Manolos. Da un primer vistazo y parece que no los hay...pues te engañan tus sentidos, es una invasión en toda regla, están debajo de las piedras. Ya lo decía Oscar Wilde en su obra La importancia de llamarse Ernesto, que también es un tío importante: es el que se come un plátano cada mañana a las once y media. Pero vamos a dejar tranquilo a Ernesto, que ya salía en la disertación del mes pasado. Le toca a Manolo. Porque él lo vale, como el champú.
Manolo es mi padre, para qué nos vamos a andar con rodeos. Naces y creces con la idea arraigada en las entrañas paternales de que sólo él se llama Manolo, pero con los años te vas dando cuenta de que tu padre tiene ramificaciones, como un abeto en el monte, y van apareciendo Manolos por todos lados de una manera abstrusa. Ahora estás pensando que lo de abstruso no sabes qué cojones quiere decir...anda que no, si te estoy viendo la cara... No te preocupes, que yo estaba igual que tú, hasta que lo ví escrito un día por casualidad, y descubrí que abstruso es algo incomprensible. Total, que mi padre se llama Manolo Ortega, y tiene un amigo que también se llama Manolo Ortega. ¡Hay que joderse! Porque este señor podría haberse llamado Leandro Martínez, pero no, se llama como mi padre, Manolo Ortega, y se conocieron haciendo el servicio militar. Pues no me habré imaginado yo veces el encuentro de los Manolos... “Hola, ¿qué hay? Te ha tocado aquí, ¿no? Yo soy Manolo, ¿y tú?” “¡Coño! ¡Yo también soy Manolo! Manolo Ortega.” “¡No jodas! ¡Como yo!” “¡¡Cáspita!!” (Bueno, eso no. Mi padre no diría “cáspita” ni reencarnado en Gracita Morales). El caso es que mi padre y su amigo tocayo se hicieron coleguillas y, cuarenta años depués, lo siguen siendo. Qué tierno, ¿verdad? Pues Manolo Ortega, el amigo de mi padre, es un tío suertudo, porque una vez se dejó las llaves puestas en el coche, y cuando volvió, seguían allí, puestas. Dí que sí, con un par.
Mi padre se echó una novia lozana, que hoy es mi madre, y su amigo Manolo se hizo novio de Antonia, que es una señora muy cachonda, simpatiquísima y también es amiga de mi madre. Qué mareo me está entrando con tanta amistad... Bueno, pues Manolo y Antonia tuvieron dos churumbeles. Al primero le pusieron de nombre Jaime, y al segundo...¡perrito piloto si lo adivinas! ¡MANOLO! Manolo Ortega. De lo más genuino. Vamos, todavía no me explico cómo no me llamaron a mí Manuela... Porque no debía de estilarse mucho en la época, sólo en Huelva. Allí sí, allí hay muchas fresas. Y está mi amiga Manoli, que es de Huelva. Hoy en día es distinto, porque se lleva mucho y es muy moderno llamarse Manuela. Desde que Alejandro Sanz se lo puso a su hija, no te cuento la de niñas Manuelas que hay en las guarderías... Pero está claro que ganan los Manolos por goleada. A simple vista, parece que estén anclados en otro tiempo, pero no, están vivitos y coleando. Como te descuides, te invaden Manolos por todas partes: desde que a uno le robaron el carro, se han multiplicado como los Gremlins, para ver si así encuentran al bandido y lo encañonan. Algunos se han ido arrimando a la pared, pero al final se apartan, porque se dan cuenta de que se llenan de cal, aunque esos no son del todo Manolos: son Manué.
Ya sé que esto parece una geometría de pensamientos inconexos, pero no no, todo está relacionado entre sí, una cosa lleva a la otra. Los Manolos existen por algo, eso está más claro que el agua. Desde los tiempos de los tiempos, han estado camuflados en las más diversas profesiones para no ser descubiertos, y que la ira de los Dioses del Olimpo no cayera sobre sus cabezas. Manolo Caracol, por ejemplo, quería pasar desapercibido, y se casó con Lola Flores. Ya ves tú el anonimato... Pero otros han pasado tres pueblos de la discreción, y se han dejado crecer las patillas para cantar a tutti-plein por los Beatles: All my loving, naino naino na...¡Con dos cojones! ¡Los Manolos!
