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ISSN 1989-4163

NUMERO 108 - DICIEMBRE 2019

 

Normalidad

Cristina Casaoliva

Curiosamente entre los muchos mitos que asumimos a lo largo de nuestra infancia y que la realidad se encarga con los años de desmentir, una de las que pasa más inadvertida es el mito de la “normalidad”.

Qué es normal y que deja de serlo, quién se puede considerar normal y quién no.  Qué costumbres, sucesos o comportamientos quedan amparados ante tan ambigua palabra?. Y es que la normalidad depende de los parámetros comparativos, depende del momento del suceso, del punto de vista del sujeto, de la época socio/temporal, del contexto cultural y de la subjetividad personal y colectiva. Por ejemplo años atrás para mí lo habitual a lo largo de cada semana era salir a cenar con los amigos los viernes por la noche e ir a tomar una copa, ver una peli en el cine el sábado y pasar las mañanas de los días festivos durmiendo hasta bien entrado el medio día para pasar la noche activa haciendo de anfitriona, entre cenas, juegos de mesa, sesiones de karaoke y risas, para cerrar la semana dejando fluir las horas del domingo resguardada en el sofá viendo sesiones maratonianas de series en DVD. Esto claro está antes de la crisis económica o las crisis, que ya no sé si han sido varias o si la primera no acaba nunca, antes de los gobiernos  de miembros imputados en tramas de corrupción, antes de los exilios forzosos y antes de mi maternidad. Esa habitualidad para mí era lo normal, constituía una secuencia de sucesos que hubiera incluido dentro de los parámetros de la normalidad si alguien me hubiera preguntado.

A día de hoy mi normalidad es madrugar muy a mi pesar, intentar ser a días noctámbula robándole horas al sueño, es ver una peli en el cine cada varios meses normalmente infantil. Cantar canciones juveniles e infantiles según el caso mientras conduzco e ir a cenar con amigos una vez cada tres meses a lo sumo.

Para mi suegra en paz descanse lo normal era ir a misa de 12 todos los domingos y confesarse todos los sábados. Rezar un rosario cada día de Dios y censurar las películas cuyos protagonistas declaraban su amor con un beso nada casto.

La normalidad para los enormes gemelos chinos de la tienda de la esquina es trabajar de lunes a domingo sin cerrar al medio día y conducir su coche de sesenta mil euros para ir a la sesión de madrugada al cine una vez al mes. Siempre en mutua compañía.

Para los muchos inmigrantes que tramitan su nacionalidad en nuestra tierra su normalidad es trabajar sin contracto con ingresos precarios, ya que el gobierno en su magnánima sabiduría les prohíbe tener contrato, ni digno, ni indigno durante los 3 primeros años como residente del país. A no ser que vengas como inmigrante con dinero contante y sonante en los bolsillos, que en ese caso y previa adquisición de bienes inmuebles, la tramitación de tu documentación se acelera de cero a cien en un minuto. Para ellos, los inmigrantes ricos,  la normalidad es conseguir lo que se proponen a golpe de talonario, como para los ricos autóctonos vaya! , así como para todos los millonarios de la historia poco acostumbrados al No, por justa  o injusta que fuera su encomienda.

La normalidad pues tan aparentemente inofensiva, establece base de prejuicios, forma los márgenes de los juicios de valor y configura opiniones que al paso del tiempo y a golpe de repetirlo se vuelven inamovibles, dogmas, leyes, credos, algo sagrado e incuestionable como las tablas de Moisés, la Tora hebrea o la constitución española. Así de engañosa puede resultar la normalidad, que en su exponencial inocencia, sentencia al epígrafe de rareza a todo aquel o aquello que no se ajusta a ella.

Así pues con el tiempo me disocié de ella, me genera una cierta urticaria en cierto contexto la verdad, puesto que las realidades son muchas y diversas afortunadamente y no hay nada más rico que la variedad, nada más definitivo que los matices, nada más importante que la pluralidad y nada más bello que alejarse de las visiones estrechas de miras.

Huyendo de la inflexibilidad, de los alérgicos al cambio, de los detractores de la inclusividad y creciendo a través del respeto a la diversidad, enriqueciendo mi alma con las normalidades ajenas y las no normalidades generales, susurro un deseo. En mi día a día ando observando sin censurar, escuchando sin criticar, aprendiendo sin comparar, respetando al descubrir cuan pequeño es nuestro mundo en la vorágine de las vidas del planeta, llenas de normalidades que no lo son, llenas de culturas, lenguas, olores, llenas de músicas y tradiciones, de mitos y leyendas, de arte y culturas, de miedos e historia. Y sobre todo de futuro, un futuro común aunque individual, un futuro cuyo éxito yace en la armonía del cambio, en la aceptación de la diferencia, en la abertura de diálogos exentos de tabús y restricciones, un futuro inclusivo, vital, plural, lleno de justicia y equidad, un futuro donde la LIBERTAD, la CULTURA  y el RESPETO con mayúsculas sean al fin lo normal.

 

 

 


 

 

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