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ISSN 1989-4163

NUMERO 88 - DICIEMBRE 2017

Los Refugios de la Memoria

Itziar Mínguez

Autor: José Luis Cancho. Papeles Mínimos. Narrativa. 96 páginas. 15€

Con su anterior libro Lento proceso (papeles mínimos ediciones, 2013) ya supe que me encontraba con otra forma de narrar, que la voz de José Luis Cancho (Valladolid, 1952) tenía inflexiones, matices que lo sitúan muy lejos de un tipo de literatura de autoficción o memorias que se ha puesto de moda y hasta consigue en muchos casos colarse en las mesas de novedades y en las listas de más vendidos.

Lento proceso era uno de esos libros sobre los que no puedes dejar de preguntarte cuánto de autobiográfico tiene. Pero en Los refugios de la memoria el propio autor nos saca de dudas en la nota previa, aclarando que estamos ante un libro de memorias. Me fascinan los libros de memorias sobre todo cuando tienen, como es el caso, un carácter fragmentario, como de apunte, como si la propia vida pudiera contarse a vuelapluma. No imagino otra manera de hacerlo, los recuerdos ordenados, la progresión dramática con que ha de contarse una ficción no es aplicable a nuestra vida. Tal vez por eso los bio pic no suelen funcionar y las biografías demasiado documentadas o adornadas con profusión de detalles lejos de aumentar mi interés lector terminan hastiándome. La vida de las personas no es interesante todo el tiempo y, desde luego, no es interesante cronológicamente. A veces el clímax no está al final de la vida sino en los años primeros o en la adolescencia, por eso es difícil servir una vida como si se tratara de una trama que ha de atrapar al lector.

José Luis Cancho sabe hacerlo y lo hace. Su discurso vital se va dibujando a saltos, casi a trompicones, retomando cuestiones ya tratadas cuando la ocasión lo pide y haciendo elipsis de los momentos de la vida que no tienen interés para nadie excepto para quien los vive. Los refugios de la memoria es un libro que habla de eso, de la memoria pero también de los olvidos. La peripecia política de Cancho, la prisión durante la dictadura franquista, el episodio de torturas que vivió, -y no quiero destripar- la sensación de que en lo que cuenta hay mucho de regreso a lo que sucedió como si recordarlo fuera necesario para completar una vivencia de la que ni siquiera él está del todo seguro.

Esta manera de introducir la duda en el territorio de lo propio, donde lo que debería reinar es la certeza, es uno de los mayores logros de Los refugios de la memoria. Es cuando en plena reconstrucción de los hechos el autor desliza una suerte de duda sobre lo narrado, introduciendo así la microdosis de ficción necesaria para que el libro emprenda un vuelo aún más alto que el que planea a lo largo de toda la narración. Es, sin duda, una prosa de altura que apabulla precisamente por su exactitud. Es difícil ser elevado y ser exacto. José Luis Cancho lo consigue. La cuestión política, los viajes, la enseñanza, el amor, la amistad, la sexualidad, la infancia, son las distintas parcelas que se tratan en el libro, aunque no de manera compartimentada. Puede hablar de política y amistad, de viajes y amor, de enseñanza y de la cuestión social. Todo se mezcla con todo, el tono de crónica con que aborda algunos pasajes y el cercano al diario con el que acomete cuestiones de una hondura conmovedora. Me conmueve especialmente la parte más íntima de Cancho, cuando se desnuda sin darle importancia a lo narrado, como si pensara que lo escrito no lo va a leer nadie. Esa es, creo, una de las claves de su escritura. Da la sensación de que José Luis Cancho escribe como si no se le fuera a leer, con esa verdad aplastante que uno no tiene miedo de mostrar porque no va a ser sometida a otro juicio que no sea el propio y, por eso, indulgente. El impudor con que narra alguno de los episodios de su vida resulta profundamente emocionante. Los pasajes dedicados al lenguaje son algunos de los párrafos más hermosos que he leído en una suerte de literatura amorosa, por la verdad que destilan y por su extraordinaria lucidez. A medida que envejezco mi lengua se empobrece. Me siento en mi propia lengua como el aprendiz de una lengua extranjera. Así comienza Los refugios de la memoria. Lo inaudito es que, a medida que avanza vas sintiendo que la narración se hace cada vez más pequeña, más estrecha, entiéndase, no más pobre, todo lo contrario, lo narrado se va volviendo de una exactitud que apabulla como si cada vez su diccionario personal contuviera una terminología más escasa y seleccionar uno u otro término fuera una cuestión de vida o muerte.

Contestó Juan Rulfo cuando le preguntaron cómo había escrito Pedro Páramo: “quitando palabras”. Esa es la sensación que he tenido leyendo a José Luis Cancho, que él mismo se enfrentaba a la imposible tarea de estrechar el lenguaje para universalizarlo, para quitarle todo lo que sobra, lo accesorio y dejarlo en lo que es: 85 páginas de preciosa exactitud a las que no le falta ni le sobra nada. Un diez.

 

 


Los refugios de la memoria

 

 

 

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