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ISSN 1989-4163

NUMERO 58 - DICIEMBRE 2014

Con el Fuego en la Entrepierna

Carmelo Arribas

El magnífico retablo de Juan de Borgoña sobre el Juicio Final que se encuentra en la Catedral de Toledo, vuelve a darnos una visión de la obsesión, en ese tiempo, del pecado de la fornicación, como si este fuera el único juzgable en ese Juicio Final que nos muestra. En otros cuadros, que se refieren al Juicio Final, la variedad de los pecados representado y los castigos que merecen, es amplia, tocando prácticamente, los diez Mandamientos. Sin embargo en este cuadro, se cargan las tintas sobre el sexo y, aunque aparecen sobre los personajes los diversos nombres de los siete pecados capitales, es sobre el “ardiente” sexo femenino donde mayor es el fuego, porque pese a que hay también en el infierno hombres, a estos no se les quema el sexo, ni tienen, apenas, fuego que les atormente; sólo a las mujeres. La existencia de un amorcillo al que también le arde la entrepierna, trae múltiples interrogantes. ¿Se trata de un Cupido que ha lanzado sus dardos sobre el amor prohibido, ese amor pecaminoso? Sin embargo, puede haber una interpretación, más dura y quizás más actual, cuya pista nos la da el letrero de la Ira que luce sobre su cabeza el individuo al que toca ese amorcillo, ¿o se trata de un niño, al que la ira, que puede significar la violencia, ha caído sobre él y en realidad, al arder su sexo, nos está hablando de pederastia y de abuso y violencia contra un niño? Queda ahí la pregunta. Pero surge otra. ¿Por qué esa obsesión, de casi monopolizar, el cúmulo de pecados que puede cometer un hombre/mujer en sólo el sexo? Porque otra escena que nos encontramos en este Juicio Final de Juan de Borgoña, es la de los muertos que salen de la tumba y uno de ellos, que representa a una mujer, es atrapada por el pelo por un demonio, con forma de cerdo, símbolo repetitivo en toda la iconografía, de la lujuria.

La respuesta puede estar en la proliferación tras la Conquista de América de las enfermedades de transmisión sexual, sobre todo la sífilis. Diversas teorías históricas llegan a apuntar incluso que la locura de Doña Juana la Loca, mujer de Felipe el Hermoso, no fue sino uno de los efectos de esta enfermedad, que le habría transmitido su promiscuo marido, cuya muerte temprana pudo haber sucedido por esta o, como apuntan algunos, por envenenamiento organizado por su suegro D. Fernando el Católico, por abundantes motivos, y entre otros, podría ser por el desprecio de sexo, y por haberla contagiado de estas enfermedades a su hija. Locos históricos por causa de la sífilis los hay abundantes; Deborah Hayden, en su libro Pox: Genius, Madness, and the Mystery of Syphilis (2003),dice: “La súbita caída en picado de Nietzsche desde el pensamiento más avanzado de su tiempo a la más desesperada demencia se ha dicho a menudo que es como si hubiese sólo una separación muy sutil entre la locura y la sífilis terciaria, como si aquel 3 de enero, un numeroso ejército de espiroquetas se hubiese despertado de repente después de décadas de dormir profundamente y hubiese atacado su cerebro, en lugar de la realidad biológica”.

La historia nos trae personajes como Abraham. Diversos estudios apuntan a la posibilidad de que su mujer Sara tuviera gonorrea, lo que le impediría tener hijos hasta que esta se le curó.

Hay un pasaje en la Biblia que produce cierta perplejidad y que apuntaría a esta posibilidad.

"Cuando estaba próximo a entrar en Egipto, dijo a Sara, su mujer: "Mira que sé que eres mujer hermosa, y cuando te vean los egipcios dirán: "Es su mujer", y me matarán a mí, y a ti te dejarán la vida, di, pues, te lo ruego que eres mi hermana, para que así me traten bien por ti y por amor de ti yo salve mi vida". Cuando, pues, hubo entrado Abraham en Egipto, vieron los egipcios que su mujer era muy hermosa; y viéndola los jefes del faraón, se la alabaron mucho, y la mujer fue llamada al palacio del faraón. A Abraham le trataron muy bien por amor de ella, y tuvo ovejas, ganados, asnas y camellos. Pero Yavé afligió con grandes plagas al faraón y a su casa por Sara, la mujer de Abraham; y llamando el faraón a Abraham, le dijo: "¿Por qué me has hecho esto?... Ahora, pues, ahí tienes a tu mujer, tómala y vete". Y dio el faraón órdenes acerca de él a sus hombres, y le despidieron a él y a su mujer con todo cuanto era suyo" (Génesis, 12, 11-2).

Muchos al hablar de esta frase, “al faraón y su casa” dan a entender que esta plaga era la gonorrea, y que Sara la habría contagiado a él y a muchas de sus concubinas .

El fuego pues, que aparece quemando el sexo en el cuadro de Juan de Borgoña, no sería sólo significando el castigo por la lujuria, ni tan siquiera la representación del ardor sexual, sino también la plasmación de todos los picores y molestias que producía la enfermedad.

Ante la ausencia de remedios para curarse eficazmente, sólo quedaba una salida: el volcar las tintas del Poder, en connivencia con la Iglesia, sobre ese pecado sobre los demás, para ver si la castidad hacía los efectos de ese “antibiótico” del que se carecía para curar la plaga. El problema fue que, a pesar de todas las representaciones, las llamas del ardor sexual del momento, tenían más fuerza que las futuras llamas del Infierno.

 

 

 

 

El juicio final

 

 

 

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