Es que tú te ríes, pero un Manolo sirve para un roto y un descosido. Y para llenar plazas, porque mira Manolete... A Manolete lo llevaron al cine. Con el narigudo del Brody, que se hizo novio de la Pataky, pero no vamos a entrar en cotilleos de sociedad, que me voy por los cerros de Úbeda y Cazorla. Y te digo una cosa: si no pones un Manolo en tu vida, es porque no eres mujer de alto standing, porque si tuvieses unos cuantos de cientos de miles de pavos en el Banco, te diría: “saca el puto dinero de ahí (ahora parezco uno de esos atracadores de poca monta de las pelis americanas), y ve a comprarte 500 pares de Manolos”, que son unos zapatos caros que te mueres y que llevan todas las actrices hollywoodienses, pero como tú, ni eres actriz ni estás en Hollywood...vamos, digo yo...lo mismo sí, pero si estás en Los Ángeles, no sé qué coño haces leyendo esta gilipollez en lugar de estar rodando una cinta de acción subida en unos buenos taconarros Manolo... Anda, qué te crees...si tú no tienes muchas perras en el Banco, amiga...¡ja! Estás como yo, recortada hasta los topes. Ya no sé qué más nos pueden recortar. A lo mejor un dedo (yo sigo peliculera, déjame, que ya se me pasará). Y se lo enviarán a mi padre en una cajita: a la atención de Manolo Ortega. Y pedirán un rescate. Pero igual mi padre no lo paga, porque como no soy Manolo y no seguiré la estirpe familiar, lo mismo le dará que me corten un dedo o que me corten la cabeza, como a María Antonieta (mira, Antonia, como la amiga de mi madre, la mujer de Manolo).
Menos mal que me lo tomo con alegría y buen hacer, porque, de lo contrario, estar plenamente rodeada de Manolos podría llegar a enloquecerme. Recuerdo aquella tarde, de niña a mujer, en que decía siempre en casa: papá, no sé por qué te llaman todos Manolo, con lo bien que suena Manuel. Pero el tiempo y una caña te acaba demostrando que tanto monta, monta tanto. Lo mismo da Manuel que Manolo, lo vas a oír hasta la saciedad y te lo vas a comer con patatas. Así es que llegó el momento de la emancipación familiar. Soy una mujer moderna, independiente y segura de mí misma. ¡Y tengo visita! Mi padre y su amigo. Mi madre y su amiga. Antonia y Manolo. ¡Si es que son como de la familia! Y aprovecho para que conozcan también a los vecinos. Mis vecinos de rellano: una pareja estupenda de cordobeses. ¿A que no sabes cómo se llaman? ¡¡ANTONIA Y MANOLO!! ¡Manda huevos con clara! Señor, ¿esto qué es? ¿Una señal de algo? No pretederás que pase por quirófano y me enchufe una pichula de esas para reconvertirme en un Manolo!!!!! ¡Ja! ¡Pues vas listo! A mí me encanta ser mujer, vete a hacer milagros a otra parte, y déjame con mi sexo femenino y mis tampax... Y noto como que me sulfuro soberanamente, y empiezo a delirar (aunque creo que llevo ya unas cuarenta líneas delirando), así es que voy a ir poniendo punto y aparte con esta de sobras conocida obra teatral de Oscar Wilde, que de haber nacido en este país, si ahora levantase la cabeza y me mirase a mí, YO, SU MUSA, me diría: “Estoy ideando una gran obra, La importancia de llamarse Ernesto. Inspírame para llevarla a cabo.” Y yo le contestaría: “¡Qué coño Ernesto! ¡Manolo, Oscar, Manolo!! La importancia de llamarse Manolo. ¡¡Que estamos en España, Wilde!!”
Pues ya he terminado.
Por cierto, se me ha olvidado ponerle música. ¡Qué despiste! Bueno, cualquier temilla de La Guardia.*
*La Guardia. Grupo de pop rock de los 80. Vocalista: MANOLO ESPAÑA.