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ISSN 1989-4163

NUMERO 88 - DICIEMBRE 2017

Trilogía de la Dilación en L'Alfàs del Pi - III. Serra Gelada: Diciembre

Ramón Asquerino

«Y callado, ante el espejo, indultarme un rato,
al raso de este amanecer que nace de incierto ocre»
De La fugacidad de la muerte
«Recoge ya en el seno
el campo su hermosura; el cielo aoja
con luz triste el ameno
verdor, y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja»
Luis de León: Al licenciado Juan de Grial

 

***
Estas montañas ensimismadas en su figura,
esa limpia transparencia de un olvido,
aquella boca abierta de pasmo, en su beso imposible,
por cuyas comisuras les tiemblan estelas de apagados trenes,
rastros tras los deseos como valles
con sus altos rostros entre su abierta madrugada,
al rocío de hendidos colores entre nubes y tejidos:
de corintio acanto quejidos de desesperadas cuencas
por las zarzas tinieblas de su cuerpo:
Asolación de madrugadas
La fugacidad de la muerte
Serra Gelada:
  Trilogía de la dilación en L’Alfàs del Pi,
se citan y concitan, se funden y confunden,
bajo una luz agónica de diciembre.

Desde tus ojos el vaho de la noche sopla
 playas sin riberas ni ríos,
 noches de bronce en silencio
y tímidos silbidos en los árboles,
donde el fresco ocultará su mano,
y en su frente husmea la tibia tarde
 sin traiciones, brújula hasta tu boca
rota, roja, ocre, acre:
en una sed clara, lenta, fría, silente.

La seda ecuestre de las nubes
relincha por el mismo costado,
imberbe sombra en su humedad sonora.
Rota la mañana en iris, perfiles
de miedos hasta tus pies, roja caliza,
diciembre ocre pincha, enojado, como una lenta aguja,
 Serra Gelada, congelada de saliva acre.
Aún no te saludaban los bostezos
ni el tren comenzaba a desperezar noches
ni las terrazas eran más que tristes sombras
deviniendo espectros alados
 como tu cuerpo rodeado de geológicos siglos,
trasnochada la misma noche por miedo a las olas:
 a las caricias alas,
sal a las inquietas lenguas,
a la oscuridad sabores,
 la encrucijada de los dientes a tus hombros.

Tampoco, el tiempo, tramposo,
asomaba su cabeza despiadada
y se liaba a manchas en la piel,
a posturas viciadas de espalda
porque los nombres de las medicinas aún ni se incubaban,
la humedad soñaba vahos,
  la Serra gemía formas humanas
 y los besos cumplían años todos los días de la semana.

Ahora, entonces, Serra Gelada, desconocía tus señas
hasta bautizar tu perfil con un ahínco de pájaros,
con un mediodía de palabras,
unos versos escamoteados a la intemperie.
Mientras que el tiempo se ensaña con los huesos,
 las piedras, los valles, los deseos, los campos, aquellas noches de trenes
se trizan brizando ocasos, sordos lubricanes,
esquinas de lluvia entre latidos de diciembres.

Leteo en el paladar de los besos,
las orillas te ven desnuda, Serra Gelada, de pies a boca,
y no te pueden, desesperadas, acariciar los labios
porque el mar se retira, en voz baja,
como una sombra a traición,
y se jalona y se pone de los deseos a la cola,
 como aquel piano inquieto,
 como aquel cuerpo joven,
como aquella dureza de los besos
dentro del coche cama tras azules penumbras,
bajo ese acento incansable de la lengua,
ese acanto impreso de los nombre para sus plantas:
y hoja a hoja
las cimas de los árboles despoja.
Plantada, Serra Gelada,
has ganado, aojando, la partida al Tiempo.

Y aunque me sigues esperando en el andén de tu cuerpo,
callado, ante el espejo: ¿querrías indultarme un rato más?

 

Madrid-L’Albir-Madrid, junio-julio-agosto 2017

 

 


Diciembre

 

 

 

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