Puede parecer inapropiado pero resulta perfectamente lógico que el arzobispado de Granada haya editado un libro sobre cómo debe comportarse una mujer ante su marido en ese difícil trago del matrimonio. El hecho de que las féminas no pinten nada en la institución eclesiástica se corresponde sutilmente con el rol que deben adoptar durante la vida en pareja: cero pelotero. La autora del libro, la periodista italiana Constanza Miriano, asegura que “le corresponde a la mujer llevar al hombre al encuentro de su virilidad, de su paternidad y del ejercicio de la autoridad”. Constanza ha hecho una relectura de la epístola de San Pablo a los efesios donde explora fundamentalmente el concepto de sumisión: “Ser sumisas significa, literalmente, estar por debajo para ser apoyo de todos los miembros de la familia”. De los miembros viriles, se entiende. Eso de que la mujer se siente encima de su esposo a hacer el caballito, da mucho gusto pero como que queda feo. Tanto alboroto y al final lo que ha escrito esta buena señora es la versión católica de Cincuenta sombras de Grey .
En cuestiones de sexo duro, ninguna autoridad tan competente como la Iglesia. Eso ya lo sabía yo desde los ocho años, cuando un cura de la parroquia de San Blas me puso sobre la pista de la masturbación. Lo he contado ya en mi libro de viajes sobre Polonia, pero no deja de ser instructivo, así que lo contaré una vez más. Fui a confesarme una mañana y cuando terminé mi tanda de pecados, al cura aquel le debió de parecer poca cosa porque me preguntó si me hacía tocamientos. ¿Tocamientos? Era la primera vez que oía semejante palabro. “¿No te has tocado en tus partes íntimas?” Negué con la cabeza, asustado ante el miedo de suspender la asignatura de religión. Pero estaba decidido a aprobar el examen así que estudié a fondo para que la siguiente confesión no me pillara por sorpresa. Me equivoqué de plano porque entonces el cura me preguntó si no había tocado ahí a otros amigos o si no me había tocado ahí algún familiar. Reconozco que me asusté: me pareció que era llevar la experimentación demasiado lejos y demasiado pronto. A lo mejor cuando dejara atrás los pantalones cortos.
Cuatro décadas después, el sexo duro sigue siendo la principal preocupación de la iglesia católica. Cuando habla de las leyes injustas que afectan al matrimonio y a la familia, Rouco Varela no se refiere a la estafa de las preferentes, ni a los desahucios que están provocando un maremoto de suicidios, pobreza, mendicidad y angustia. Básicamente se refiere al matrimonio gay, esa abominación donde no se sabe quién debe ser sumisa, quién debe ejercer la autoridad y quién debe ir al encuentro de la virilidad de quién. Ana Botella lo explicó muy bien mediante una excitante metáfora agrícola que conjugaba peras con manzanas, y con la relectura de La cenicienta , un cuento que también enseña a las mujeres los inefables placeres de la sumisión. Si lo sabrá ella, que ejerce la autoridad de alcaldesa sólo porque un varón lo quiso.