En estos días, después de varias semanas de encuentros y ferias –SILA, Liber y Frankfurt-, vuelvo a lo cotidiano, a lo que realmente me gusta y me relaja de esta profesión. Estoy con la corrección de las pruebas de la novela “Stoner” de un autor norteamericano del siglo pasado, John Williams. Es una de esas obras que te hacen amar esto de ser editor. He sentido con su primera lectura la intensidad de saberme atrapado por lo que las palabras vierten, por la historia y por cómo se sacude la narración cual dragón chino en una de esas fiestas populosas, arriba y abajo, siguiendo el ritmo de los acontecimientos, que en este caso es el relato de toda una vida.
Siempre he sido un apasionado de los narradores norteamericanos, desde Thoreau y Emerson y su trascendentalismo, pasando por Faulkner, Steinbeck, Dos Passos, siguiendo con Cheever, Calver,Roth, Morrison o Auster. Por ello, cuando leí en una entrevista de unas de las autoras actuales que me fascinan, la francesa Anna Gavalda, los elogios que vertía sobre la novela que nos ocupa y su intención de traducirla personalmente al francés, no paré hasta dar con ella y conseguir los derechos. Es curiosa la forma en que puedes llegar hasta una obra, las pistas que has de seguir y el rastreo hasta encontrarla, luego el regateo con agentes, cual mercader del gran bazar, para que un título determinado pase a engrosar tu catálogo. Es quizás una labor igual de apasionante que la degustación final de su lectura. Ese aroma que sueñas conseguir que se haga realidad en tu paladar literario cuando terminas de corregir la última página y la envías a la imprenta. La traducción ha corrido por cuenta de Antonio Díez que se mete por primera vez en una aventura como ésta y creo que ha sabido volcar al castellano lo que Williams quería transmitir en inglés.
Espero que todos los que se acerquen en su día a esta novela encuentren el disfrute y el valor literario que a mí me ha sacudido durante su lectura.