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ISSN 1989-4163

NUMERO 58 - DICIEMBRE 2014

Naranjas Exprimidas

Jesús Zomeño

La señora Moriarty compró naranjas en el mercado y luego pasó por el 221 B de Baker Street.

Holmes volvía a estar solo, desde el matrimonio de Watson con Mary Morstan. Aquella mañana, además, estaba profundamente aburrido, sentado en el sillón con un ejemplar antiguo del Times, de 1883.

-Ha venido a visitarle la señora Moriarty –anunció la señora Hudson.

El detective levantó los ojos del periódico, apenas lo mínimo para que se le viera arquear las cejas en señal de sorpresa.

-Ruego me disculpe, Holmes, pero vengo a pedirle consejo y plantearle un dilema... Mire, si parto en dos esta naranja, observará que aprieto con cada mano una mitad y que el zumo resbala por mis brazos. Ahora cierro los puños, los agito en el aire para ganar fuerza y vea que aún queda zumo retenido, que rebosa por mis dedos entre pulpa y burbujas. Disfrute la palma de mis manos, con la naranja estrujada ¿Qué siente?... Mi dilema es el siguiente: ¿porqué todos los hombres imaginan que los masturbo cuando exprimo una naranja?

Holmes contemplaba la sonrisa maléfica de la señora Moriarty, segura de que había vuelto a provocarle un orgasmo en silencio. Pero ella no esperó respuesta, se marchó.

Empezaba a obsesionarse con aquella mujer y decidió protegerse. Era un hombre cauto. Le cambió el nombre, inventaría uno, la llamaría Irene Adler en sus diarios, para que nadie supiera nunca de quién se trataba. La dotó de inteligencia para admirarla, sin olvidarse de su maldad, por la que tanto la odiaba.

 

 

 

Naranjas exprimidas

 

 

 

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