Mientras el freaky vive su momento álgido por excelencia y aumenta su presencia por kilómetro cuadrado, la Real Academia de la Lengua se niega a aceptar la versión castellana del término: friki o friqui, a gusto del escribiente. ¿Cómo llamar entonces a esos tiparracos y tiparracas que, suscitando a diestro y siniestro vergüenza ajena, se hacen con la simpatía del público menos preparado o, por decirlo más groseramente, de los lerdos?
La desaparición de cualquier atisbo de decoro, arrumbado en algún rincón de la decencia en hogares donde aún existe alguno de esos objetos rectangulares llamados libros, y la fagotización del buen gusto en pro de modalidades estéticas ajenas a cualquier concepción de la misma que no sea la moda latin king, la moda putón verbenero y la moda parezco un hortera de tomo y lomo y encima lo soy, han aupado hasta límites insospechados la "reputación" de esos candidatos a ser defenestrados por sus propias sombras.
La cosa esta que arde y el inminente riesgo general de descarrilamiento parece imparable. Cierto es que han pasado ya algunos añitos desde que la exuberante Cicciolina, actriz porno húngara, llegara al parlamento italiano, donde propugnaba la práctica sexual sin freno y la despenalización de las drogas. Y que al musculado Schwarzenegger está a punto de acabársele el chollo de ser gobernador de California. Y cierto es también que nuestra vecina Italia parece contar con un número mucho más elevado de lerdos entre sus votantes, lo que ha permitido que un sinvergüenza como Berlusconi, a quien a chulo no le gana nadie, haya llenado la política de azafatas televisivas ( velinas ) y señoritas de dudosa reputación (Vease el ensayo Papi. Un escándalo político -Duomo Ediciones-, traducido por quien esto firma). Si visitan algunos de los bellos rincones del país de Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel o Verdi, no se olviden de disfrutar de la impar experiencia que supone encender la televisión del hotel y ver y escuchar los debates parlamentarios, donde la cirugía plástica ha hecho estragos, que se asemejan bastante más a los muchos programas del corazón que aniquilan aquí día tras día la sensibilidad de los españoles de clase baja, antaño dignísimos trabajadores y hoy meras caricaturas de sí mismos.
Viendo que todo el monte sí es orégano, surgió hace relativamente poco la pregunta del año: "¿Votaría Ud. a Belén Esteban si se presentara a la presidencia del gobierno?", siendo la respuesta casi mayoritaria "Sí". ¡Para cortarse las venas! Aunque nada que extrañar después de tan educativos ejemplos como Jesús Gil, Julián Muñoz o los nuevos ricos engominados del caso Gürtel. Las recientes elecciones al parlamento catalán han llevado a la realidad tamaña pesadilla imaginaria, dándole ni más ni menos que 6.982 votos a la candidatura que contaba entre sus filas con Carmen de Mairena, popular travesti que fue en su día cantante de cuplés y que en fechas recientes fue acusado de proxenetismo, en concreto de alquilar habitaciones de su propia casa para la práctica de la prostitución. Por suerte dichos votos han sido insuficientes, cosa que no ha sucedido con el ex presidente del Barça, Joan Laporta, que ha dado el salto a la política aupado por 102.197 papeletas electorales, ahí es nada.
De la noche a la mañana, un señor famoso por jalear a millonarios imberbes que juegan a darle patadas a un balón y amigo de las copas y los saraos, se ha convertido en la séptima (!) fuerza política en el Parlamento de Cataluña. No sólo ocupará un asiento en dicha cámara, sino que además tendremos que escucharlo dar consejos económicos al partido en el gobierno cuando él mismo está a punto de ser acusado de estafa a gran escala, pues ha dejado el club de fútbol que regentaba cual si fuera un bar de alterne en números tan rojos que el grana del Ferrari que seguramente guarda en el garaje parecerá apagado.
Si Berlusconi manda en Italia (ojalá lo aparte la moción de censura), si Laporta se sienta en el Parlamento catalán, si Belén Esteban parece tener allanado el camino hacia la Moncloa, es que este mundo nuestro se ha vuelto loco loco loco, como decía la película, y que cualquier imbecilidad es posible. ¿Parlamentarios histriónicos gobernando el mundo? ¡Por favor, no! Y es que sí queremos ministros de cultura como Gilberto Gil, sí queremos voces libres como la de Labordeta, pero no Gadafis en versión hispana ni analfabetas funcionales hablando de política internacional o de conciertos autonómicos en materia de sanidad.