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ISSN 1989-4163

NUMERO 48 - DICIEMBRE 2013

286 Maravedís: El Olvidado Pago a la Literatura (2)

Ramón Asquerino

A Pilar Egoscozábal, vascofilia de Cervantes y propia, por quien tanto me comparto a la lectura hipersensible. Y al pastor Aristeo, loco en dolores por haber perdido sus abejas.

A la mitad del camino entre el QI de 1605 -más parecidas las doce narraciones a este por su gran plasticidad religiosa propia del Barroco-, antes del desgarbado apócrifo de Avellaneda (¿de Ginés de Pasamonte, o de Lope y Guillén de Castro?) en 1614, y  de las publicaciones del QII y de sus Ocho comedias y ocho entremeses nunca representados de 1615, aparecen estas Novelas exemplares, 1613, cuyo cuarto centenario se está incumpliendo en la actualidad entre soledades: por su poca consideración y el menor caso oficial. Hoy, la lectura más completa y accesible es la edición de Juan Bautista Avalle-Arce: Madrid, Clásicos Castalia, 1987, en tres muy detallados, asequibles, accesibles para todos los públicos y cómodos volúmenes, con una introducción indispensable, que es la que recreo, y a quien me debo.

Son las Exemplares el pago eterno que la Literatura -olvidadiza sobre manera durante este año entre las páginas ‘honorables’ y homenajes al uso de este país- debe a Cervantes por ser el origen de la novela moderna, que inaugura la mezcla del realismo objetivo, es decir, la historia, la verdad, la noticia y el idealismo, más el ‘otro’ realismo, a saber, el de los contrarios, “parecer una cosa por otra”, el engaño desengañado a los ojos. Así, se juran fidelidad el baciyelmo, QI41: la bacía, que es el ser, y el yelmo, el deber ser; el “sacridiablo” del entremés de La cueva de Salamanca; ‘la mesa de trucos’ como metáfora de la ficción literaria; ‘la tropelía’, el engaño a los ojos. Y porque todo puede ser todo. En una palabra, “la escritura desatada”, QI47, que, libre de rigideces y normas, convierte la ficción en verosímil y crea la novela. Habrá que esperar al Ulises de Joyce, 2/2/1922, para ampliar la visión de la narrativa con el monólogo interior puro final de Molly Bloom.

Una gitana y el mundo de los gitanos –nada apreciados entonces tampoco- sirve de obertura a una historia amorosa entre pastoril y bizantina: los amores de Constanza/Preciosa (de igual nombre, Constanza, es la protagonista de La ilustre fregona) y el noble Juan de Cárcamo/Andrés –en clara y extendida polionomasia cervantina- entre Madrid y Murcia. Los mundos bíblicos y folclóricos se dan un abrazo, del tamaño del final dichoso de los dos jóvenes. La gitanilla, 1610-12, es casapuerta y final, pues al mundo gitanil regresará Cervantes al cerrar con El coloquio. Amigo de los desclasados y perseguidos, maurófilo en una tocinofóbica sociedad, el autor no duda en rendir homenaje a los gitanos en la primera, sobre todo, y última de sus narraciones. De la misma fecha es El amante liberal, el adjetivo como sinónimo de generoso, transcurre por una dilatada geografía -Chipre, Túnez, Sicilia-, que contrasta con la restringida de la primera. Es eminentemente bizantina ya desde el comienzo con su in medias res clásico incluido. El trasfondo se hunde en la autobiografía, pues es la evocación sentimental de Cervantes, como Los baños y El trato de Argel, y de idéntico final feliz a la de Preciosa por la unión del matrimonio cristiano. Cambia el tercio Rinconete, de 1601-2, picaresca, pero no al modo del Lazarillo. La pareja de protagonistas –dualidad tan querida por su autor al presentarnos siempre así a sus principales- va a necesitar, igual que el lector, un intérprete del lenguaje de germanía –como en el QI22 don Quijote y los galeotes-, en un mundo que solo la amistad redime de la sordidez de la existencia bajo un Monipodio/monopolio –transmedia en Menipo, de Velázquez- del robo, de lo antisocial, que apunta todas sus oscuras cuentas en una especie de “cuaderno B”, muy de actualidad, por cierto. Como en Flaubert, en Rinconte y Cortadillo, “no pasa nada”. El coloquio se inserta como si se tratara de un entremés: trasvase frecuente en el macrotexto cervantino. En 1605, acabadas de reanudar las relaciones con Inglaterra, Isabela –tocaya la protagonista de la reina inglesa- aparece con un curioso título, La española inglesa, bizantina pues se desarrolla entre Cádiz, Inglaterra y Roma. No deja de ser llamativo el detalle de que es la reina quien, sabiendo español, habla con los padres de Isabela, pero, sin explicar Cervantes cómo, luego la reina necesitará a esta como intérprete de español en otra entrevista. Como en La gitanilla y El amante, nos encontramos ante un robo de niños –por desgracia también muy actual por este país-, pero aquí durante el saqueo de Cádiz en 1596. Isabela, desfigurada en su imagen por un veneno, recuperará su primera belleza y se unirá con Ricaredo. Aun siendo la más espiritual de las doce y la del casto amor, es el factor económico el que prevalece.

