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ISSN 1989-4163

NUMERO 48 - DICIEMBRE 2013

Desvío (II)

Francisco Gómez

Aquella tarde, después de muchos años de darle la espalda, el comisario Bermúdez se detuvo a contemplar el mar. Aquella superficie ilimitada y sobre todo enigmática como su alma. La sensación de reinar una efímera paz entre las aguas calmadas le ofrecía un momento de calma, pero sólo un momento. Ya había llegado a una etapa de su vida donde aprendió bien que la aparente tranquilidad escondía muchas veces en su interior el principio de la guerra, el desorden de la realidad para transformarse en caos, alteración. Ya no estaba seguro de nada. Era un hombre que veía cómo se tambaleaban sus tablas, las de dentro y las de fuera.

Miró la mar que se besaba con el cielo antes de emprender juntos el crepúsculo mágico de la tarde y volvió a estas alturas a su paríso perdido. Se vio a sí mismo 50 años más joven, cuando ir a a la playa era una aventura que ilusionaba todas las posibilidades. Cuando el destino era el juez hasta las últimas horas de la tarde y los bocatas de atún, aderezados con migajas de arena y la lata de Coca Cola eran el mejor manjar que podían ofrecer los dioses. Se vio con sus primos, con sus padres, en estancias veraniegas que casi le hicieron saltar las ventanas del alma. Aquellas mañanas inacabables desde muy temprano para dorar sus cuerpos en formación al sol, recorrer en mil carreras la silueta plácida de la orilla, imaginándose caballeros en lides medievales o atletas que buscaban el Olimpo, o conquistadores de nuevas tierras que llevarían sus gloriosos nombres o gansters de la ley seca, perseguido por los intocables, o interminables partidos de fútbol en la arena donde ellos eran las estrellas del momento, los generadores de las gestas balompédicas que serían recordados por legiones de aficionados muchas temporadas más tarde y nunca caerían en el olvido y la desaparición.

Los instantes en que sintió que el tiempo era nuestro, nos pertenecía y por tanto éramos inmortales. El tiempo de las posibilidades abiertas a todos los mares, el tiempo del amor correspondido, de hijos a padres y de padres a hijos y familiares. El tiempo de la caramadería con los amigos eternos pero que el azucarillo de los días sucesivos disolvería como fruta en aguardiente. El tiempo de la ilusión y las verdades incontestables. El tiempo sin preocupaciones. El tiempo de la verdad y la felicidad.

Bermúdez recordaba y recordaba y una pequeña neblina le atravesó los ojos. Habían transcurrido 50 años, hasta llegar a sus actuales 55, los cabrones como se dice en los ciegos. Él estaba allí fumándose un cigarro tras otro, recordando, imaginando, analizando cómo había navegado su vida. A veces se preguntaba delante del espejo, cuántas veces había traicionado al niño aquel, qué rastros quedarían en sus entrañas, en su conciencia, en el fluir de los días sobre su cuerpo. No veía claro que quedase nada permanente tras tantas épocas, tantos golpes y descreencias. Su amigo, el inspector Rodríguez, cuando lo veía ojeroso, se acercaba  a su mesa, apoyaba su mano en el hombro de Bermúdez, su amigo y le decía: "¡Desengáñate, quedamos nosotros!, los que hemos sobrevivido a estos tiempos de cambios y dificultades. Llevamos nuestro saco a cuestas con todo el equipaje de recuerdos y vivencias y las derrotas que nos hacen estar más alerta y más humanos".

 Bermúdez evocaba con el pitillo entre los labios las palabras de su amigo, sí uno de los pocos que ha mantenido a través de los calendarios, en su profesión dura, desconfiada, agria, espejo de todos los espantos sociales y amarguras de una sociedad contradictoria y puñetera.

Siempre le había gustado vivir cerca del mar. La presencia de las olas y la brisa marina le relajaban de las tensiones diarias, que podía llamarse paz. La calma de espíritu que ahora mismo buscaba, mientras observaba el baile de las olas antes de adoptar su decisión final.

Pérez: ¿Tú crees que se irá?

Roldríguez: No lo sé.

Pérez: Creía que toda su vida era la policía...

