«El periodismo es mi mujer; la literatura, mi amante.»
Leer Estación Sol es mucho más que entrar en una historia concreta, únicamente, es regodearse con una trama que abarca: Historia, asesinatos, misterios, confesiones, infidelidades, literatura -tratamos, entre otros, con Galdós, Baroja, Víctor Hugo, Oscar Wilde, Vicente Blasco Ibáñez… -. Con un ingrediente muy importante… Julia es la directora de toda la trama. Julia es una fotógrafa de principios del siglo XX.
Nos vamos enterando de como progresan las obras del Metropolitano de Madrid… las dificultades para encontrar material, la implicación del rey Alfonso XIII y por qué. Nos asomamos a la guerra de Marruecos, la construcción de una línea férrea entre Melilla y San Juan de las Minas me trajeron grandes recuerdos pues yo soy natural de Melilla y mi padre nació en San Juan de las Minas -mi abuelo era carpintero y trabajaba en la carpintería de las minas-. Gregorio León, nos deleita, no nos aburre al tiempo que nos traslada conocimientos.
Julia es una joven fotógrafa que empieza a trabajar en El Universal. Con su cámara a cuestas, capta la imagen de Alfonso XIII entrando en un chalé de la mano de una mujer que no es la reina, Victoria Eugenia de Battenberg, sino una amante. El director del periódico se niega a publicar esa foto, y encomienda a Julia un reportaje sobre las obras de construcción de un modernísimo medio de transporte que va a alterar la vida de Madrid: el Metropolitano; y más aún cuando poco después aparece el cadáver del capataz de las obras.
Gregorio León (Murcia, 1971). Se gana la vida desde hace más de veinte años como periodista de Onda Regional, la emisora autonómica de Murcia, donde dirige el programa literario Club de lectura. También ha hecho televisión.
Tiene cinco novelas publicadas: Murciélagos en un burdel (Premio Ciudad de Badajoz), El pensamiento de los ahorcados (Premio Diputación de Córdoba), Balada de Perros Muertos (Premio Valencia de novela), El último secreto de Frida K (Premio Alarcos Llorach), La emperatriz de jade y La princesa de Macao. Igualmente ha recibido el Premio Alfonso Grosso de relatos, o el Miguel de Unamuno, entre otros.
Su obra ha sido traducida al francés y al italiano. Confiesa que cuando inicia la escritura de una nueva novela siempre persigue un objetivo: escribir una historia fácil de leer, pero difícil de olvidar. Billy Wilder no podía estar equivocado: el primer mandamiento es «No aburrirás».
Viajamos en el “Metro de las Palabras” los lectores de Agitadoras con Gregorio León… una delicia… Gracias…
P.- Por favor, presente a Gregorio León.
R.- Gregorio León es un tipo apasionado por la comunicación. Empecé en la radio con 15 años, en la emisora municipal de Torre Pacheco. Y con 19 entré en Onda Regional de Murcia. El periodismo es lo que me llena el plato de lentejas; pero la literatura me permite saltar los límites que me impone la realidad, me pone en las manos una materia que puedo moldear a mi gusto, como si fuera plastilina. Y volver a ser niño. Escribir me permite imaginar que el mundo puede ser de otra manera, más estimulante que el que nos ha tocado vivir.
P.- Estación Sol ¿la escribe por encargo de la editorial, para conmemorar el centenario del Metro en Madrid? En cualquier caso ¿cuando, como y por qué nace la historia?
R.- No, no es una novela de encargo. Soy usuario del Metro de Madrid, y desde hace años venía barajando la idea de rendirle homenaje a un medio de transporte que me facilita tanto las cosas cuando viajo a la capital. Y hacer coincidir la publicación con el centenario reforzaba la idea de homenaje, y así lo vio también la editorial Algaida, mi editorial de siempre.
P.- ¿Cómo se ha documentado? ¿Cuánto tiempo tardó en redactarla?
