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ISSN 1989-4163

NUMERO 108 - DICIEMBRE 2019

 

Aquellos Maravillosos Años

Francisco Gómez

En las tinieblas del presente que corre, contemplo aquellos maravillosos años que viví a principios de la década de los 90 cuando el tiempo nos pertenecía y soñábamos ser por siempre inmortales. El cuadro era un escenario preñado de posibilidades cuando comencé a trabajar en la profesión más amada que pensé sería para siempre y me encumbraría a las metas más altas recreadas. El amor besó mis labios por primera vez e imaginé que para siempre en los días con ella hasta que lo rompí todo y fue imposible recomponerlo.
Hablo con Emilio, que tiene una memoria prodigiosa, ahora que todos rondamos el medio siglo y me desvela recuerdos de una época donde asaltábamos los pubs de la “city”, que tomaron el relevo a las discotecas de los 80 que no viví al cursar destierro voluntario en la capital de las Españas. Tiempos cuando éramos jóvenes y las caricias y los besos nos buscaban los labios, rondábamos la veintena reciente, nuestros cuerpos eran esbeltos y resistentes y las noches etílicas y marchosas se juntaban con nuestros días sin solución de continuidad.

¿Recuerdas cuando íbamos al Parador, al lado del Dum-Dum? Pepe Cuéllar, Jesús, Enrique y tú y allí nos juntábamos con Alberto y su hermano Paco y allí empezábamos la marcha del bebercio entre cervezas, caliches y los vodka con limón que bebíamos como agua que Alberto, Paco y yo fundíamos a velocidad de garganta sedienta mientras tú, Emilio, te inventabas menjunjes imposibles...Ya un poco cargados y bajando aquellas escaleras que parecían la pasarela para subir al barco o al avión de nuestros sueños que rompiesen la rutina, la normalidad, dirigíamos nuestros pasos a los primeros garitos de la “city” de Elche que nos esperaban con sus chicas y labios, sus músicas y ambrosías espirituosas. “Claqué” en la Puerta de Alicante era uno de los primeros puntos de encuentro con sus alargadas barras y los primeros cubatas. Algunos nos dividíamos y marchábamos a “Tente” en Ferrández Cruz donde nos encontrábamos con el grupo de Manolo y sus hermanos Tomás y Fran y Pepe. De allí nos gustaba la música y la división del pub en dos plantas y la belleza de las chicas que por allí rondaban. La visión de la segunda planta desde la primera era melodía para nuestros ojos susurrantes. Imposible olvidar “Subway” al lado de míticas cafeterías como Trompo y su música pop que embriagaba nuestros sentidos en la penumbra.

De allí, nos dirigíamos al carrer Fatxo por la que resultaba casi imposible andar y sus míticos pubs que nunca olvidaré donde pasamos tantas noches gloriosas de chicas y bebidas. ¡Cómo olvidar “Biscuter” y su música al principio de la calle o “Carpe Diem” o “Rompeolas” que se ponía hasta arriba y allí venían los inevitables roces y miradas con mujeres que, en muchos casos, no nos deseaban, princesas altivas en castillos inaccesibles pero alguna paloma cayó ante nuestros encantos. “Rompeolas” es el único templo de la resistencia que permanece altivo, ahora que sólo permanecen muchos recuerdos del ayer vencido y persianas cerradas. Tampoco podíamos olvidarnos de la hamburguesería Yogui a mitad del carrer Fatxo donde Emilio disfrutaba de aquellas hamburguesas que se derretían en nuestras bocas o nos chupábamos aquellos tanques con guindillas picantes de guarnición.
Cuando el carrer Fatxo decayó, no recuerdo bien si a mediados o finales de los 90, la calle San Vicente y sus pubs y calles laterales cogieron el protagonismo del asfalto a rebosar de gentes que iban y venían entre música española, pop y rock inglés y americano y chicas con sus labios y miradas desafiantes como perpetrando la selección natural y competitiva de las especies. Mi amigo Antonio Soriano, que tiene mejor background que uno, evoca conmigo muchos de los garitos que poblaban San Vicente. “Drom” donde me ligué a la chica más problemática con la que he estado hasta ahora. La mítica “Puerta Verde”, que yo rehuía muchas veces ante su enorme popularidad y aglomeración masiva, , “Archy”, “KGB”. “Público” y la inolvidable “Chevy” con su mágica entrada que a través de un pasillo angosto y oscuro nos conducía al jardín de las delicias, salvo aquella vez que Emilio a consecuencia de alguna intoxicación etílica montó alguna movida que casi degeneró en batalla campal. Allí nos reuníamos con Manolo Segarra y otro grupo que nos esperaba.

Enrique siempre deseaba ir al pub “Santa María” estrecho y alargado donde, si no recuerdo mal, conoció a su mujer, Carmen y Emilio pudo tener un affaire con una o varias chicas que sorbían los vientos por él. En esos tiempos, era un apolíneo guerrero nibelungo musculado y sus ojos inundados de alcohol resplandecían en las tinieblas de los garitos como “Santa María” en Traspalacio o en “Blanquivern” en el Paseo Francos Rodríguez, pub inolvidable donde escuchábamos buena música disco y a Duncan Dhu y a Gabinete Caligari entre otros grupos, cantantes y músicas en las angosturas de aquel pasillo donde no quedaba más remedio que rozarse con quienes entraban o salían mientras sosteníamos la copa entre las manos, tratando de evitar verterla y evitar movidas a últimas horas nocturnas.
No quiero ni puedo olvidar las tascas que formaron parte de nuestras noches y los calimochos y el juego del “duro” que provocó que más de uno cayese derrotado entre nubes de alcohol. Imposible olvidar la calle Velarde y la tasca de Charlie que mantiene su rótulo y Nuevo México que regentaba mi amigo de armas, Cebrián, antes de meterse en literaturas. ¿O ya empezaba por aquellas jornadas? Tampoco deseo mandar al olvido la tasca del Abuelo, detrás de las Jesuitinas, donde vivimos tantas jornadas al borde de la borrachera. ¿Y cómo desentenderse de las tascas de La Zapatillera, que Emilio adoraba y por dónde se perdía para regresar con los ojos encendidos y los labios ahítos? Eran tantos que ya apenas recuerdo sus nombres, lo que provocó la ira vecinal que consiguió chaparlos. Aquí me resulta inevitable nombrar a “La biblioteca”, un pub que hacía esquina con Miguel de Unamuno y uno se escapaba para escuchar la música de los grupos que me gustaban y ver a chicas inaccesibles, moradoras de torres imposibles de escalar.

