Va listo Mariano Rajoy si cree que resolviendo los problemas económicos del país, y diciendo amén a las soluciones que propone Europa (o mejor dicho La Unión Europea de “Mercozy”, tal como se está viendo), va a solventar los problemas de España. La piel de toro no necesita tan sólo sanear las arcas públicas, establecer nuevos pactos sociales y recolocar a los, ahí es nada, cinco millones de parados (mayoritariamente venidos del ladrillo) en tareas nuevas como fabricar placas solares, cultivar productos ecológicos y preservar el medio ambiente. ¡Ojalá fuera tan sencillo! Esos objetivos precisarían de una buena gestión y de unos buenos tecnócratas, poco más, y en unos añitos saldríamos de la crisis de rositas.
No será así, por mucho que nos empeñemos en ajustarnos el cinturón y pensar con la cabeza y no con otras partes del cuerpo menos recomendables para tal menester. Lo que necesita España es otra cosa, y coincide con lo que en este momento urge al mundo occidental en general: cambiar de rumbo y de valores. Nuestra idiosincrasia patria posee, sin embargo, rasgos propios que es preciso trocar en nuevos hábitos, pues ya hace demasiado que duran enquistados cual costra de roña en nuestro acontecer colectivo, y hace también ya demasiado que cual palos en la ruedas actúan en menoscabo de la construcción de un país mejor, más democrático y menos cafre.
Ejemplos de desidia, mal hacer y abusos de toda índole campan por sus respetos en nuestro territorio desde tiempos inmemoriales. Siquiera nos queda el consuelo de que cuenten con el reproche de la comunidad pues, muy al contrario, gozan inexplicablemente del aplauso general. Desde siempre, el españolito ha estado orgulloso de su cazurrismo y se ha ufanado en ser un obtuso de tomo y lomo. ¿Acaso no nos reíamos con las comedias de Paco Martínez Soria (el pueblerino con boina recién llegado a la gran urbe) o con las películas de Alfredo Landa (el pobre diablo deslumbrado por las suecas en biquini)? Entretenimiento aparte, no deja de ser una mala señal, que contrasta peligrosamente con otros rincones donde los héroes locales son los cuatro mosqueteros o los caballeros de la tabla del Rey Arturo.
Ahora que España se escora peligrosamente hacia la derecha (como era lamentablemente de prever), es el momento de hablar claro, aunque eso signifique tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Señalar los grandes males, sin gazmoñería ni paternalismos baratos, quizás fuera una manera de empezar a atajar algunos rasgos patrios que a modo de gangrena purulenta y persistente nos está convirtiendo en una panda de cenutrios, destinados sin duda a seguir los pasos de los italianos que hasta ahora han votado para que les gobierne a un mafioso salido. Entre sus muchas meditaciones sobre el “problema de España”, sugería Ortega y Gasset (¡cuánto lo echamos de menos!), que lo que nos pasa a los españoles es que no sabemos lo que nos pasa…
Hechas estas reflexiones previas, se me ha ocurrido redactar un decálogo del buen españolito (o sea del peor españolito posible), que como no podía ser de otro modo pone los pelos de punta, pero que es fiel reflejo de la realidad que nos rodea y, por supuesto, retrato fidedigno de lo que de ningún modo tendría que perpetuarse si queremos llegar a ser una sociedad madura y desacomplejada. Ahí va el decálogo, pensado, claro está, para ofender y mucho a quienes se sientan aludidos.
1 GREGARISMO:
Gregario desde sus orígenes, el españolito ama las cosas que se hacen en grupo: jalear a su equipo de fútbol, atestar las playas en agosto, salir los sábados por la noche cuando todo está a petar o inundar las superficies comerciales en días señalados. En función de las modas, se apunta a un gimnasio, se pone un jersey de rombos o se pasa el día enganchado al Facebook. Todo le sirve, pues carece por completo de criterio. Y eso sí, si estás sola en un cine desierto, llega y se te sienta justo al lado: está visto que necesita calor humano.
2 VAGUERÍA:
El españolito trabaja porque no hay más remedio, pero si pudiera… Ay, si pudiera viajaría a islas paradisíacas y se pasaría el día ingiriendo caipiriñas entre mulatas buenorras. Ese parece ser su objetivo último a tenor de la televisión que consume, a tenor de la prensa rosa que consume y a tenor de la mucha lotería que compra. Y si algo le pirra, es salir un ratito del trabajo a tomarse un café o hacer unas compras. Está claro que en algunos países extranjeros, su vida laboral duraría apenas unas horas.
3 HIPOCRESÍA:
A todo país con los pies metidos en una religión castradora no le queda otra que explotar por algún lado. En España la hipocresía es un mal secular, hijo de la Inquisición y de tantas otras inquinas fratricidas. Por ejemplo, si les preguntaran a los habituales de las saunas gais cuáles son los ejemplares que las visitan y allí confraternizan, el retrato sería muy distinto del que muchos suponen: de todo hay en esos reinos de libertad sexual, hasta ejemplares padres de familia conservadora y tipos con alzacuellos. Acaso el español no se atreve a ser quien es porque lleva demasiado tiempo siendo un fingidor.
