Sus ojos se lo dijeron todo, cuando tímidamente sus miradas de desconocidos se cruzaron en aquella mazmorra del siglo XVIII, que mirando a África daba la espalda a Europa,y con ella a todo lo que ambos querían olvidar. Al fin y al cabo, no tenían más opciones que las que la vida les traía, ni fuerzas para cambiar el destino que se desgranaba ante ellos, arrastrándoles con algo tan intenso como irracional. Así que tuvieron que enamorarse. Enamorarse hasta las trancas, como hacía tiempo que nadie lo hacía en ese rincón del mundo; porque en medio de una guerra no queda lugar a entregarse. Y sin embargo se amaron; sin protocolos ni maniobras de aproximación. Sin previo aviso. Sin medida ni seso.
En toda Ceuta no se hablaba de otra cosa. Un puñado de miembros de La Falange languidecían en la prisión militar de la Fortaleza del Monte Hacho, en espera de juicio, por prestar servicios a una potencia extranjera. El interesado golpe de timón en la veleidosa política exterior española -de la no beligerancia a la neutralidad- había pasado factura, y las presiones del Departamento de Estado Norteamericano iban en aumento, exigiendo que se detuviese a los españoles involucrados en la red de espías nazis en el norte de África.El Abwehr alemán gozaba de una consolidada estructura, la Kriegsorganisation Spanien, que en el despliegue de la operación “Bodden”, tenía instalados al rededor del Estrecho de Gibraltar y algunas ciudades del Marruecos Español, diecisiete estaciones de observación del tráfico marítimo, con lo último en tecnología de infrarrojos y telecomunicaciones, para dar aviso a las manadas de “lobos grises”–submarinos de guerra alemanes- de cualquier buque aliado atracado en el norte de África; en especial los de la clase Liberty, preñados de armas para Inglaterra y la URSS. La inteligencia norteamericana -La OSS- había desplegado también a sus hombres en la zona -la mayoría republicanos huidos del Ejército Popular y recluidos en campos de concentración argelinos bajo bandera francesa- y los enfrentamientos armados entre españoles al servicio de los unos y de los otros, iban en aumento; a veces con muertos de por medio. La operación angloamericana “Banana” para ocupar Azores y Canarias y empezar la invasión de la Península desde el Protectorado Español -emulando el alzamiento de Franco del 36- ya no se descartaba… submarinistas italianos escondidos en un mercante semihundido en la bahía de Algeciras, el “Olterra”, ya habían saboteado o hundido a catorce buques británicos con minas magnéticas, usando minisubmarinos de dos tripulantes. Mucho más de lo que los aliados estaban dispuestos a tolerar. Así que ahora la pelota estaba en el tejado de España, y de ella dependía el giro diplomático para que la Segunda Guerra Mundial no se extendiese a la España de Franco y la Portugal de Salazar. Si bailas desnudo con Belcebú en frenético aquelarre, no te extrañe que acabes ardiendo en la hoguera.
Muchos de los agentes al servicio de Alemania, por tanto, eran españoles. Más fáciles de infiltrar y mejores conocedores del entorno y la idiosincrasia indígena; así se evitaba el enorme choque cultural que desesperaba a la mayoría de los estirados espías alemanes. Los más valorados siempre fueron los veteranos de la División Azul, con experiencia en combate y conocedores en primera persona de la Alemania del III Reich. Algunos fueron reclutados incluso ya antes de ser repatriados, en octubre de 1943, por sus propios jefes militares, reenganchándose así en esa nueva aventura sin apenas pasar por casa. Perder una guerra e intentar ganar la paz siempre ha sido tarea difícil, y cualquier paliativo era mejor que enfrentarse a una vida irreal que ya no era tuya, pero que te seguía esperando, de brazos cruzados, justo dónde la dejaste.
Pero ahora las cosas estaban cambiando, y se empezaba a delatar y perseguir a aquellos que -meses antes- habían sido entrenados y financiados por el propio Gobierno Español. Como esa madre desequilibrada que, en su demencia, asfixia al pequeño que amamanta, porque no soporta tanta felicidad. Qué fácil ha sido siempre para los salvapatrias de ojos córvidos, seducir a jóvenes entusiastas de pecho transparente. Y es que esta meretriz soberbia, voluble y caprichosa que es España, acostumbra a tratar así a sus más incondicionales amantes. Así las cosas, la estratégica ciudad africana estaba atrapada en medio de un mundo en guerra, convertida en hervidero de rumores e intrigas; un microcosmos de espías advenedizos, mercaderes sin alma, políticos cobardes y aventureros en busca de olvido o perdón; todos ellos proliferando -febriles y efímeros-, como gusanos en un cadáver calentado por el sol.
Jaime enciende un cigarrillo, aunque ya no fuma. Un viejo legionario de guardia le ha dado uno de origen soviético, al verlo cabizbajo, esa misma mañana; los que saben la historia de los que están allí, les tratan con respeto y una mezcla de vergüenza y culpabilidad. Apoyado en la ventana enrejada mira al estrecho, mientras el olor a tabaco le devuelve al frente ruso, donde fumó su primer papirosa.Los jóvenes sin infancia sólo acumulan recuerdos tristes. El mar es como la nieve -piensa-, infinito y sordo. Cruje su garganta de 22 años cuando inhala el humo, haciéndole daño, pero recordándole que aún no se la han cortado. Sabe que empieza a ser un testigo molesto, y se siente vulnerable. Los papirosa no llevan filtro… sólo un canuto largo de cartón vacío que apenas deja espacio para la picadura; lo estruja para que pase menos caño y no le dé nauseas… es de la marca Belomorkanal, justo el mismo que solía vender de contrabando a alemanes y finlandeses en el cerco de Leningrado, un par de años antes, hasta que lo pilló su capitán y quitándolo de operador de radio lo puso de enlace como castigo, transportando mensajes a puestos avanzados de primera línea. Fue entonces cuando le hirieron por primera vez, en la oreja derecha. Fue entonces cuando dejó de fumar.
-El dolor te ata a la vida- Le dice al desgastado suelo de piedra, en voz alta.
Chupa asqueado otra calada y tras exhalar por la nariz, escupe al mismo suelo que sigue sin contestarle. Está mareado. Mientras, observa el Yebel Musa, la montaña con forma de mujer dormida -la Mujer Muerta- que coqueta e inaccesible le mira de soslayo, tras el puerto de Ceuta, mostrándole su mejor perfil. Sólo desde el Hacho -y Jaime juraría que especialmente desde su propia celda- es donde más hermosa se ve a esa pobre ninfa llamada Calipso, que abandonada por Perseo, pidió a los dioses que la convirtiesen en piedra hasta que éste volviera. Al fin y al cabo -les pasa a los dos-uno no puede evitar convertirse en lo que los demás esperan de ti.
En entonces cuando, desde su posición elevada, ve un pequeño grupo de la Sección Femenina de Falange que, flanqueado por legionarios cargados de paquetes y precedidos por un oficial del Ejército de Tierra, entran en comitiva a través de la pesada puerta en el recinto fortificado. De entre todas, le llama la atención especialmente una.
CONTINUARÁ.