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ISSN 1989-4163

NUMERO 28 - DICIEMBRE 2011

Soñar Despierto

Francisco Mazo

                Celia, inocente esposa tentadora, vestía de un rojo sangriento, woman in red dirían en inglés. La tela del vestido, también  coqueta, se dejaba mecer por el viento untándose al cuerpo delineando toda la, de acuerdo a la teoría del presidente del Consejo de Obispos Católicos, inmoralidad potencial de sus increíbles formas; la bastilla del mismo, por arriba de las rodillas, enmarcaba parte del esplendor de las piernas perfectamente formadas, bronceadas, sugestivas de lo que había más arriba en el encuentro pernil. Los senos, cúpulas monumentales gaudianas, causaban desasosiego aún sin desearlos; el erotismo imperante en toda ella, por momentos se concentraba en la redondez de las protuberancias señaladas por la translucidez impúdica del tejido liviano, cómplice. Sacudiendo la negra cabellera de amazona y mostrando la blanca dentadura adornada por los carnosos y rojos labios semiabiertos, seductivamente y con firmeza pedía que la llevara al pueblo para abordar el autobús que la transportara luego a la capital, para una vez allí, comprar el sombrero con plumas de avestruz en el anuncio de Buen Hogar de mayo de 1985. Ese año, parecía, se habían casado, y haciendo cuentas, ya haría más de veinticinco años de estira y afloja en el seno familiar. Para Celia, el sombrero representaba un gesto de la civilización abandonada por seguir al marido a donde él la llevó. Para este Nicolás, representaba un “puto capricho, un intento perverso y muy cabrón de sólo estar chingando gente”. Ese fue el primer disgusto que tuvieron; ella decía que “no es el sombrero, déjame un gusto siquiera”, él le dijo que se iba a ver como una monja capuchina de hospicio y sin haber profesado, “esas pobres no tienen para dónde hacerse, no tienen alternativa, pero tú que quieres pagar por semejante desfiguración, ¡no me jodas!”, porque además, “el dinero no se encontraba tirado sobre las copas de los árboles; yo y nada más que yo tengo que trabajar muy fuerte para ganarlo”. Para ella ese argumento era pueril y completamente falto de validez. De todas maneras, a pesar de la “explicación”, se dio una enojada de grado 8 en las escala de Richter, esa fue causante de la primera huelga de trato carnal, clausurando el changarro para la entrada (y salida) por poco más de mes y medio, poco más y se le hubiera olvidado a Nicolás, fiel como no queda otro, el uso correcto del instrumento. Y ahora decía:

-Estoy harta de este maldito lugar. Estoy hasta el copete de hiervas, huevos, gallinas, vacas y cuanta cosa se te ocurre traer. Me ahoga el hastío de toda esta calma; aquí ni las almas del purgatorio se quedarían. Llévame a la terminal y déjate de darme pretextos -decía con insistencia porfiada.

-Comadre, el que en todo caso te llevaría soy yo, y como no se puede, o le haces caso a mi compadre o te vas sola…

No esperó a que el compadre chiquilicuatro, cara de gorrino, terminara su entrometida interpelación. Mirando al marido de tres cuartos y meneando las curvas de su cuerpo en un, en otra hora, candente vaivén de mecedora hawaiana, le dijo:

-¡Hasta éstas llegamos! ¡Mira nomás, sólo porque estoy aquí y lo escucho, me doy cuenta que es verdad! ¡Es el colmo! ¡Que sea el compadre Fidencio el que tenga que poner orden en tu propia casa! Pues pa’que de una vez te lo sepas: también me ordena en lo que tú, con eso, ni concomio me haces…

Cuando se creyó despierto y aunque amodorrado, el gran vikingo Nicolás sintió el dolor del coraje que le horadaba por debajo de la cintura y que nunca más se separaría de él, supuestamente acompañándolo hasta el día de su muerte tiempo después.

-Es el hígado, don Nicolá -le dijo el doctor Reséndiz Calvo esa mañana que Nico no aguantó más, y más a fuerzas que de ganas llegó al consultorio del matarife con título de especialista en cálculos hepáticos- lo tiene muy inflamado. ¿Ha ingerido licor últimamente?

-No…nunca tomo.

- Muy extraño… ¿Algún disgusto fuerte?

-Uno…durante el sueño…

-Bueno…eso pudo precipitar el dolor, pero de seguro ya hace tiempo que tiene el órgano dañado.

-Me desperté con el dolor encajado aquí mismo, doctor. Hasta pensé que se me había derramado la bilis.

-¿Qué soñó?

-Cosas sin importancia…un sueño no más. ¿Es grave?

-No le puedo decir sin hacer algunos estudios. Creo que tiene algo más grave que unos simples cálculos. Tendré que hacerle algunos análisis.

No se había equivocado el matancero (y no porque tocara en La Sonora Matancera) de pueblo: era el hígado actuando, o más bien, no actuando para cumplir su cometido y así, al parecer, poniendo en peligro la vida. El sueño había sido el aviso, como la personificación del pretexto, demasiado real para que no lo perjudicara. Con todo y el dolor aquél, intenso desde esa mañana que se había levantado y que casi lo tumbaba, aún así,  no dijo nada durante varios días, hasta esa mañana durante el almuerzo, frente al plato de frijoles refritos y queso fresco, y una machaca de venado, con una tasa de café expreso al lado (sin azúcar, como los machos).

-¿Y’ora tú que te traes tan callado?¾ preguntó Celia, propinándole una palmada en la espalda cuando se encontraba sentado a la mesa del comedor.

-Déjame comer en paz. No tengo deseos de hablar.

-Uy, uy , uy!, éste sí que se levantó con lo Nicolás Montero encima. Que esto no es nuevo, nunca hablas de todos modos. Bueno, con tu pan te lo comas.