La quinta marcaría otro paréntesis, pero mayor que Rincón y Cortado: se trata de una sátira a muchas profesiones y de dura crítica sobre literatura, la poesía y su “lujosa orfebrería” en particular. Tenemos al pariente próximo de don Quijote, El licenciado Vidriera, 1605-6, cuyo Tomás Rodaja/Rueda, ideal encarnado en el Garcilaso de letras y armas, se volverá aparentemente desquiciado por un membrillo, contrafacta de  Zurbarán, envenenado de amor: el membrillo de la demencia emocional, la hiperestesia. Y como no puede vivir de las letras –ni entre la soledad- muere por las armas. A Vidriera lo someten a las primeras pruebas mentales que después tanto se pondrán de moda en la psicología. Esta novela adolece de amor, de libertad, de dinero, de amistad: es un “parón” con respecto a las cuatro anteriores. Es la novela del intermedio lúcido de un loco, la marca registrada de Cervantes. La une a su hermana mayor el pecado original de la inteligencia.

La fuerza de la sangre, ¿1606-1612?, que empieza como un torbellino erótico, al modo de la comedia y el honor lopianos -que rechazaba Cervantes- acaba como un experimento fallido en una anagnórisis final gracias a un crucifijo, cuyo eco recogerá Zorrilla en A buen juez, mejor testigo. Es uno de los pocos títulos –muy lorquiano- que no expresa relación directa con el personaje principal. Todo es engaño y máscara hasta el desenlace. El dolor corre enclaustrado, pues la violada Leocadia y su hijo Luisito soportan el silencio de su “deshonra”. El año mismo del QI termina la que para mí –con Vidriera y El coloquio- es la mejor de las doce. Enmarcada dentro de “la trilogía de los celos” cervantina: El curioso impertinente (que se destruye a sí mismo, QI33-36), la burla de El viejo celoso teatral y esta de redundante título en la época, pues tenían fama los extremeños de celosos, El celoso extremeño es la novela del solipsismo y la casa como antivida. Además, el comienzo es muy semejante al universalmente conocido del QI1, eco en QI39. Carrizales, que regresa rico de las Indias, tiene 68 años,  se casa con Leonora (le hon (o) ra/ le honra), de 13 o 14 años. ‘El principio de justicia poética’, o ‘las leyes del mundo’, aplicado también en El sí de las niñas –pero en Moratín más por la Razón y la Luz, muy de 1806- o en el teatro lorquiano desde El maleficio de la mariposa, se impone, y Loaysa, joven de vestimenta polisimbólica , consigue entrar en la casa encerrada a cal y miedo gracias a la música. El amante se emigrará al Nuevo Mundo, Leonora encierra su deseo en un convento y Carrizales muere. El final solo  adivina el adulterio, pues el autor no quiere más que sugerir, no decir. De 1606 es La ilustre fregona, antitético título, pues fregona se hacía sinónimo de puta. Se trata más bien de un cuento maravilloso y pastoril, de esa picaresca cervantina no canónica. Al modo de las comedias de Plauto y Terencio, presenta otra anagnórisis final, con la gran novedad de que hasta el desenlace el lector desconoce por completo la verdad. Otra pareja de amigos, Diego de Carriazo y Tomás Avendaño, falsos aguador y mozo de caballos, respectivamente, se encontrarán en un mesón toledano (en donde, en Toledo, estaría pintando El Greco: ¿no llegaron a conocerse Cervantes y él?), centro de la narración, de estos dos “niños bien” quienes, a la vez, hallarán sus amores. Tomás se casará con la dulce Constanza, despejada la incógnita –nueva anagnórisis- de ella, pues es hija del padre de Diego, tras una “descarriada” aventura de aquel. Algo más tardía, ¿1610-12?, Las dos doncellas,esnovela italiana, sentimental, pastoril y bizantina, nocturna, al modo de La fuerza y de la próxima, La señora Cornelia, pero de más dilatada geografía, con amores cruzados, como en los bloques de Sierra Morena (QI22-36) y Barcelona (QII60-66), llena de sorpresa y trucos: Teodosia y Leocadia, travestidos de hombres, buscan a Marco Antonio (vestido de verde, como el famoso Caballero del Verde Gabán, QII16-18), que pretendía a Teodosia, con peregrinaje a Montserrat y Santiago incluido. La señora Cornelia, ¿entre 1606-1611?, es también principalmente italiana, la única que transcurre por completo fuera de España: entre Flandes y Bolonia. Igualmente una pareja de amigos, Antonio de Isunza y Juan de Gamboa, dos vascos, muy dentro de la vascofilia de Cervantes, llegan a ser autores incluso dentro de la propia obra. Construida al modo de las comedias de capa y espada y parecida a La gitanilla y a La fuerza, La señora resuelve felizmente los difíciles amores.