Rodríguez: Lleva demasiado tiempo en el cuerpo y ha visto demasiada mierda. Ten en cuenta que ha subido poco a poco y ha visto mucha de la basura que esconden las ventanas; y sobre todo parece que los últimos casos parece que le han reventado los cojones.

Pérez: Supongo que te refieres a esos sobres que aparecieron en las taquillas de ciertos compañeros y esos nombres en clave…

Rodríguez:  A medida que corregíamos pruebas, pinchábamos teléfonos con autorización judicial y se iniciaba la instrucción de los sumarios, otros jueces sacaban a la calle a estos tipos, que se gastaban la pasta a espuertas.

Pérez: Fue bueno cuando hicimos la redada en el "Light Star" y pillamos in fraganti a varios de esos politiquillos en calzoncillos o en pelotas. Encima los cabrones pagaban con tarjeta visa de sus organismos públicos. Los polvos a cargo del contribuyente.

Rodríguez: No olvides el último caso de asuntos internos que dirigió. Me parece que ese descubrimiento lo ha hundido.

Ya no creo en mi profesión, ni en este país que es un patio de pícaros modernizados, dispuestos a llevarse la mejor tajada. No hemos cambiado casi nada, sólo la apariencia externa desde los tiempos del caballero de la Triste Figura y su ideal de desfacer entuertos, socorrer a viudas y huérfanos y prevalecer la justicia, la bondad y la fe allá por donde fuera.
Supongo que soy un ingenuo de cuidado y las cosas son como son y el mundo es como es desde que gira en el principio de los tiempos y yo no voy a cambiar nada. La corrupción y la degradación seguirán esté yo o no. Y los listos y los golfos seguirán ascendiendo y los pobres y buenos de corazón seguirán machacados y exprimidos esté yo o no.
Los investigábamos Pérez, Rodríguez, López, De Haro; la Brigada Anticorrupción y Delitos Económicos para luego qué. Una tormenta mediática en los papeles para luego caer en el silencio.  Jueces que por temor a las consecuencias les imponían penas irrisorias. Si se las imponían...Jueces que temían no subir en la carrera judicial porque los políticos impidieran su acceso al Tribunal Supremo, al Consejo General del Poder Judicial, al Tribunal Constitucional, al  Consejo de Estado. Los políticos tapando a su calaña, jueces temerosos y enfrentados y policías perdidos ante el panorama general. ¿A cuántos compañeros he mandado a chirona por encubrimiento e incluso participación en delitos de narcotráfico y redes de venta de armas y mujeres?¿A cuántos entierros de buenos polis he asistido, buenas camaradas a pie de calle, asesinados por sicarios a sueldo, para los que la vida no es más que una mercancía?

Y luego están los más miserables, los más detestables, los más perversos. Los pedófilos, los explotadores infantiles que escondidos tras su ordenador y su clave venden y compran pornografía infantil. Niños engañados, niños abusados, niños explotados por adultos sin escrúpulos. La mierda de la sociedad escondida tras sus despachos, oficinas, sus ordenadores. Respetables padres de familia pedófilos, abogados, informáticos, ingenieros. Una sarta de gañanes escondidos en sus profesiones supuestamente dignas.

Ya lo decía un poeta del que  no recuerdo su nombre en "Poema para muchachas de quince años": Vosotras aún no lo sabéis pero el mundo por dentro está podrido".

Marina sabía que la historia con Bermúdez había terminado. Hacía mucho pero aquellos fueron los coletazos finales antes de que él decidiese dejar el interior para ir al mar.

