencia que escribo no servirá de nada, pero mi obligación moral es darle tanto pábulo como pueda. Que les sea leve a las generaciones venideras de súbditos sometidos a la voluntad de El gran hermano.