Durante dos décadas, y con la excepción del período de la nefanda guerra civil, la Biblioteca Oro de ediciones El Molino fue una de las colecciones de libros más entretenidos de las décadas treinta y cuarenta del siglo pasado. Sus portadas de acuarelas tan retros -vistas desde la perspectiva del tercer milenio-, su característico papel de pulpa de suave tacto, su formato de página en doble columna y su letra pequeña son reconocibles por cualquiera que haya tenido en sus manos uno de sus números. Mantuvo tres colecciones: azul –del Oeste-, roja –clásicos como Dumas- y amarilla –policiaca-. La amarilla fue la que disfrutó de vida más prolongada y, aunque pertenece a un género literario considerado de segunda fila -a pesar de que uno de sus brotes –la novela negra- ha adquirido prominencia y respeto cada vez mayor entre los críticos literarios-, son libros que entretienen y hacen gozar al lector. Sorprende que, en muchos casos, tienen unos desarrollos de intrigas financieras y políticas que podrían estar basados en hechos de rabiosa actualidad.
En la serie amarilla destacan una serie de autores que repiten con cierta regularidad, como Erle Stanley Gardner y su famoso abogado investigador Perry Mason que se hizo aún más popular a raíz de la serie de televisión del mismo nombre, Edward Philips Oppenheim, especializado en intrigas de índole diplomática y ambientes sofisticados, Agatha Christie, que no necesita presentación alguna, Edward Wallace, creador del “thriller” con su novela Los cuatro hombres justos y constructor de intrigas muy inteligentes en las que reta al lector a vencer a su investigador aficionado de turno, S.S. Van Dine y su detective aficionado de clase alta Philo Vance y unos cuantos más que aparecen parapetados bajo pseudónimos.
Hace pocas semanas releí uno de ellos: “El misterio de los tres suicidas“, del escritor J. Figueroa Campos, pseudónimo tras el que se escondía el prolífico José Mallorquí, creador de personajes como El Coyote, versión española de El zorro, y Duke, que trae reminiscencias de Doc Savage. La historia de “El misterio de los tres suicidas” discurre entre intrigas bancarias en Estados Unidos y, ¡cómo no!, asesinatos, y ha logrado volverme a sorprender, lo que no es baladí en la hora de las decepciones. El mundo de las inversiones en minas en Chile y, sobre todo, la explicación del movimiento de las acciones de empresas a fin de evitar el pago de plusvalías y la ocultación de sus verdaderos propietarios –lo que hoy en día se trata de evitar en España a través de lo que se denomina “levantar el velo”- están relatados de una forma perfectamente creíbles, incluso a fecha de hoy. Sorprende el conocimiento del catalán Mallorquí de esos entresijos financieros. Por si fuera poco, y para completar el número de 112 páginas del volumen, añaden dos relatos breves de otros dos autores que me han hecho disfrutar de sus intrigas, buen humor y conocimientos satánicos: Chesterton, con una aventura con tintes de opereta ¡en el Oeste! y el final de un relato de ambiente paranormal de Dennis Wheatley, aunque reconozco que la brevedad del mismo hace que concluya de un modo completamente ilógico por faltarle parte de la historia.
Personalmente, he de agradecer a la afición lectora juvenil de mi padre y a su cuidado en conservar aquellos ejemplares, la oportunidad de haber leído y disfrutado enormemente de muchas novelas de la Biblioteca Oro en diversas etapas de mi vida. Su influencia, aunque no constatada en un principio, se percibe en muchos detalles de mi serie de novelas de “Beatriz, investigadora licenciosa”. Reconozco que, al releer algunas tras muchos años de no hacerlo, veo en la belleza intrépida de mi protagonista y el ambiente opulento en el que se mueve, la marca de Oppenheim y Van Dine, así como el poso del Duke de Mallorquí. En la búsqueda de intrigas que permitan adelantarse al lector sobre la investigadora y en la poca trascendencia de un final judicialmente moralizante, no dejo de ver la urdimbre que me crearon Wallace y otros autores de aquella colección.
Os recomiendo, lectores, que os olvidéis de prejuicios y, si tenéis ocasión, paséis por vuestra biblioteca de guardia y os hagáis con alguna novela de los autores aquí citados. Disfrutaréis de unas historias frescas, amenas, entretenidas e inteligentes, sin la rémora de la pedantería de algunos y el sucio –y muchas veces aburrido- realismo de otros, y que por unas horas, os ayudarán a olvidaros de las penurias y obsesiones de la crisis.