Veo como Silvi cruza Antón Martín.
Hemos pasado juntas la tarde del sábado. Disciplinadas, convencidas de la importancia del ejercicio físico y aprovechando que la lluvia nos ha dado una tregua, hemos recorrido a pie el trayecto entre Nuevos Ministerios y La Cibeles, casi cinco kilómetros en este último día de luz de verano.
Cuando hemos cruzado la calle Alcalá, nos sentíamos muy orgullosas de nosotras mismas y, agotadas, riéndonos, hemos hecho un alto en Blanquerna, donde nos ha dado envidia el estilo de edición en catalán. Detrás de los cristales de la librería, hemos contemplado a los policías diseminados de forma estratégica por la zona, en la que el número de manifestantes todavía era cero. Y, a pesar de nuestra charla intelectual, de nuestras apreciaciones del entorno, dignas del más avezado de los periodistas, y del esfuerzo invertido en volver a casa andando con la sana intención de proteger nuestros glúteos y pantorrillas treintañeros de la celulitis, incapaces de resistirnos, hemos sucumbido al concepto infantil de merienda, hemos entrado en el VIPS de Sevilla, previsiblemente decorado con fantasmitas y calabazas, plagado de turistas, y nos hemos pedido unas tortitas con nata y chocolate (para ella) y un brownie con helado de vainilla (para mí). Eso sí, nada de café ni refrescos con gas: sólo agua.
Creo que con este último gesto en la elección del menú hemos impresionado al camarero.
Eran más o menos las seis y media y, mientras hablábamos de amor, he pensado en lo que ya no seremos; en esa ausencia que siempre estará y en el alma encerrada bajo llave, ligada de por vida a los adoquines de la calle del Príncipe y las terrazas de Santa Ana, y al clima desapacible de las tardes de otoño.
A los ejemplares viejos de las novelas.
Hay muchos nombres nuevos, pero nada comparable al brillo de lo que fue; ninguna historia que desafíe el paso de los trenes.
Nada, en el fondo, que me destroce el corazón.
Estos días todo ha vuelto de golpe...
… y ahora sé que nadie podrá entrar ya, mientras Silvi se aleja y el sol se desvanece.
Estoy sola.
Parte de mí se marcha con las palabras. Estoy en las palabras.
Y hoy no quiero escribir más.