En la escritura de Assia Djebar cristalizan algunas de las paradojas, choques y conflictos más característicos de nuestra época. Mujer, musulmana, argelina, Fatima-Zohra Imalayen (Cherchell, Argelia, 1936 – París, 2015) fue terca y coherente en el manejo público de sus ideas e intimista y delicada en la forja de sus relatos. En su literatura, en la que su propia trayectoria vital es la principal materia prima, estas tensiones no es que estén latentes, si no que aparecen explícitas y pormenorizadas, siendo habitual que sean el motor mismo de la narración.
Una complejidad que aparece incluso instalada en el propio seudónimo literario escogido: Assia (Consolación) Djebar (Intransigencia). Que se visibiliza en muchas facetas de su trayectoria. En la elección del idioma impuesto por el dominio francés para pensar y crear, manteniendo la lengua árabe materna para los lances más íntimos de cualquier persona; amar, sufrir, rezar... O en su implicación en la lucha contra la ocupación colonial de Argelia, que le costó la expulsión de la Universidad de París en 1958, y su nueva expulsión de la Universidad de Argel en 1965 por negarse a renunciar al francés frente a la arabización impuesta por el triunfante nacionalismo. O en el ingreso en la Academia Francesa en 2005 -la quinta mujer en conseguirlo, después que Marguerite Yourcenar ocupase uno de sus sillones por vez primera en 1980- y, a la vez, el contundente ejercicio que no aflojó de denuncia y rechazo de la superioridad cultural, ideológica y moral que se arrogan aún demasiados vecinos nuestros del otro lado de los Pirineos.
Sin habitación propia es el relato de ese periodo mágico que va desde los más remotos recuerdos de infancia hasta los turbulentos días de la adolescencia, en que deben tomarse las primeras decisiones trascendentes. Con un padre, profesor de la escuela francesa, tan abierto e innovador como para llevar a su hija a la escuela y enorgullecerse de sus progresos como cerril para montar en cólera cuando la ve subirse a una bicicleta y mostrar las rodillas. Con una madre retraída y discreta que sólo con el tiempo optará por desvelarse y mostrar, afirmar públicamente su propia persona. Con un país, la Argelia sometida, donde la segregación en función del origen, del género y la condición social eran brutales y espeluznantes pero donde también se filtraban por las rendijas de la convivencia rayos de conocimiento, emancipación y arte y se generaban sueños individuales y colectivos. La referencia a las mujeres labrándose su propio porvenir que hizo Virginia Woolf es explícita, tanto como la sensorial descripción que la autora hace de ese ámbito femenino postergado y discreto, en las casas, en los baños públicos, en las bodas y reuniones donde ellas creaban su tejido de complicidades, confidencias y apoyos mutuos.
"Solo reconozco una regla, aprendida y dilucidada, poco a poco, en soledad y lejos de las capillas literarias: no practicar más que una escritura de necesidad.", explicó Assia Djebar. Este empeño en retratarse, en explicarse y encarnarse en la literatura para así servir a sus congéneres, compatriotas, compañeros o lectores como constatación de que emociones, pasiones, limitaciones, anhelos, incertidumbres y sacrificios son intrisecamente individuales y a la vez necesariamente colectivos, late tenazmente en sus novelas. Sin habitación propia es una poderosa exhibición de memoria y de escritura precisa y personal, que no ensimismada. Que seduce por la cálida minuciosidad con la que se describen escenas, detalles, personajes y ambientes y en el que se recrea ese imperceptible soplo de libertad que luego será un valor esencial en la personalidad del adulto. Puesto que, en efecto, la infancia termina demasiado pronto en los países soleados.