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ISSN 1989-4163

NUMERO 58 - DICIEMBRE 2014

A Oscuras Ver el Cielo

Edgard Cardoza

El cielo es muchas cosas. Es el lugar utópico del ascenso del alma prisionera de un cuerpo corruptible a su liberación definitiva. Es la enorme burbuja de intangible presencia, pero cierta, que rodea a la gota de vida que es el mundo. Es el amor ideal apenas bosquejado de certezas por cumplirse, previo al grito de desesperación de sus promesas en derrumbe al caldero de fuego inevitable. El crepúsculo, el amanecer, de pronto se revelan como un cielo. Es, a veces, un instrumento de fingida armonía para hacer coincidir trozos de infierno.

Un trozo azul tiene mayor intensidad que todo el cielo , afirmó el poeta (Alfonso Cortés) en su último instante de lucidez, mientras se arrancaba piojos de la cabeza y los comía para que la luz entrara en él: el sentido común es el cielo de los hombres despiertos y la ensoñación es el cielo de los lúcidos, o sea que en aquel breve instante, el poeta no volvió en razón sino soñó lúcidamente.

El ave tiene cielo sólo cuando descubre que existe la caída. El roedor aguarda la caída del ave para ocultarse en su guarida y no salir nunca más, harto de cielo. Y el espacio entre el vuelo del ave y la guarida del roedor es un celeste infierno que todos conocemos como alma. Si el alma no existiera todo sería cielo, únicamente.

El ladrón desde su cárcel sólo piensa en hurtar el foco que lo alumbra y lanzarlo a la calle para que su luz encuentre el cielo: cuando el foco se rompa contra el piso de la calle habrá empezado a andar hacia su cielo que es él mismo pensando en su mano fraudulenta como un faro. El santo no sabe lo qué es el cielo y reza para que Dios le conceda aburrimiento suficiente para no dar con la respuesta. El asesino mata para demostrar que no existe ningún cielo, porque su paranoia es que el infierno lo persigue: cuando muera abatido por su sombra, una nube de pus –y en medio su cuerpo- será el cielo. La prostituta es un antidios cuyo oficio consiste en rumiar en su seno los frutos del árbol de la vida y arrojarlos al mundo maldecidos: su cielo es el árbol sin ramas sin hojas y sin frutos, el palo solo.

El río tiene muchos cielos: la lluvia que lo surte de compases de la música eterna del océano, el cauce que devela espejismos a su paso, el ojo que lo funda en cada parpadeo. Todo tiene un cielo desmedido que lo aloja, excepto el mar cuyo cielo de fervor es sólo un puerto anclado en cierta orilla como olvido fumando barcarolas. Los marineros inauguran un cielo cada día: la ruta de los vientos es su cielo (viajero, el sol está emergiendo de tu sueño). Recordemos el cielo abrupto de Ahab el marinero: una ballena blanca tan grande como Dios. O el cielo de Odiseo después del sitio heroico y el retorno azaroso: su tiempo tejido y destejido en el paño de Penélope. O el cielo de quien contempla el mar desde el acantilado y no encuentra si es mejor el cielo prometido o el cielo ante sus ojos.

El lobo tiene un cielo de noche y luna llena que enciende sus pupilas y aguza los dientes de su instinto: la presa tiene un cielo de miedo ante sus ojos, y en su último instante se congracia de ser tanto bocado para el lobo. El cielo del volcán es la boca de un lobo que no aúlla, pero eructa farallones de miedo en las laderas. La tortuga de tierra comparte el mismo cielo con la tortuga de agua: el tiempo que diluye horizontes de prisa en la distancia. La guacamaya no sabe convencerse todavía si es su cielo el arcoiris o el eco de la voz de un pastor contra el relámpago.

Todo ángel es terrible , dijo también el poeta (Rainer María Rilke) mientras abría el cielo con su cetro de dios de las palabras; dijo también: es peligroso el ángel que al bajar desde atrás de las estrellas funda espejos de belleza desbordada . La primavera tiene un cielo de flores donde brotan escuálidas gotas de rocío a decretar que la belleza es breve pero eterna...

El cielo de la voz es el ojo que ve lo que ella alumbra.

 

 

 

A oscuras ver el cielo

 

 

 

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