El nuevo libro de Jesús Aller (Gijón, 1956), colaborador habitual de Agitadoras, en un puente entre el antes y el después en la trayectoria poética del autor. Como se puede deducir del título, en el poemario encontramos dos partes muy diferenciadas. De un lado “Los dioses”, donde se puede reconocer al Jesús Aller más místico; al que ya conocíamos. Ahí está la evidente influencia del budismo en la búsqueda del equilibrio vital y del panteísmo como anhelo por lo superior en la vida y obra del autor. Así, en “Eternamente late”:
La fuerza que creó
la vida y al hombre
sigue aquí.
Eternamente late
dentro de cada cosa.
En esta primera parte, Aller es el poeta no contaminado por las miserias humanas, elevado en una metafísica oriental que entremezcla, como en obras anteriores, un sutil erotismo alejado de las lujurias y primitivas animalidades humanas. Sus amantes no son fatuas mujeres que hieren ambiciosas a los hombres, sino diosas las que recorren su poesía con su poderosa magia, derrotando a los hombres a su paso por derecho, como en “Venus Calipigia”:
… Eres el dulce mar que acaricia la playa
y el viento que trastorna las hojas de los árboles;
y eres hembra también: al andar se cimbrea
toda tu arquitectura de veneno y placer…
Incluso en sus melancolías, un optimismo eterno y fugaz recorre sus estrofas, como intentando no traer más dolor inútil a esta tierra, como en “Meditación del Buddha”:
… «Los placeres perdidos y el que anhelo,
sombra incierta, son desgarro y dolor.»
Pero un pensamiento ilumina
el dilema, como aurora que irrumpe:
«Todo amanece aquí en este instante
y aquí se consuma,
porque vacío es el alma sólo
y mutación en un espejo inerte.»…
Es, en fin, esta primera parte, un recorrido casi lírico por los campos de dioses y diosas que pueblan su mente de poeta. Aller parece comparte en su poesía esa impronta que los espíritus más poderosos que el hombre han traído hasta nosotros. Son las huellas de los dioses lo que Aller ha sido transmite a sus lectores.
La segunda parte “Los hombres” es una ruptura, no sólo con la primera parte del poemario, sino también con la propia trayectoria del poeta. Como si hubiera entrado en un profundo pozo donde no llega la luz de oriente, ni los cegadores rayos de las diosas, Aller se da de bruces con la miseria humana, la crisis y sus dolores y lo critica con la crudeza del cirujano de las palabras. Terrible es por su contundencia su “Autorretrato colectivo”:
Aquí está nuestro hombre, cómodo en sus mentiras,
la vida le sonríe y son dulces sus días.
Entre luto y miseria, halla satisfacción
contando las riquezas que amontona en su arcón.
Para creerse mejor que el prójimo le sobra
con críticas sagaces y mezquinas limosnas.
Habla siempre de sí con la más alta estima
y se adorna con falsa elegancia aprendida,
pero nada hay hermoso en su necia ruindad,
sino sólo inconsciencia y egoísmo brutal.
Con su hembra y su prole o buey suelto gozoso
su afán por escogidos placeres es famoso,
aunque al fin se derrumbe su frágil edificio
y caiga por los suelos con sonoro estropicio.
Sus retoños podrán encargarse mañana
de prolongar sus odios, su fortuna y su estampa.
Él es protagonista eterno de la historia,
el burro que cegado da vueltas a la noria.
Parece imposible que el erudito poeta panteista de “Los dioses” sea el mismo de “Los hombres”. En esta segunda parte, desaparecen el misticismo y la magia. Sólo las miserias humanas y sociales recorren los poemas. Baste para comprenderlo el extracto de “CNT 1910-2010”:
Cambia la faz el monstruo,
extiende sus mentiras,
la llama democracia.
Y sin embargo, es en “Los hombres” donde se desenmascara probablemente el auténtico Aller actual, despojado de su capa protectora. Aquí salen a flote las inquietudes que hasta ahora poblaban las lecturas y la prosa de Aller, tomando posesión de su poesía. El poeta baja a los arrabales humanos para pedir que reflexionemos sobre la locura del hombre, sus abusos y sus falacias. Aquí encontramos al Aller más terreno, al terrible crítico de las mentiras que nos rodean y nos rigen. Al poeta que ha decidido ensuciarse las manos para intentar hacer un mundo mejor.
Así pues, si en “Los dioses” Aller nos eleva hasta alturas de meditación trascendental, en “Los hombres” nos grita con su poderosa poesía para despertarnos del letargo inane en el que nos mantienen los poderes.
“Los dioses y los hombres” no dejarán indiferente a nadie pues, en sus dos aristas están los eternos Don Quijote y Sancho Panza. En él conviven el espíritu y la carne que palpitan en el alma y el cuerpo de cada uno y que el anarco-budista Aller retrata con maestría.
Para aquellos de vosotros que no os queráis perder este magnífico poemario, lo tenéis también a vuestra disposición en la web del autor: Http://www.jesusaller.com