-Tú hablas por los dos. Aunque sean puras pendejadas.

-¡Y de genio también!

-Hazme un té de tila con miel…

-Ya estás como nosotras las mujeres: cada mes te llega el cólico…¿No vas a San Miguel a vender las vacas?

-No sé…, no me siento bien. ¿Por qué tanta prisa de que me vaya?

-¿No te digo?… cada día te pones más achacoso y a la defensiva, ya ni yo.

-¿Te acuerdas cuándo dijo que venía mi compadre Fidencio?

-Está por venir, ¿no?…pues no sé…no me acuerdo… ¿Qué no te dijo a ti? ¡¿Qué te pasa?!

-Ayúdame…vamos a  la cama.

-No querrás que a estas horas…¿verdad?

-¡No jodas mujer! ¡Ayúdame!

De inmediato perdí el sentido. ¿Cómo fue posible que nunca me diera cuenta de lo que estaba sucediendo en mi propia casa? De día se entretenía con Fidencio y de noche, a veces conmigo; unas  veces estaba muy cansada y otras no me esperaba levantada, se dormía sin ni siquiera dejar el vaso de leche con pan de la cena. Ya los puedo ver... No tienen ni la menor pena en la conciencia. Bueno, que se quede para él solo, ahora que él la mantenga de todo, porque yo ya me jodí, ya sólo quedé pa’l entierro.

Nunca me gustó ver a mi mujer vestida de negro. Parece zopilote en vela…aunque sigue estando buena, cada día más buena. Nunca le di lo que se merecía. Pero ya no es hora de llorar mujer…, sí, es mejor de esta forma, así pueden ustedes seguir haciendo lo que quieran sin andarse cuidando de mí. ¡No puede ser que sean tan tacaños! ¡Mejor me hubieran traído flor de nube, mira nomás que flores, están más demacradas que yo! ¿Qué? ¿Se las regalaron? ¡Eso no puede ser comprado!… Ahora sí compadre Fidencio: hasta que se le cumplió el encargo a San Judas…También se le va  cumplir hacerle un chamaco a mi mujer; usted que tanto me preguntaba que para cuándo venía el primero. Nunca me di idea de la prisa que tenía: una vez embarazada mi mujer, ustedes no tenían porqué cuidarse de que la preñara, porque la gente se daría cuenta que no era mío…, ni de chiste, quien le manda ser costeño, ahí estaba la mera chingadera. Pero a cada milpa se le llega su tiempo, por lo pronto me tocó dejarle el camino libre. ¡¿ No pudieron traer otros cirios de cera legítima, menos apestosos?! ¡Con éstos la gente no va’guantar ni un rosario de cinco misterios, no digamos de los de quince, de los buenos! Díganle a doña Chona que no empiece con sus chillidos de rata en el momento de desvirgarla, luego la otra gente no quiere ni quedarse a velarlo a uno siquiera un rato, ¡que se vaya a chingar gente con sus gemidos a otro lado! ¡Denme un sepelio del que se hable por mucho tiempo en el pueblo! ¡Chingado, qué gusto tengo! ¿Qué me ve? ¡Ni que nunca me hubiera visto! ¿Soy o me parezco? ¡Claro de que no! No es verruga, es una cicatriz de un golpe que me saqué por andar de comedido. Ya no les den tanto café con alcohol, mira nomás como se están poniendo de tercos y borrachos aquéllos, no tardan en comenzar los cuentos de Pepito. ¿Ya se saben el de: La vergüenza la tiene así? Hacen bien en no sabérselo, está un poco colorado para este recinto mortuorio… ¡Bola de gorrones aprovechados!…, nada más saben que hay velorio y caen como si  de verdad lo sintieran al difunto. En vida ni el saludo me daban y ahora…hasta flores de cempasúchil me traen. Van a los velorios para apapachar a las viudas que no se hacen mucho del rogar, y a emborracharse a costa del difunto….y luego… ¡Tráiganme el mariachi, por favor!…Que me toquen El Rey… de perdida hubieran traído al ciego Melquiades pa’que por lo menos me tocara su guitarra desafinada…Miren nomás, uno aquí tirado y ustedes que ni caso hacen…¿Pos entonces a qué vinieron?… ¿Les gusta mi mujer?…Se jodieron, mi compadre Fidencio ya se la está abonando o embonando, o ambas cosas a la vez…¡Ay cabrón! ¡Qué chula es la muerte cuando se sabe gozar!…Ya no recen, cántenme   Volver, volver… ¡¿Otro rosario?! ¡Ni que por eso me fuera a salvar! ¡Pendejos!… ¿Pos qué creen que yo era tan malo de a de veras? ¡No me joda con tanto maquillaje, ya me dejó como puta de pueblo!…

-¡Fidencio! ¡Fidencio!…

-¿Cecilia?… ¿Qué pasó…?

-Voltéate porque además de roncar, estás hablando puras incoherencias y no me dejas dormir.

-¿Sólo para eso me despiertas?

-Tengo que trabajar mañana; ya ves, que hay que madrugar, por lo menos hazme el favor de dejarme dormir mis horas, ¿no?

-Ta’bien pues…Es que estaba soñando algo sobre mi compadre Nicolás…pero no se llamaba Nicolas…

-¿Y?

- Pos… algo así como que su mujer le ponía los cuernos…y él se moría de un dolor de puro coraje.

-Va a estar difícil…él no tiene mujer…bueno…no está casado.

-¿Si verdad?…

-¿Por qué te retuerces?

-Me llegó un dolor aquí por el hígado…y me duele bastante... Párate para que me hagas un té de tila o de borraja con miel…

 

 

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