No pudo huir de amor, iras y engaños:Cervantes: QI 52
(A Esperanza López Marcos y a su barquera del río Duero)
Tatuado por el veneno de sus piernas
siguió mirando su falda doblada
a la altura del mar, en la orilla
del primer pespunte –hilo de ayer, soga hoy de ahogado-,
azotado por el velo vertiginoso negro del viento,
cubierto de perfiles que cortaban los dedos,
cuando el silencio hería a navajazos la acidalia,
y las señas del talle palpaban hasta las olas.
No pudo huir, de amor, iras y engaños.
El mordisco inminente de una mentira plisada,
por la espalda cruzada de las caricias, morena
pelo largo, embestida apacible y desnuda,
sosegados martirios azul de los ojos, posados,
a duras penas, bajo el lago de sus rodillas,
de hombros en arenas de reloj, lentos,
cicatriz indeleble como un aliento
donde los deseos se calan por aquellos primeros
pares de besos que no le dieron la lengua de sus manos.
No pudo huir, de amor, iras y engaños.
Se perdió por la alta esquina de los nardos,
en las avenidas de números y perfiles que asaeteaban
-san Sebastián agonizando alegre de sus flechas-
ese paisaje de madreselvas de gran manzana,
oliendo a gritos y canela, altas ramas
sacrificadas por el delirio de los altares
de tanta altura ciega, impertérrita, velas
de una luz ajena, que se sentía sin ella abrazada
a la columna del dolor de tus piernas.
No pudo huir, de amor, iras y engaños.
Para sentir la boca de sus palabras
entre la sima cruenta del vértigo,
el musgo inútil de otra mirada,
que adivinaba hasta el sabor de las estrellas,
como una negación perdida,
sin un hueco donde nacer su nido,
ardilla subiendo el árbol de sus muslos,
aterido ante la pasión de la piel, sonora,
lento, como si el tiempo abrazara caléndulas
y la noche, ocupada en sus sabores, dejara de cenar,
no pudo huir de amor, iras y engaños
para sentir los dientes de sus palabras.
Y se quedó en casa, leyendo el primer final,
ojeando el borde roto del vaso
donde pensaba haberla invitado
hasta que la vainilla fuera canela
y las piernas un póker al descubierto,
mentido, impaciente, agredido
preso adamado, tibiamente sincero,
por su propio adiós entre los huesos,
un beso no dado, encaramado a los dátiles de las palmeras,
el fiero lagar azote oscuro de su pelo
y a un paso imposible, un beso impasible.
Pero él, no pudo huir de amor, iras y engaños.
(El taladro abrupto de tus piernas lo seguía envenenando).
* “Las nubes hiende, el aire pisa y mide
la hermosa Venus Acidalia, y baja
del cielo, que ninguno se lo impide”.
Cervantes: Viaje del Parnaso: capítulo V, vv. 94-96
( ̛Ακιδαλίη: la que excita el deseo)