Estimada Marina:
Nunca pensé que llegaría a dejarte esta carta en el recibidor

 de la que era nuestra casa pero las cosas no son siempre como uno quiere y los sentimientos mudan, como la vida que se mueve siempre. Ya he comprobado en mis carnes un par de verdades inmutables y siento que ellas te afecten a ti. De verdad que lo siento aunque sé que ahora mismo me estarás odiando. Espero que el paso del tiempo te cure está herida que no quería provocarte. La primera certeza es que el motor y cimiento de la vida es el cambio, como decían los clásicos, me parece que Aristóteles. Todo gira, muda y es voluble. Cambiante y nuestra relación ha sido así. Es triste que la convivencia sea la carcoma del amor pero en nuestro caso ha sido así. Vivir juntos nos ha desgastado. La relación continua ha llevado a la muerte del amor y acaso nos han quedado restos de cariño y afecto. Pero yo necesito algo más para vivir con una mujer. Sí, ya sé que los dos nos hemos convertido en dos islas, cada una con sus corrientes y travesías y nos hemos ido despistando, cerrándonos en nosotros mismos hasta convertirnos en dos extraños bajo el mismo techo. Dos ajenos que miraban juntos la televisión y comían y cenaban siempre que podían. Dos seres sociales que acudíamos a nuestras obligaciones fuera del hogar como tabla de salvación. Hasta que tú te quedaste sin tu trabajo en la oficina y te refugiaste en el alcohol. No te reprocho nada. Sé que te abandoné y tú percibiste que bajaba mi interés hacia ti. Que te buscaba menos en la cama, que apenas hacíamos el amor y nuestros silencios compartidos eran cada vez más largos. Siento haberte fallado, como le fallé a mi primera mujer que nunca comprendió ni mi trabajo ni mi forma de ser, ni la necesidad de desplazarnos de ciudad por razón del servicio al Estado en el que ya no creo. No sé siempre he tenido la terrible sensación de que las mujeres que vivían conmigo no me comprendían y quizás yo tampoco a ellas.

 La segunda verdad que quería contarte pero que tú ya conoces de sobra es el presunto carácter infiel de los hombres. Tú dices que lo llevamos incorporado en el ADN. Yo no sé qué contestarte. Quizás tengas razón. Parece que un hombre se entusiasma mientras dura la conquista pero cuando el macho cobra la pieza y la siente segura, se relaja y busca otra para saciar su sed de masculinidad. No sé si es mi caso pero reconozco que me has pillado en un renuncio. Te has metido en mi ordenador y has descubierto que me trato con una americana, del medio oeste que vive en Canadá. Has hurgado en mis correos electrónicos y en el messenger y me has descubierto. No sé qué decirte. Tienes razón. Me he ilusionado con una nueva mujer. Ojalá algún día puedas  perdonarme. Voy a dejarlo todo. este país que me hastía tanto, esta sociedad sin ilusiones colectivas donde cada cual hace la guerra por su cuenta. Mi trabajo de policía que ya no me anima. Y te dejo también a ti. Es un salto incierto a la piscina cuando se escapa uno de los últimos trenes de mi vida.

 Te dejo el piso de Madrid. Lo he registrado con todas sus pertenencias a tu nombre en el notario. La nueva escritura la tienes en el tercer cajón del recibidor. Allí encontrarás una cuenta corriente con la mitad del dinero que tengo. Y si falleciera en algún momento, he dado orden para que tú cobres la pensión de viuda de policía. Hace una semana te inscribí como mi pareja de hecho en el registro municipal.

 Lo siento. Quiero volver a vivir. Fuera de este país que me asquea, de mi profesión que empiezo a detestar. Lejos de ti. Siento no amarte más. Lo siento pero quiero ser fiel a mí mismo.

Bermúdez miraba la mar. Una vez más. Recordaba cuándo y cómo había conocido a Jennifer Rakow. Una imponente rubia americana de ojos azules y formas gozosas de mujer. Fue aquella vez que, al terminar el servicio, se dirigió con sus colegas a los bares de copas de la Castellana. Ella estaba sentada en la terraza con una amiga, bebiendo un whisky con seven up y su belleza le subyugó. Luego su simpatía, abierta, franca. Descubrir su inteligencia vino después. Jennifer era licenciada en Historia del Arte y había venido a España, becada con un máster para hacer un estudio de pintura comparada. ¿Qué tendría que ver un policía con una amante del arte? El amor por la belleza y las cosas sencillas. La atracción de dos almas que empiezan a conocerse. El amor que empezaba a nacer al amparo de unas copas y una tarde veraniega en la Castellana. Jennifer era su sueño de hombre hecha mujer, aunque veinticinco años les separaran. Juntos vieron El Prado.  Allí en medio del "Jardín de las delicias" del Bosco se besaron. El artista flamenco abrió las puertas de sus corazones para que entraran dentro de su edén paradisíaco, separados de los marcos del infierno.

