Desde el año 2008, cuando Jesús Zomeño ganó el Premio Café Mon por Lengua azul, he sido un lector constante de sus relatos; tanto en Agitadoras, donde colabora con relatos desde junio del 2009, como en los libros que ha publicado desde entonces: Cerillas mojadas, De este pan y de esta guerra y Piedras negras. En todos ellos, el paisaje sobre el que Zomeño pinta sus relatos es el de la Primera Guerra Mundial, pero no son las historias bélicas que uno podría imaginar. Sí, algunas transcurren en las trincheras, pero lo importante no son las batallas; son las circunstancias y sicologías de sus personajes, que pertenecen a toda la gama social. En esos libros, Zomeño hace de notario social y sicólogo de los traumas bélicos, de los sentimientos y de los recuerdos de personajes anónimos que tuvieron la desgracia de vivir aquellos tiempos convulsos. Cualquier diría que Zomeño estuvo allí y que sus relatos son una crónica de los hechos y las personas que allí vivió y conoció. De esas lecturas he ido adquiriendo la certeza de que es uno de los escritores de relatos cortos más interesantes del panorama nacional.
Ahora llega a las librerías Querido miedo, de la mano de Sloper. Se trata de una nueva serie de relatos donde Zomeño da un giro radical a su temática que parece haber surgido de su visita a ese lugar común que todos visitamos al cumplir los cincuenta años. Da la sensación de que Zomeño ha sentido la necesidad de revisitar su pasado. Él mismo confiesa en la contraportada que: “Cuando mi padre enfermó y regresé a su casa, descubrí una carpeta con relatos que yo había escrito casi treinta años antes. Eran historias felices e ingenuas, con la ambición de quien a los veinte años tiene toda la vida por delante. Los completé, les apliqué la nostalgia y la ironía, luego les añadí la edad y quizá manché algunos relatos con amargura, pero nunca con resentimiento. Así he compuesto este puzle generacional, lírico y nostálgico, de los que fuimos adolescentes en los 80”. Y sí, Querido miedo es el fruto de esta primera reflexión sobre el camino recorrido, que parte del colegio aunque llega hasta un futuro incierto de un tiempo posterior casi contemporáneo.
Los relatos de Querido miedo hablan de los miedos que nos asaltan en nuestro camino hacia la madurez y los que allí nos pueden estar aún esperando. Jesús, en efecto, mantiene la frescura ingenua de aquellos relatos primerizos pero los embellece y redondea con la maestría que su pluma ha alcanzado a lo largo de los años y con la mirada resignada de quien ha constatado la dura realidad del futuro conquistado. Recrea los momentos y emociones de aquellos años; muchos de los cuales, aunque variando en sus detalles, responden a unas situaciones vividas por muchos de nosotros. Uno se puede sentir perfectamente identificado con muchos de los puntos de partida o con ciertas imágenes. Como ejemplo, el mismo comienzo del libro es así:
“No hicimos el viaje fin de estudios cuando terminamos la EGB, a pesar de haber pasado todo el año vendiendo bocadillos de atún en el recreo.” Creo que esa experiencia de la venta de bocadillos de atún la hemos compartido la mayoría de sus lectores y, como él, recordamos aquel tiempo entre la nostalgia, la alegría y la tristeza.
O en ese mismo relato:
“Mi padre fuma ducados, pero los cuenta.” Quienes comenzamos a fumar de adolescentes, sin apenas dinero, acostumbrábamos hurtarlos a nuestros padres, tíos o hermanos mayores, aunque siempre había quien los controlaba y de cuyos cigarrillos nos manteníamos alejados.
Sí, en el libro, muchos retrocederemos al baúl de los recuerdos y constataremos que compartimos muchos puntos en común con el autor, con sus miedos, anhelos, alegrías y, sobre todo, sus anecdóticas frustraciones. Aunque también con las escasas alegrías que el futuro nos ha regalado.
Pero lo que nos hace disfrutar sobre todo los relatos de Zomeño es su forma de mostrarlos; el estilo de su narrativa ágil, original e incisiva. Su percepción aguda de los detalles y de los personajes que los habitan. Los numerosos pensamientos que acompañan cada episodio relatado son buena muestra de la originalidad e imaginación que siempre nadan en sus libros. Sirvan unos pocos como muestra de ello:
“Forjamos mentiras con las verdades que no estamos dispuestos a defender.”
“Los pensamientos profundos te complican la vida, pero si llegas a creer en tomates mutantes el resto de las cosas dejan de tener importancia.”
“Me pregunto si las hormigas verán el arco iris en el cielo cuando haya sol y alguien orine de pie por encima de ellas.”
“Cada cicatriz es como el largo teclado de un piano, aunque la música hace que le supuren las heridas más tiernas.”
Y por otro lado, en muchos de los relatos, el final nos regala un giro que logra que se rompan las ideas hasta ese momento concebidas y que entrarían dentro de lo previsible y común. Así sucede en el caso de El diario de Madrid, con la hija cuyo aparente cariño hacia el padre se descubre pura avaricia, o el de El hombre que miraba las cebollas, cuya explicación final, que se muestra como un añadido posterior, nos refleja al protagonista inmerso por sus actos en un bucle de acciones intergeneracionales cuyo origen puede remontarse a un pasado inaprensible.
En fin, os recomiendo su lectura con la certeza de que me lo agradeceréis.