Hasta hace poco tiempo era un ferviente defensor del papel en los libros, pero hace unos pocos meses caí en la tentación del ereader. Tengo la costumbre de leer en la cama y el peso –literal– de “Historia del canal Suez” hizo que me dejara seducir por la ligereza del libro electrónico, tan cómodo para la lectura horizontal como para la playa y los viajes. Fruto de ello, he vuelto a rememorar mis primeros años de lector habitual, cuando acudía a la librería donde mi padre tenía cuenta abierta y dejaba que mis ojos vagaran por las estanterías esperando a que un título o un autor me llamara la atención y que la sinopsis del libro me confirmara el deseo de su lectura. Con los pub y pdf me pasa ahora algo similar. Viajo por diversas páginas dedicadas a biblioteca y husmeo por las mismas como un perdiguero de Burgos por los campos de trigo. Y gracias a ello, he tenido la ocasión de leer novelas que, de otra forma, jamás hubieran llegado a mis manos.
Soy un lector ecléctico y agradecido, y raro es el libro que pasa por mis manos –digitales ahora– al que no le encuentro alguna virtud. Desde que paseo y viajo con mi Tagus, he descubierto autores que me han entretenido en grado sumo, como Philip Kerr y su singular Bernie Gunter. He gozado con Dan Simmons y su tetralogía de Hyperion y también he pasado horas con libros mucho más modestos.
Y de pronto, me di de bruces con “Las catorce primeras vidas de Harry August” de Claire North. Reconozco que soy de los que sí cree en la existencia de una literatura de mujeres, aunque en este caso no le concedí importancia, con lo que comencé la novela sin prejuicios de ninguna índole. La piedra angular de la historia es la de un hombre que, cada vez que muere, vuelve a nacer en el mismo momento y lugar. El argumento, aunque prometedor, no resultaba novedoso. Recuerdo haber leído al menos dos libros –de cuyo nombre no quiero (ni puedo) acordarme–. En uno de ellos, lo que se repetía era un día –como en El día de la marmota–, pero con la gracia de que, en cada ocasión, aunque la mente era la misma, el protagonista resucitaba en un cuerpo cada vez diferente, aunque de alguien con el que se había cruzado durante ese día. Dentro de las novelas fantásticas, es una idea de arranque que se usa con alguna frecuencia.
Y sin embargo, Claire North la desarrolla con una maestría que me está deslumbrando. (Aún me quedan unas cien páginas para terminarla, pero no me puedo resistir a hablar de ella). Su prosa es potente, sus ideas, deslumbrantes. La manera en que enlaza cada una de las vidas es brillante. Sin lugar a dudas, uno de los libros que más me ha gustado en los últimos diez años. Su entorno histórico es el del siglo XX, ya que el protagonista, Harry August, nace en 1919. Su muerte varía de fecha y lugar en cada una de sus existencias. Con él vamos viajando a lo largo de sus distintos recorridos vitales y de su mano conocemos al Club Cronos, en el que se juntan y protegen muchas de las otras personas con idénticas circunstancias a las de August. El libro está lleno de pequeñas historias que seducen al lector, de ideas ocurrentes e imaginativas, como el medio para pasarse mensajes entre ellos en el futuro y, lo que es más valioso, en el pasado.
Tras unos primeros capítulos deslumbrantes en los que la autora nos presenta, de forma no lineal, al personaje, la piedra angular de la novela se desvela cuando en una de sus vidas, en su lecho de muerte, una niña le visita y le da el siguiente mensaje: “El mundo se acaba, doctor August”. A partir de ese momento, August dedica sus vidas a buscar el porqué de ese mensaje, confirmar su veracidad y, como es previsible, intentar evitar que ocurra. A lo largo de toda esa búsqueda descubrimos cómo se puede matar definitivamente a alguien como Harry o cómo se puede conseguir que al renacer haya olvidado sus vidas anteriores. Los malvados de esta novela son como en la vida real. No son blancos ni negros. Tienen numerosos matices que hacen que, si no empatizamos con ellos, sí comprendemos sus móviles.
Es una novela de ciencia ficción, y así lo acreditan los premios que ha cosechado desde que se publicara en 2014: el John W. Campbell, el Memorial y el Ignotus, pero no es solo eso. Es una novela en toda su extensión. Lo dicho. De lo mejor que he leído en mucho tiempo. Haceos con un ejemplar y disfrutad de su lectura. No me cabe la más mínima duda de que me agradeceréis la recomendación. Un novelón.