4 DESMEMORIA:
El españolito carece de memoria, inmediata y lejana. Lo que aconteció en su país hará unas décadas se le antoja tan remoto como la existencia de los dinosaurios. Mirar hacia atrás implica mirar hacia delante y él no quiere de ningún modo perderse el día a día en que está sumido. Carpe diem, se dice. Lo que importa son las juergas con los amigos, las barbacoas, los san juanes, los fines de año… Caso de poseer memoria histórica tendría que admitir barbaridades tales como una guerra civil, una dictadura eterna o el maniqueísmo latente que estas dejaron. Y eso sí que no, él ya tiene bastante con la hipoteca.
5 CHULERÍA:
El españolito es chulesco hasta el extremo, de ahí que tenga como referente al torero y no al pastor bucólico que en las églogas de Garcilaso tocaba la flauta. Le chifla circular a 180 km/h por carreteras y autopistas, pues su bólido bien lo merece, y llega a sus destinos a la velocidad de la luz creyéndose un Fernando Alonso. Ah, y los radares no le asustan (ya se ha ocupado de comprar un detector). Tampoco escucha las cifras de accidentes de circulación que ofrecen los telediarios, ni ha visitado jamás la sección de traumatología de un hospital. Él vive ajeno a esas minucias y si un policía un día lo para, pues va y lo insulta, que menudo es él para que venga un chulito a ponerle una multa.
6 ENVIDIA:
“¡Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes”, como dijo Cervantes. Deporte nacional por excelencia, mucho más extendido que la afición a dar patadas a un balón (o ver como las dan otros), la envidia no sólo se hereda sino que se cultiva. ¿Dónde se ha visto que un español se alegre del éxito ajeno o que felicite a un vecino que ha sido ascendido? La única alegría que un español se lleva en la vida es ver salir por la puerta a su enemigo metido en una caja. Todo lo demás es criticar a quien más tiene o a quien más puede, y criticar también a quien menos tiene, por seguir con la costumbre.
7 FRAUDE:
Aunque no haya leído El Lazarillo de Tormes, al españolito le va el trapicheo y la delincuencia desde que en el cole robaba canicas haciéndose el despistado. Por ello en España la corrupción está tan bien vista: se aplaude al mafioso y se mira mal al honrado, ese desgraciado que se deja la piel por cuatro duros. De otro modo resultarían inexplicables casos como el de Marbella, donde tanto el ya mítico Jesús Gil como el Sr. Roca hallaron un campo de cultivo más que abonado, o la explosión de chanchullos que parece inundar el País Valenciano o las Islas Baleares. Asimismo, el españolito tiene la costumbre de defraudar a la hacienda pública y se siente muy orgulloso de ello, de ahí que cuando llega junio se ufane de haber mentido más que nadie en la declaración de la renta. ¿Alguien se extraña de que no salgan los números?
8 MACHISMO:
Por encima de cualquier afición, en España reina el apego al machismo, cultivado con esmero y dedicación hasta alcanzar límites casi fuera del sentido común. El machismo del españolito está tan arraigado que aquí el índice de consumo de prostitución es el más elevado de Europa. También, si no fuera por la reciente dedicación de algunos colectivos, de la clase política y de cierta directora de cine que desde aquí aplaudo, el maltrato de género seguiría entendiéndose como una consecuencia lógica de las relaciones de pareja, como lo ha sido siempre. La prueba del algodón: que el país sigue supurando machismo es algo que queda demostrado cada vez que alguien denosta el feminismo. El día que eso no pase, ya no habrá machismo.
9 HOMOFOBIA:
Al españolito medio le gusta llamar maricones a sus amigos: “¡No seas mariconazo!”, exclama; o “Ven p’acá, maricón…”, al tiempo que le pega un abrazo y lo deja baldado. Su homofobia es sin duda producto de muchos siglos de oscurantismo y de una también opaca relación con el sexo, que lo ha pervertido hasta convertirlo en un obseso y un pajillero. En cuanto al lesbianismo, para él directamente no existe más que en su imaginación calenturienta. Claro que, ¿cómo puede un homófobo tener como principal fantasía sexual la coyunda entre dos señoritas? Ay, la contradicción…
10 GROSERIA:
Al español le gusta ser zafio, soez y chabacano. No van con él las finezas y cualquier hombre delicado (como por suerte los hay) se le antoja de la acera de enfrente. A él le gusta chorrear aceite por las comisuras cuando se come unas chuletas, hacerse lamparones en la camisa, beber con porrón y rascarse los huevos en público, cuanto más ostentosamente mejor. También hurgarse los dientes con un palillo o meterse el meñique en la oreja buscando petróleo. El pobre, en un concurso de elegancia y discreción, quedaría sin duda el último.
Como ven, el españolito medio es un hombre de entre 18 y 65 años, si fu no fa, con una pinta bastante hortera, a quien le gustan los coches, que no lee más que el Marca y toma cubatas en bares cutres a ser posible amenizados por señoritas de vida alegre. Lamentablemente las nuevas generaciones, ya nacidas en democracia, no parecen mucho más lúcidas que las de sus mayores: consumen prostitución al mismo ritmo que juegan a la PlayStation, se ponen hasta el culo de alcohol y drogas y sólo ansían cobrar del paro para seguir haciendo el vago. Así las cosas, la responsabilidad de la cara que muestra este país nuestro es de todos, claro, aunque como dice sabiamente Manuel Cruz, de unos más que de otros.