El enamoramiento siempre es algo maravilloso. El que los lectores experimentamos de pronto hacia un autor, también. Reconozco que esta no será una reseña literaria al uso si comienzo proclamando mi enamoramiento rotundo y repentino hacia la obra de Jaume Cabré, a quien debo admitir que nunca había leído antes de atreverme con las más de 800 páginas de esta última obra suya. En cambio, creo que digo mucho más de la novela de lo que pueda explicar después al afirmar que tras terminarla tuve que correr a buscar obras anteriores del autor. Así, fueron cayendo Galceran, l'heroi de la guerra negra, La teranyina (La telaraña), Senyoria (Señoría), Les veus del Pamano (Las voces del Pamano), la obra teatral Pluja seca (Lluvia seca) y los dos libros ensayísticos sobre lectura y escritura titulados El sentit de la ficció. Itinerari privat y La matèria de l'esperit, estos tres últimos sólo disponibles en catalán. De modo que en menos de un mes he pasado de feliz ignorante a embelesada experta en la obra de este barcelonés nacido en 1947 cuyo universo literario me ha emocionado como pocas cosas de las que he leído. He sido tardía y algo miope, lo reconozco, porque Cabré es un autor muy valorado y con muchos lectores en Catalunya , además de aclamado en algunos de los países más lectores de Europa, como Alemania. Yo confieso: es la primera vez que me arrepiento de no atender a los gustos mayoritarios y los éxitos de venta.
De modo que, al hilo del itinerario narrado, me hallo en condiciones de afirmar que el poder, uno de los asuntos de esta novela, es también el tema que más interesa -o por lo menos aquel sobre el que más ha escrito- su autor. A pesar de que Cabré no se considera a sí mismo un escritor de tesis, y dice no comenzar jamás una novela a partir de una idea abstracta o una intención, aquí toda la trama se sustenta sobre una idea: la búsqueda de la naturaleza del mal. Una trama compleja, que recorre toda la historia europea del siglo XX, cargada de personajes, situaciones, emociones, coincidencias y hallazgos felices, que tiene dos puntos fuertes: la habilidad del autor para crear personajes y su facilidad para transmitir emociones a sus lectores.
Así, Yo confieso narra una doble trayectoria vital: la de Adrià, escritor, apasionado de las lenguas y la música, humanista un poco demodeé, quien en los últimos retazos de su vida decide ponerse en paz con su conciencia escribiendo una larga carta que es la novela; y la de un violín especial, nacido en el siglo XVII de una madera con su propia historia y heredado por varias manos que no lo poseyeron sino a las que poseyó, hasta llegar al padre del narrador y protagonista. En cada una de esas dos peripecias aparecerán personajes inolvidables, teatrales, histriónicos, profundamente emocionantes, hasta que todos coverjan en el final de un modo magistral.
Quienes ya hayan leído al autor sabrán que la música es una de sus pasiones confesas y otro de sus temas literarios. Para quienes no lo hayan hecho aún y gusten de esta ambientación, he aquí una buena noticia: la música es parte importante del argumento de varias de sus obras, como los cuentos de Viatge d'hivern (Viaje de invierno) o la novela L'ombra de l'eunuc (La sombra del eunuco). Y ocurre lo mismo con las reflexiones sobre la creación, su sentido y su sinsentido, que también son parte importante tanto de la última novela como de las anteriores. Es posible, pues, continuar viviendo en estas páginas más allá de ellas.
Alguien ha comparado esta novela a una catedral. Me parece una comparación acertada. Por un lado, tenemos aquí la gradilocuencia de la arquitectura, la ambición de las proporciones y el carácter casi épico de su realización. Por otra, también está el gusto por el detalle, la artesanía, la miniatura. La cuidadosa caracterización del habla de los diferentes actores, las coincidencias, el lenguaje, la recreación histórica, el humor fino, la documentación -se adivina- maniática... De modo que aquí no falta de nada: ni historia, ni estilo, ni verosimilitud, ni suspense, ni inteligencia, ni pasión. Esta novela es un goce en todos los sentidos.
En fin. A diferencia de otros afectados por el mal del amor, quien ama los libros puede compartir su pasión sin ser tildado de perverso. Eso es lo que hago, ni más ni menos: dejen de leer estas líneas y corran a la librería más próxima a buscar algo de Jaume Cabré. Mejor si pueden leerlo en catalán, aunque las traducciones al castellano son buenas y abundantes.
Y disculpen el tono imperioso y ligeramente febril. El amor, ya se sabe, es lo que tiene.