Con las nalgas postradas
en una banca del parque,
veo delinearse un horizonte
en mi vista.
Con el sol tranquilo, las palomas
Y veinte nubes calladas.
La paz está.
Entonces
el caos.
Las virutas de madera surgen de la línea
Y queman a las palomas,
Penetran por sus bocas, las inflan, las rebozan y saltan los ojos de sus cuencas.
Estallan.
Chorrea el cristalino de sus ojos
Y estallan en miles de seres,
Con cabezas de iguanas, patas de leones,
Miembros de poetas;
mente de burócata.
Caen en mi cuerpo y devoran mis miembros
Como moscas hambrientas al cadáver fresco de la tarde
Me dejan en carroña
Para seguir su paso
Por los entresijos de la banca
Donde muchos caen sin darse cuenta
Del largo estambre en su cuello
Que los ahorca y mata,
Los desnuca.
Miles huyen y más mueren.
Tantas pequeñas criaturas,
Mitad faunos, mitad bestia,
Todo humano,
Ahora cuelgan de la banca,
En tétrico bosque de suicidios.
Y las nubes se estrellan,
El sol se muere,
Todo se apaga;
Se oye el reventar de centenas de cascarones.
Caos.
Veo la noche
Tinta de un amarillo adiposo,
Vaya que es bonita.