Pasearon por la Plaza Mayor y degustaron en sus bares las empanadas con sidra, remaron como dos nuevos enamorados por el Retiro y el Palacio de Cristal. Dejaron crecer sus sueños por el Madrid de las  Austrias y la idílica Aranjuez y huyeron a escapadas de frío y esquís a Guadarrama, viejo amigo, testigo cómplice de su recíproco amor.

 Hasta que llegó la primavera y el tiempo de la despedida. Jennifer debía volver al país del pato Donald y a la Estatua de la Libertad. De allí viajaría a Canadá, a la zona fronteriza de los Grandes Lagos. "·The Great Lakes" donde le habían ofrecido un puesto de profesora adjunta en una universidad rodeada de nieve y soledad. Allí labrarían su amor en forma de e-mails y messengers, sin que Marina, refugiada en el alcohol y la soledad compartida, rumiara nada.

 -Darling, I love you. I need you. I´m so happy with you. Come with me very soon. You´re the most important person in my life.

-Jennifer, ¿cuántas veces te he dicho que mi inglés es lamentable. Me cuesta entenderte cuando escribes con esas palabrejas del norte. Yo soy del sur. Español, spanish, aunque harto de esta puta patria. Do you remember? Conozco cuatro cosillas de tu lengua y poco más. Sí, ya sé que tendré que aprender a manejarme en tu idioma pero aún no estoy preparado del todo. Espero que si se produce el milagro, seas buena y paciente profesora conmigo.

-Oh, Darling, of course! Perdona, cariño. All the day, hablando en ingles y me cuesta rebobinar la mente al Spanish. Estoy deseando que vengas. Que empieces una nueva vida conmigo. Lejos de ese país lleno de brutos, machistas y envidiosos, donde cada uno tira para su lado. I´m sure this place will be very interesting for you. Perdona, otra vez  la vena anglosajona. Estoy seguro que este lugar te encantará. Con sus montañas y lagos y sus nieves perpetuas. La paz y la tranquilidad que buscas. Te enseñaré a pescar truchas, cortaremos leña juntos, atravesaremos los lagos en bote, haremos picnics a la orilla de las riberas. I´m dreaming all these things. It´ll be so beautiful.

-¿Y dejar atrás el Mediterráneo? El olor del salitre con la última hora de la tarde. Las paellas, el arroz con costra, las tapitas antes de comer. La tortilla con patatas, los calamares rebozados…Los pocos y buenos amigos que tengo. Mi escasa y querida familia. Los lugares de referencia de mi vida donde me he dejado la piel. Y los recuerdos, los sentimientos que me inspiran algunas piedras, algunos rincones, las llanuras manchegas. Los cielos de Madrid. Los crepúsculos en Santa Pola…

-Oh, dear Darling! They´ll always be in your mind. I´m sorry, otra vez te contesto en inglés. Tus recuerdos, tus vivencias, tus episodios siempre los llevarás en tu corazón pero es hora de abrirte a un tiempo nuevo, a un nuevo país que te espera con los brazos y los labios abiertos. Come very son with me, my love.

Bermúdez miraba la mar en las postrimerías de la tarde. Las últimas luces doradas otorgaban a las olas un timbre mágico, irreal, como si el espacio y el tiempo se hubieran detenido para la contemplación serena del policía. Como si todos sus recuerdos se agolparan en sus ojos junto a las declinantes hebras del sol. Como si tomar una decisión se convirtiera en un acto heroico. Las maletas ya esperaban en la consigna de la nueva terminal del aeropuerto del Altet, signo del cambio, motor de la vida, que le esperaba más allá de estos cielos, al otro lado del mar, a miles de kilómetros de la nueva esperanza y las susurrantes posibilidades.
Bermúdez miraba la mar y sus ojos se llenaron de lágrimas. Por el hoy decisorio, el ayer evocado el mañana incierto. Acabó el último pitillo, deleitándose en la calada antes de arrojarlo a la arena y pisarlo con sus zapatos. Encaminó sus pasos al asfalto con el deseo de disfrutar de un arroz a banda que se comería a la espera de otros cielos, otros mares y otros besos que ojalá fueran ciertos.

 

 

Desvío

 

 

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