Dices que te decían que el pasado, pasado estaba y nunca volvería con su cesta de frutas y almendras amargas. Que tienes que cerrar página y abrir un nuevo cuaderno en blanco pues el mundo es ancho y ofrece un amplio abanico de posibilidades.
Tanto te decían que a ti te costaba escuchar las voces. Quizás la principal pérdida de la vida actual radica en que casi nadie se pone en la piel de casi nadie y así es difícil tratar de descifrar el dolor de alma que cada uno lleva dentro. Más allá de su epidermis, más allá de la mirada externa que no sabe qué se mueve en los adentros.
Abrir nueva página en blanco. Muy fácil decirlo pero cómo escribirla si ya el presente es una incógnita sola y rutinaria y el futuro un gran pozo oscuro, sin fondo donde atisbar la ansiada y quizás inexistente agua. El pasado es la única sombra fresca pese a su amargura en la que reflejarse en días perdidos y derrotados como este cuando hay bien poco a lo que agarrarse.
El pasado era el puerto melancólico que nos otorgó por un tiempo el pájaro de la felicidad. Soñamos ser felices con la dicha del instante perpetuo entre las manos. Pero ahora el presente es el futuro de la nada, los días fotocopiados en sus esclerotizantes rutinas y las noches como lobos solitarios aullando tu desconcierto y tus pérdidas. El futuro es un rostro incógnito, unas manos inciertas, unas palabras que se escapan antes de formularlas, unos ojos que ignoran tu presencia.
Y los demás dices que te dicen que cierres candados, abras puertas nuevas, que sigas adelante (por dónde, cómo), que la vida siempre espera con flores nuevas. Y tú sacas la sonrisa del lobo y gruñes que no te insulten con su aparente felicidad de besitos y te quieros mercantilizados por el triángulo verde, de vida convencional con sus fechas y sus cumpleaños señalados, sus suegros e hipotecas como cadenas de hierro en sus cuerpos dichosos y familiares.
Y tú les dices que tu tiempo es no tener nada claro y no saber dónde te conducirá el navío cada tarde, ni siquiera en las noches estrelladas.