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ISSN 1989-4163

NUMERO 98 - DICIEMBRE 2018

La Edad Imprecisa

Francisco Gómez

Uno camina por la mitad de la vida entre veredas que se bifurcan y dividen sin atisbar bien un horizonte claro al que dirigirse. Lo que ayer estaba claro, hoy es incierto y mañana puede ser un despropósito o no.

Te sientes en mitad de ninguna parte pero al mundo ya le has visto con claridad y escepticismo sus perfiles más abiertos. Sabes que ya no llegarás a casi nada, que tus sueños de juventud ya quedaron atrás y nunca serás el tipo importante y reverencial que soñaste ser. Eres uno más que se mueve entre la masa de esta so(u)ciedad de la indiferencia a quien su suerte apenas importa y cada vez a menos gente. Tu vida es perfectamente prescindible y si desaparecieses muy pocos advertirían tu falta, tu ausencia. Demasiados son los que anhelan sobresalir en este océano tecnificado, internáutico y logarítmico de las ventanas cerradas. Pocos son y serán los que disfrutarán de su minuto de gloria para luego ser deglutidos por la masa devoradora individualizada.

Ya no eres el niño que fuiste aunque anhelas que él no te haya abandonado completamente; que aún puedas creer en la inocencia de algunas personas verdaderamente buenas. Hombres y mujeres que aún hacen bello este mundo que un día fue inocente. No puedo dejar de comentarlo: el otro día fui a unas instalaciones deportivas y asistí maravillado a la celebración infantil de un cumpleaños. Quedé absorto. Aún preguntáis ¿que dónde está el paraíso? Yo lo vi con estos ojos de pobre hombre en llamas y tuve que esconder la cara para no llorar ante la contemplación de tanta maravilla. Las palabras no me acuden para explicar lo que sentí, vi, viví, recordé. Sí, yo vi el otro día el paraíso. Es. Está entre nosotros y hay ciegos que ya no observan nada…

En esta edad incierta que camina más a la mal llamada madurez que a la niñez que resisto al abandono por completo y a la juventud que ya no despierta el fuego de las esperanzas, las ilusiones fatuas, las posibilidades y sueños de antaño, contemplo las dos edades que me dividen por el medio. A los niños y su asombro, su verdad, su inocencia nada fingida y a los viejitos que caminan con muchas dudas, que buscan entre sus bolsillos alguna luz que les devuelva certezas. Los besos de amor y de cariño que reciben los niños que son amados. He visitado residencias en esta mediana edad y he temblado como nunca lo he hecho al ver ciertas cosas que me abrían los adentros. La terrible soledad de muchos abuelos, la indiferencia de la so(u)ciedad hacia ellos, el agradecimiento muchas veces sin palabras que manifiestan de verdad ante muestras de amor y de cariño. Tampoco puedo explicarlo bien con palabras. Se ve que soy un pésimo escritor. Ya no sé tantas cosas…

En este tiempo incierto abrigo menos seguridades que antes, más dudas que me pesan como espadas en el tiempo de mis días derrotados. Sólo sé que las personas más importantes de mi vida, las que me amaron con la moneda del beso y el abrazo ya no están físicamente pero sí están. Siguen. Permanecen con nosotros en esta extraña, desconcertante y ausente presencia de la comunión de los vivos con los muertos. Diréis que estoy loco (a uno ya le han llamado tantas cosas…) pero advierto su presencia, escucho sus voces. Son ángeles guardianes. Lo noto perfectamente. No lo digo como un acto de fe teológico sino como una certeza íntima que atraviesa las vías interiores.

En esta edad intermedia ya sé que me queda menos tiempo, que se cumplirán pocas promesas y menos sueños, que no llegaré a nada y no seré importante en este mundo del instante mediático. Sólo espero tu presencia de besos y abrazos nuevos para echarle leños a este corazón de hombre en llamas que no deja de amar, pasen los vientos que pasen. Ítaca sabe cuál es su destino.

Y al final espero que esta intuición interior sea cierta y entonces los ojos rompan en mares, no de tristeza, no de pesar, no de dolor, no de pena y mi gran pequeño sueño se cumpla y no se rompa en dos la esperanza.


La edad imprecisa

 

 

 

 

 

 
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