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ISSN 1989-4163

NUMERO 58 - DICIEMBRE 2014

La Nueva Sentimentalidad

Francisco Gómez

De entrada quiero decir que no soy un estudioso ni un crítico literario. No me gano las habichuelas con reflexiones sobre libros, autores, corrientes, tendencias y esa palabra odiosa que tanto etiqueta lo inclasificable como son las "generaciones". Nadie es igual a nadie y en literatura mucho menos. Bastante tiene cada cual con sus obsesiones y encontrar su voz, su estilo particular.

Me conformo con ser un lector de aquellas obras literarias que me gustan y hacen pensar, soñar, sentir, creer y descreer y a veces un intento de escritor que muy probablemente nunca llegue a parte alguna con las queridas y difíciles letras.

Pero eso sí, vengo observando de un tiempo a esta parte, mejor dicho, leo a un grupo de escritores españoles de diferentes edades y lugares geográficos que, en mi pequeña opinión, tienen un punto en común: buscar lo que uno llama la nueva sentimentalidad a la hora de abordar los temas y personajes literarios de este tiempo tan duro y descreído que vivimos. Son historias, en apariencia sencillas, contadas con un mimo y un cuidado hermoso  a la palabra con el propósito de llevarnos a los lectores a la emoción verdadera, al sentimiento que abraza nuestro interior y en ocasiones nos haga temblar la honda palpitación del espíritu al buen decir de D. Antonio Machado.

Son escritores nada cursis, ni culturetas, ni volcados en la experimentación de las formas con un juego maravilloso del empleo sencillamente trabajado de la palabra para revivir nuestro yo profundo con textos como "Y que se duerma el mar" de Gustavo Martín Garzo o "El río del edén" de José María Merino o textos más alambicados, con un panorama sombrío, inquietante  en "La mala luz" de Carlos Castán y la redacción de frases sugerentes con metáforas deslumbrantes, lúcidas y terribles que tratan de explicarnos el paisaje emocional y psicológico de los personajes perdidos en mitad de una noche que no acaba nunca.

Mención individual merece uno de mis escritores preferidos, Julio Llamazares y "Las lágrimas de San Lorenzo", libro denostado por algunos pero que para este observador es  un ejemplo de serenidad y reflexión sentimental sobre el paso del tiempo y la fugacidad de nuestras vidas, "cuando todavía creía que la vida era una estrella que no se apagaba nunca". Un padre se encuentra con su hijo en la noche de Ibiza para contemplar la lluvia de estrellas en la noche de San Lorenzo. "Es natural que el tiempo lo borre todo desde los sueños a las promesas y desde las estrellas a las fotografías", "la fascinación de quien cree que el tiempo es eterno, como yo lo creí también y como lo seguiría creyendo si la edad no empezara ya a asustarme", "jóvenes como yo que creían que el tiempo era como el mar, inagotable y siempre volviendo".

"El río del edén", de José María Merino, autor que en mi balance de pecador literario no conocía, es una novela profunda, conmovedora, de un escritor muy conocedor de las relaciones y sentimientos humanos con la visión de un edén paradisíaco inventado por una pareja de urbanitas con el trasfondo del mito del lugar original donde salvarnos  por el amor y con la naturaleza como testigo y la posterior traición documentada con referencias medievales. El problema de la identidad y sus duplicidades que provocan terribles cambios y zozobras.

"Dicen que el ser humano tarda poco más de ocho segundos en enamorarse..." "El tiempo es eso que pasa mientras estamos hablando, mientras caminamos", "Los momentos de amor siempre crean un olvido que, aunque sea pasajero, instantáneo  y les da su especial dimensión fuera del tiempo", "los dos Danieles que cobijas dentro de ti, el intemperante, el insensible, el egoísta".

La última peregrinación que protagonizan Daniel y su hijo Silvio (el chicodáun como él mismo se define) para dejar en el lugar amado, el edén mítico, los restos de la esposa, el punto donde ella quería reposar para siempre. Escuchemos a Silvio y el que pueda que se aguante las lágrimas:

"Igual vienen por el tesoro que cuenta papá que está allí escondido y que no nos vamos a dejar llevar nosotros porque a lo que vamos es a dejarte a ti en ese sitio  que dice papá que te gustaba tanto donde el tesoro y yo tengo ganas de conocerlo, mamá o urnamamá o comoquiera que te llames desde que te dormiste para siempre (página 40).

"La mala luz", la primera novela de Carlos Catán, después de publicar tres buenísimas colecciones de relatos, es la historia de dos náufragos perdidos en una nueva ciudad, desarbolados emocional y psicológicamente tras sus separaciones con la consumación de una sospecha y su estela de miedos e inquietudes que desemboca en el engaño y la tragedia. El sentimiento en su luz anversa, la mala luz, la luz del dolor, del desequilibrio, de la tristeza.

"Persigo en las palabras una familiaridad antigua, un aire hogareño por así decir, una calidez que aunque termina siempre por revelarse efímera y esquiva logra por momentos el espejismo de alto el fuego provisional en medio de la inacabable batalla que libran mis nervios contra sí mismos".

"En ese momento mi estado afectivo era atroz. Las calles, el mundo incluso cualquier habitación en la que yo me encontrase había quedado en pura intemperie", "la estética del pesimismo, los ecos de un Shopenhauer mal leído sonando de fondo, como un violonchelo oculto en las sombra y ese universo bellísimo y oscuro, desbordado de venenos y paseantes solitarios, putas de Brassai y bebedores solitarios de Picasso o Degas, licor salvaje, lluvia en las callejuelas".

En el otro  extremo de esta nueva sentimentalidad se encuentra Gustavo Martín Garzo con su novela "Y que se duerma el mar", antecedente de "El lenguaje de las fuentes" (Premio Nacional  de Narrativa 1994). Martín Garzo nos cuenta las andanzas de una niña manca de su mano derecha, cuyo nombre es María (que en hebreo significa amada, página 14). Sus padres, Ana y Joaquín quieren  desposarla con el carpintero José antes de que su progenitora fallezca. "Las dudas del encantador corazón de María a casarse con un hombre mucho mayor que ella y por quien no siente la ebriedad y la congoja amorosa". La gentileza, la timidez de José. "José llegó al atardecer sobre un asno. Uno de los criados anunció su llegada y Ana y María salieron a recibirlo. María estaba muy hermosa pues Ana la había vestido para la ocasión. Parecía una novia y sus ojos desprendían bondad cuando se dirigió a José para ofrecerle su casa en  nombre de su madre. José se apeó del asno y se inclinó gentilmente ante ella” (página 81).

"Una semana después, María llegó a Nazaret. José el carpintero estaba esperándola en el camino y le ayudó a bajar del asno. No le preguntó dónde había estado ni lo que había hecho en todo ese tiempo. María iba a empezar a hablar pero José se lo impidió poniendo delicadamente las yemas de los dedos en sus labios (página 240).

Uno no pretende sentar cátedra ni imitar a los teóricos y catedráticos de Literatura pero observo que este movimiento que me atrevo a llamar "nueva sentimentalidad española" está echando a caminar con fuerza y novelas dispares pero muy interesantes con historias que atrapan y hacen sentir y pensar y con el mimo a la palabra por bandera.

Seguro que hay más escritores de los citados pero a mi entender José María Merino, Gustavo Martín Garzo, Julio Llamazares y Carlos Castán son un cuarteto de autores necesarios para leer y seguir esta nueva sentimentalidad que enriquece con sus discursos literarios las letras españolas.

 

 

 

 

 

Garzo

Llamazares

 

 

 

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