Las dos doncellas, La señora Cornelia, con la Galatea y Persiles, más El amante, La fuerza y La española, se incluirían en pleno universo de novelas idealistas o romancísticas. Novelescas o realistas son el resto de las Exemplares, los dos Quijotes, y estas dos últimas, coda temática, marco la primera del Coloquio. Ambas de entre 1606-1610 y ambientadas en Valladolid. El casamiento engañoso es un claro ejemplo del tópico barroco del “engaño a los ojos”, como la aventura de la luz del yelmo de Mambrino, y expresión usual de la época. El alférez cuenta hacia atrás sus relaciones con Estefanía. Atendemos al caso concreto de “el engañador engañado”: el militar ha intentado engañar a Estefanía, pero esta engaña a Campuzano, víctima del abuso del lenguaje de ella, pues no le deja ver la realidad y, encima, le contagia la sífilis, cuya fiebre altísima le hace creer que dos perros hablan una noche. Todo eso lo transcribe en un manuscrito –metanovela-, que leerá su amigo Peralta mientras el alférez duerme. Acéfala, es, como la anterior, una novela picaresca dialogal, la más larga, la joya final, el marco de la colección. Berganza (proximidad fónica con Cervantes) cuenta su historia caleidoscópica de once amos –más lo que está contando resulta el total de doce de las Exemplares- a Cipión (como un Scipión), quien modula el discurso, promete contar el suyo, pero no lo hace, pues Cervantes lo deja sin siquiera empezar su historia. Por lo tanto, se transcribe una conversación que, a su vez, es transcrita, como una caja china, en una lectura en soledad. Diálogo humanista platónico, pero con perros, conocido es el franciscanismo cervantino: en el QII, los animales saltan en simbologías, sobre todo al final de la novela. Resulta el broche final, sería una especie de novela sola, con antecedentes en el Asinus aureus, en el Calila, pero dos hombres convertidos, metamorfoseados en dos maravillosos mastines por la bruja Cañizares: “todo puede ser todo”. El as en la manga de Cervantes como broche final a su colección, hoy tan olvidada: 286 maravedís de pena:

La del pastor Aristeo tras sus abejas, y el pago de la literatura impagado. Será la crisis… del recuerdo.

 

286 Maravedís

 

 

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