R.- He pasado muchas horas en la Biblioteca Nacional, dando trabajo a sus funcionarios, pidiendo libros antiguos, tratados de ingeniería y decenas de libros sobre el Madrid de la época. Y, además, gracias a su extraordinaria hemeroteca digital, leí durante meses en casa la prensa de la época, desde 1917 a 1919. El proceso de documentación duró un año. Y el de escritura, otro. Más otros seis meses de corrección de la novela, eliminando páginas que sobraban, adjetivos y giros que dificultaban la lectura..., para darla al editor lo más pulida posible. Nabokov ya dijo que los lápices le duraban más que las gomas de borrar. A un manuscrito siempre le sobran páginas. Mejor decir menos que decir demasiado.
P.- En el principio del siglo XX, la época en la que está ambientada la novela, ¿era normal que hubiese fotógrafas al igual que Julia?
R.- Sí. La fotografía salió de los estudios que tenían los profesionales (como el de Alfonso, uno de los más afamados de la época) para convertirse en una afición al alcance de los no profesionales. Y, de hecho, precisamente en la prensa de la época que he consultado, aparecían muchos anuncios sobre nuevos modelos de cámaras fotográficas. La novedad del personaje de Julia es que es capaz de entrar en la redacción de un periódico como fotógrafa, trabajo que entonces era de territorio exclusivo de los hombres.
P.- ¿De dónde, y por qué, nace la muletilla "Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa"?
R.- Pues podría decir que nace de mi imaginación, pero tampoco puedo aseverarlo. Cuando lees tanto, a veces crees que usas algo propio, cuando en realidad es un préstamo que, inconscientemente, llega a tu mente. Pongo en boca de un personaje esa frase para reflejar algo que parece obvio, y que, sin embargo, olvidamos. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
P.- ¿Periodista/escritor o escritor/periodista?
R.- Periodista siempre antes que escritor. O mejor, periodista antes que novelista. Escritor es una etiqueta que siempre he creído pomposa, cargada de gravedad. Y no debiera ser así. Los que escribimos no salvamos vidas, como los médicos. Hoy cualquiera que escribe un texto y lo publica se considera escritor. Prefiero que me rotulen como novelista. A fin de cuentas, no soy más que eso: un tipo que de vez en cuando, cuando una idea me obsesiona y se va conmigo hasta a la ducha, escribe una novela. El periodismo es mi mujer; la literatura, mi amante.
P.- Confiesa usted que cuando inicia una novela persigue un objetivo: "Escribir una historia fácil de leer, pero difícil de olvidar" ¿Lo consigue siempre... según lo que le llega de sus lectores?
R.- Al menos, esa es siempre la intención. Otra cosa es que los resultados sean los esperados. Hay dos tipos de novelistas: los que escriben para adentro (con una prosa ensimismada, indescifrable en ocasiones) y los que escriben para afuera. Yo soy de los segundos. El periodismo es el que me ha brindado herramientas como la claridad. Que el mensaje que quiero entregar, dejar en las manos del lector, llegue limpio. Que no se pierda en el camino por un adjetivo de más. A la prosa no le hace falta maquillaje. Prefiero la eficacia a la afectación. Y antes no era así. Antes buscaba la palabra bella; ahora, la palabra justa. Y por supuesto, esa prosa debe estar puesta al servicio de una buena historia. Intento elegir una que no sea solo para mí, sino para el lector.
P.- ¿Cuáles son sus géneros y autores favoritos? ¿Quién es su referente en la literatura?
R.- Siempre he sido lector de género negro, bien orientado por Paco Camarasa, al que tanto echamos todos de menos. Ahora mismo, para responder a estas preguntas, he dejado a un lado a James Hadley Chase y una novela que no conocía: Eva. Me parece fabulosa. He sido también muy lector de los clásicos del XIX. Dickens, Tólstoi, Dostoievski, y por supuesto, Flaubert. Me atraqué hasta el punto de la indigestión de boom latinoamericano, con Vargas Llosa o Alejo Carpentier, y me desintoxiqué con los maestros americanos, como Steinbeck, Richard Ford... En mis altares, Paul Auster (estoy releyendo Invisible), Antonio Muñoz Molina (maestro, en todos los sentidos) y Pérez-Reverte, al que tanto debo.
P.- ¿Qué está leyendo ahora mismo?
