Otoño. Ya. Por fin. El calor húmedo y persistente del estío altera mis horas de descanso y me impide dormir. Y soñar. El calor húmedo y persistente del estío no respeta mis sueños. Los interrumpe. Impide que se concreten mis fantasías, Que se materialicen en mi subconsciente. Porque a mí me gusta soñar. Con seres imaginarios. Con situaciones absurdas o injustas. Con un pasado que no ha sido y acontecimientos ficticios de un ficticio futuro. Los primeros fríos del otoño ponen fin a mi desorden. Sueño de nuevo. Y, en mi sueño, soy hoja maltratada por el viento en una alameda. Ocre homenaje a la estación que regresa. Ascendiendo por el aire y contemplando, privilegiado espectador, los aconteceres de la vida, ajeno a tragedias y júbilos. Respirando el aire, que recupera fragancias con la humedad de las escarchas matutinas. Deteniendo mi vuelo liviano donde el azar me lleve -Dicen que los dinosaurios se extinguieron a causa de los meteoritos – escucho –Hay muchas teorías. Algunos dicen que fue cosa de los extraterrestres – Parece que no hay acuerdo –Se dicen muchas tonterías… - Una ligera ráfaga de viento me eleva de nuevo, prolonga mis acrobacias. La muchacha está sola en el banco de un parque. Es muy joven. Parece triste. –Voy a tener un hijo – dice –Vamos a tener un hijo – Se levanta y se aleja. Repite una y otra vez las frases. Actriz involuntaria en el ensayo de un drama. Presiento. Mi frágil odisea se detiene otra vez. Un hombre habla por un micro. El auditorio, abigarrado, poblado de banderas, le escucha. Le interrumpe con aplausos, le vitorea. El hombre critica, promete, trata de convencer. Me suspende otra vez el aire. Me deposita en el portal de mi casa. Todos duermen. En silencio, arropo, subo embozos. Me acuesto, agotado. Y sigo soñando, en esta estación recuperada que lo permite. Me acurruco junto a mi mujer pensando en los fríos que se avecinan, cuando quedan aún ocres luminosos que disfrutar y hojas livianas en que viajar cual alfombra mágica. Y rememoro cuanto he soñado y la realidad se diluye en otras vidas, quizá propias en mi subconsciente atormentado. Y me invade la impotencia de no poder dar siquiera mi parecer para corregir las situaciones que he soñado. Para mejorarlas o para olvidarlas. Y despierto con deseos nuevos, con la sensación de que todo en la vida puede ser distinto y, al salir de casa, evito pisar, frente a mi portal, una hoja muerta y dorada que la brisa ha dejado como un tributo a mis fantasías.