La marcha también se escapaba al Dimoni y al Vine-Vine en la calle San Agatángelo y sus laberintos cavernosos como el de Duplex, que luego fue Aire, según creo recordar, cerca también del colegio Ferrández Cruz. Allí también viví noches inolvidables de música, bebida y nocturnos besos.

Mi amigo Antonio Soriano también me recuerda otros garitos que hoy son pasto de olvido y desaparición, símbolos caídos de esta “city” que corre acelerada. El pub “Pink”, a las espaldas de Vine-Vine en la calle Pizarro, el Bio-Tutú en Maestro Albéniz. O el mítico “Kubix” en las cercanías de la Peña Madridista o los inolvidables Tere Pop, Cresol que aún permanece erguido frente a los vientos del tiempo y el Cala D´Or. O el “Tobogán” y el “Arco Iris” en Filet de Fora, donde estaba La Bodegueta y Alberto, Pepe y el muá jugábamos interminables partidas de ajedrez con buenas pintas arrullando nuestros movimientos.

Eran tantos y tan variados con músicas y humanidades diferentes. Acercarse al “Hipógrifo” era una experiencia diferente con las tribus urbanas que allí se daban cita y su música punk y los movimientos alternativos de protesta. A otros nos gustaba acercarnos a Juan Carlos I y disfrutar de la música de “Directo”. De sus conciertos de jazz y recitales en vivo o las veces que vi allí a Loquillo tocando en directo por primera vez. O la discoteca “Bosse” que estaba a su lado. Y la inolvidable Boticceli , a las espaldas de Jesuitinas, donde vivimos una nochevieja cargada de alcohol y gresca.

No todo era bebercio. También había espacio para el comercio y poder aguantar las noches con tanto líquido en el estómago. Y nos íbamos al McTrex en la calle del Sindicato que regentaba mi amigo Pepe, la cafería África, que sigue resistiendo el curso de los calendarios, el Chimi Churri donde vivimos cenas inolvidables y festeras mientras preparábamos las escaramuzas que nos aguardaban y otra inolvidable, la “Ñam-ñam”. La Ñam-ñam, perdida en el río de los días.

Éramos jóvenes y pensábamos que podíamos aguantarlo todo y así era. Después de las noches etílicas y aguardentosas de los viernes y sábados con algunos triunfos y el disfrute de escuchar buena música y echarnos buenas risas, llegaban los domingos y todavía estábamos dispuestos a salir en plan más “tranqui”. Ese día mirábamos las carteleras y si nos gustaba alguna peli, a ella íbamos, cuando “la city” de Elche estaba llena de cines y daba gusto poder elegir en la cartelera, antes que se firmase el desastre y desapareciesen casi todas las salas a finales de los 90 y principios del XXI siglo. La calle Alfonso XII era un espectáculo con ríos de gente que daban la vuelta a los cines Aanna o la gente buscase la película más interesante en los inaugurados Odeón y en el veterano Alcázar.

Aunque también la tarde del domingo era en muchas, muchísimas ocasiones, tarde de fútbol y un numeroso y heterogéneo grupo nos dirigíamos a la Ciudad Deportiva, que aún parecía estar al fin del mundo sin edificios a su alrededor y jugábamos en la pista vallada de mármol largos partidos con la banda de Fran, que siempre nos esperaban para el partido del siglo con los balones, sus camisetas y las botas puestas. Eran encuentros memorables donde reinaba la camaradería y los buenos movimientos de uno y otro equipo y nos identificábamos con nuestros jugadores favoritos. Al terminar los partidos que siempre eran más de uno, nuestro grupo; Pepe, Emilio, Enrique, Julio, Paco el electricista, uno mismo y no sé quién más...perdíamos algún que otro kilo y nos dirigíamos al camping de El Palmeral o al Penalty en San Antón para recuperar energías entre tapas y rubias vespertinas.
Eran buenos tiempos y nos creíamos inmortales. El tiempo nos esperaba a nosotros y no al revés. Pensábamos que las posibilidades estaban abiertas y la vida nos besaba en los ojos y en los labios. Seríamos grandes a la altura de nuestras expectativas.

Han pasado muchas hojas y han caído muchas lluvias. Ahora somos nosotros los que tememos el transcurrir de los días y nuestros ojos ya no tienen el velo de la energía y la inocencia de cuanto soñábamos. Sabemos que apenas se cumplirá alguna de nuestras ilusiones, alguno de nuestros sueños y nos sabemos integrantes de la muy ilustre y noble cofradía de los derrotados. Y este quizás no sea más que un mero ejercicio de memoria para luchar contra el olvido y rescatar algunos símbolos en la so(u)ciedad de la indiferencia que entre todos hemos construido.

 

 

 


 

 

Aquellos maravillosos años 

 

 

 
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