El mundo ha cambiado, a mejor, a peor según se mire, las prioridades son otras, los objetivos, la ruta y la manera de recorrerla. Las generaciones que nos suceden son distintas, perciben el mundo de otro modo y esperamos hagan las cosas diferentes con su futuro y con el planeta. De nuevo mejor o peor está por ver.
En esta línea de cambios la tendencia actual de los modelos educativos está en constante evolución, en un avance permanente, lejano a la inflexibilidad rancia que nos marca la LOMCE. Son muchas las escuelas públicas, concertadas y por supuesto privadas que se han ido sumando a esta cadena de cambios en el modo de enseñar, en los objetivos a conquistar, en el perfil de alumnos y el modelo de profesorado. Acogidos a las nuevas metodologías, a los nuevos sistemas, a una nueva línea de pensamientos, más libre, creativa y participativa.
Los centros se adaptan al nuevo alumnado, enseñan a través de la experimentación, exploran las siete inteligencias, según nos cuentan educan personas autónomas, capaces de explorar todo su potencial, disfrutando de la diferenciación personal, marcándose objetivos individuales, formando a individuos felices, conocedores de sus límites y anhelos.
A grandes rasgos es un modo educacional quizá menos novedoso que vanguardista, exitoso hasta donde conocemos y un cambio necesario e inspirador sin duda.
Para hablar de ello el mes pasado La Vanguardia entrevistó al doctor en economía y empresa Marc Oliveras, que preside el patronato de la escuela L`Horitzó de Barcelona, sucediendo a sus padres en la dirección del centro. En su escuela afirma que enseñan a los niños a ser flexibles y capaces de acoger todos los cambios del futuro con creatividad. Dice que se trata de educarles para potenciar su plasticidad cerebral, su creatividad y ductilidad. Aprender a aprender, explorando, experimentando, investigando y jugando.
El titular de la entrevista rezaba “No todos deben ir a la universidad para ser felices”. Y es en ese punto donde surgen las dudas a borbotones.
Por un lado todo ese proceso de aprendizaje al final se topa con el inmovilismo del sistema educativo universitario, puede que incluso el de bachillerato y con las reválidas vigentes Y aunque me parece un método de enseñanza alentador e incluso mejor que el existente no tengo claro si te prepara para afrontar la universidad de modo exitoso, mientras ésta no cambie y acoja el cambio, no al tratarse de un sistema rígido tan a la antigua usanza.
Por otro lado ese ideario impulsa a no tener la universidad como objetivo y afirman que hay quién puede no valer para la universidad pero sí para ser feliz. Lo curioso del caso es que aun siendo así, los que realizan estudios sobre lo felices o no que son los no universitarios y cuan confortable puede resultar su futura vida, han pasado por la universidad. El propio Marc Oliveras tiene un doctorado, el periodista que le entrevisto, pasó por la universidad.
La realidad tal como yo la veo es que sin estudios tus posibilidades de ganarte la vida de manera próspera son escasas, no son imposibles, pero qué duda cabe que sin estudios universitarios las opciones disminuyen considerablemente. Si tu economía es escasa, el acceso a salidas recreativas, escapadas lúdicas, prácticas de hobbies varios y la posibilidad de acudir a eventos festivos se ve fuertemente mermada. Eso socaba gravemente la vida social que a menudo va muy unida a la amistosa, paraliza la consecución de sueños, ya sean prosaicos, artísticos o de otra índole. Desde formar una familia a recorrer el mundo en barco o aprender a pintar, el dinero es necesario y si no formas parte de la excepción agraciada con el premio millonario de algún juego de azar, la falta de estudios te aleja de una economía holgada y en cualquiera de los casos es determinante para acercarte a la libertad de movimientos, a la tranquilidad y a la ansiada felicidad. Ya que rodeado de deudas, de deseos incumplidos y ansiedad es bastante improbable ser feliz.
O sea que ir a la universidad no te garantiza el éxito, eso está claro, pero aumenta exponencialmente tus alternativas laborales. Por ende aumenta tus expectativas económicas y las muchas puertas que abre.
Así pues alentar a la felicidad como objetivo en la vida me parece bonito y esperanzador, siempre que no vaya en detrimento de marcar los estudios universitarios dentro de la casilla de objetivos prioritarios. Alentar a estudiar una carrera debería seguir siendo imperativo.
Y la lucha pertinente, ahora entre muchísimas otras, tal vez sea acabar con las reválidas, modificar los métodos de enseñanza en bachillerato y en la universidad y acercar la misma a todos.
Tal vez la cuestión sea que la felicidad esté de momento más vinculada al dinero de lo que queremos y el dinero está ligado a los títulos, aunque no siempre al conocimiento y ello nos proporciona libertad, merecida o no, un derecho que peligra en una Europa fragmentada y que escasea en un país en quiebra moral, económica y política.
Al final vuelvo a las dudas que surgieron de ese titular en un bucle infinito y me pregunto.
¿Existe confort sin éxito? ¿ Existe éxito sin estudios?
Lo que nos lleva a: ¿Sin estudios existe la felicidad?