La Libertad según Jonathan Franzen
Gabriel Rodríguez
Salamandra, Barcelona, 2011. 672 pp. 25€
¿Cuál es la pesadilla de dos progres biempensantes ecologistas y votantes del partido demócrata? Pues sí, exactamente: que su hijo adolescente se mude a casa de los vecinos republicanos, negacionistas del cambio climático y conductores de un descacharrado pickup decorado con pegatinas xenófobas, y que se acerque de forma más o menos racional a sus posturas ideológicas. Eso al menos es lo que nos plantea Jonathan Franzen en el arranque de su voluminosa novela Libertad .
Etiquetar Libertad con los tópicos de novela coral o vivo fresco de la sociedad americana de los últimos treinta años sería simplificar mucho las cosas, aunque desde luego se trata de una novela construida con la pretensión decimonónica de representar el mundo al modo de Guerra y Paz , de la que bebe sin esconderse. Si Stendhal decía que su estilo era el del código civil, la pretensión de Franzen es la de hurgar en la conciencia de sus compatriotas. Le falta desde luego un punto de acidez para llegar tan hondo como Philip Roth, pero su incursión tangencial en el turbio mundo de las contratas en Irak a partir de 2003 ya basta para justificar la lectura del libro. No conviene olvidar la codicia infame de quienes promovieron aquella guerra al otro lado del Atlántico y la imbecilidad ilimitada de quienes la jalearon en este.
El esfuerzo de adentrarse en el mundo de Libertad bien merece la pena. La novela engancha y sus seiscientas páginas van pasando como paisajes a los lados de la autopista. No obstante, se le pueden afear algunos diálogos, ya que demasiado a menudo varios personajes parecen hablar con el mismo tono repelente (muy adecuado sin duda para Walter, uno de los protagonistas, aunque cuestionable para otros) o los animosos pasajes en los que Franzen se recrea en el entorno como si estuviera redactando una guía turística. Quizá se pueda atribuir a la traducción el primero de esos defectos, aunque no así el segundo. Puede también rechinar alguno de los giros de la historia, pero habrá que concederle a Franzen, en su ejercicio de emulación de la realidad, que muy a menudo la realidad bien se cuida de ser verosímil.
El gran acierto de Franzen es que, a pesar de la variedad de personajes, se centra en media docena y ahonda de verdad en ellos. En su recorrido de varias décadas nos muestra sus gestos de nobleza y miseria hasta que consigue que nuestra empatía con ellos oscile notablemente según la parte del libro que estemos leyendo. Ese es pues el verdadero ejercicio de la libertad, el crédito para acertar o equivocarnos y acarrear la pesada carga de las consecuencias.
En uno de los mejores momentos de 2666 , la desaforada obra póstuma de Bolaño, uno de sus personajes reivindicaba la valentía de la gran novela imperfecta, también de desaforadas dimensiones, frente a la perfección de las obras maestras breves, perfección un tanto amanerada. A este respecto ponderaba Moby Dick o El Proceso frente a Bartleby o La Metamorfosis . Según la idea que Bolaño ponía en manos del boticario Amalfitano, las obras breves perfectas venían a ser como asépticos ejercicios de esgrima mientras que la gran narrativa se equiparaba con una batalla real, desbordada de lodo, sangre y heces. Pues bien, en Libertad tenemos una de esas batallas reales desempeñada por soldados a los que se les exige el coraje de vivir, de bucear en el fango y salir a la superficie una y otra vez pringados por el lodo de la existencia. En definitiva, pura libertad.