Alguien soñó que quería ser importante. Referencia en las pantallas, foco de conversaciones en los bares, sustancia reverenciada en los labios femeninos de los cuatro puntos. Alguien perfectamente importante, no importado.
Luchar contra el olvido, navegar hacia la posteridad. Dejar la marca en la mente de los otros.
Pero los tiempos fueron esquivos y no se cumplían las expectativas. Había otros más competitivos que también deseaban ser importantes y le iban relegando de los puestos. El descendimiento al sótano de los desconocidos, aquellos que asomaban la cabeza para ver la estrella de los importantes. Y él allí no estaba. Cada vez se alejaba más de esa ansiada fulguración.
Y dejó de sentirse futuramente importante. Y cesó de soñar su propia importancia. Y sucumbió al pozo de los mediocres. A un lugar desde donde todos miraban hacia arriba mientras maquinaban entre ellos para no hundirse más al subgrado de los desesperados. Se vio entonces a sí mismo como un hombre vulgar, rutinario, repetido en los modelos que otros le señalaban pero sin marcar el rumbo de los pensamientos y las acciones de los otros.
Alguien soñó ser importante. Nadie le hizo caso, preocupado cada cual en su importancia. Nadie lograba resaltar su significancia frente a los otros. Todos esperando una luz que les llevase a su estrella. En el teatro se apagaron las luces y nadie intuyó a ese alguien que buscaba su importancia. Todos buscando la luz en sus canillas y arreándose rodillazos y codazos a la búsqueda del rastro de la linterna.