R.- Me adelanté a la pregunta. En la respuesta anterior están mis lecturas actuales. Y te respondo con una futura: deseando leer Las invitadas secretas, de Benjamin Black. Entrevisté en Madrid a John Banville y me fascinó que ese autor tan exquisito que yo había leído con tanto placer coincidiera con un tipo sencillo y cálido como es Banville. Ojalá gane el Nobel el año próximo. Y que esta vez sea, sí, de verdad. Que no lo gane solo por 40 minutos, como le pasó este año.
P.- Como lector, prefiere: ¿Libro electrónico, papel o audiolibro?
R.- Siempre leo en papel. Y solo uso la tinta digital para corregir mis textos. Soy de los antiguos. Por edad, también empiezo a serlo. Las dependientas de las tiendas ya siempre me tratan de usted. Poco a poco, empiezo a asumirlo, jajaja...
P.- A la hora de escribir ¿Qué manías tiene?
R.- Soy muy maniático. Para empezar, necesito silencio. Silencio que rompe el camión del tapicero, de manera invariable, a la misma hora, atronando por todo el barrio con sus ofertas irresistibles. Circunstancia que aprovecho para prepararme el segundo café de la mañana. Escribo a mano. Si lo hago directamente ante el ordenador, me sale una prosa demasiado funcional. Y lo hago con unos rotuladores especiales que ya no se venden aquí, y que pude localizar en la India. Y de ahí me vinieron.
P.- Relate alguna curiosidad literaria personal que le haya ocurrido y no ha contado hasta ahora, si la hubiere.
R.- Porque escribas no follas más. Partamos de esa base. Hay que romper ese mito, si es que alguien todavía se lo cree. Los novelistas no somos estrellas del rock. Ni aura especial ni leches. Pero viví una historia muy intensa gracias a una entrevista que apareció en la contraportada de "La Opinión". A la chica le entró la curiosidad de conocer al entrevistado. Tengo otra anécdota: como soy aventurero y no hay manera de casarme (y eso que tengo un primo cura, el padre León) hace una década fui a México en busca de una mujer. La cosa no funcionó. El romance duró lo que un taquito de arrachera. Pero de ahí, de aquel mes que pasé en el DF, salió una novela: El último secreto de Frida K., que me llevó a las páginas literarias de Le Monde y Le Figaro, con reseñas elogiosas. Estos franceses no saben lo que hacen, jajaja...
P.- ¿Cómo ve el panorama literario en nuestra comunidad murciana?
R.- Muy excitante. Los murcianos estamos saltando fronteras. Y me encanta que autores con unas historias tan originales como Miguel Ángel Hernández, Manuel Moyano o Ginés Sánchez estén triunfando. Aparte de Luis Leante o Jerónimo Tristante, que ya son unos clásicos. Y que nadie se me moleste por citar solo a cinco. Estoy omitiendo a otros muchos autores de la tierra que me interesan extraordinariamente y a los que leo con enorme placer.
P.- Venda su libro ¿por qué hay que leer Estación Sol?
R.- Porque te permite viajar a un Madrid que ya no existe, el de hace justamente 100 años, y que, sin embargo, tanto tiene que ver con nosotros. Porque el lector podrá aspirar el aroma del café; escuchar la campanilla de los tranvías; la voz de escritores de la talla de Galdós o Blasco Ibáñez; sentarse a tomar el sol en el Paseo de Recoletos, entrar en el Palacio Real y tutear a Alfonso XIII, y por supuesto, tener un ticket para usar por vez primera el Metro de Madrid. Y descubrir a unos personajes que le emocionarán.
P.- Sus planes a corto y medio plazo ¿son?
R.- A corto plazo, prepararme un café, cuando acabe esta entrevista. Luego, ir al gimnasio. Ah, que no se me olvide: llevar el coche al taller, que tengo que cambiarle la correa de distribución. Ya dije antes que los novelistas somos gente muy muy normal. ¿Próxima novela? No hay prisa. De momento sigo en mi vagón, leyendo, hasta que el locutor del Metro diga eso de 'próxima Estación: Sol', y ahí me bajaré. Pero todavía faltan varias paradas.