No solo hay que proteger las estatuas y bellas fuentes de las plazas, los edificios singulares, los teatros y otros edificios históricos de la locura de Putin. También hay que proteger los libros, los instrumentos musicales más valiosos, los manuscritos de valor incomparable. Neptuno y Amfitrite, antes en la céntrica plaza medieval de Rynok (ciudad de Lviv), han sido borrados de la vista de los pocos paseantes que estos días osan recorrer sus calles. En el patio de la Biblioteca Nacional de la calle Stefanika, hay obreros colocando sacos de arena en las ventanas de los pisos bajos. La biblioteca custodia parte del legado histórico y cultural de Lviv. Antiguamente fue un convento carmelita que, a día de hoy, trescientos años después, conserva entre sus baldas y anaqueles ocho millones de libros. Entre ellos, textos ucranianos, españoles, italianos, ingleses, polacos y alemanes, que reflejan que Ucrania siempre ha sido un cruce de caminos y culturas. Una Torá en pergamino, del siglo XVIII, es sólo uno de sus tesoros. Para una de las historiadoras que en él trabaja, la posibilidad de que todo quede convertido en cenizas bajo el fuego de los misiles de Putin es la más angustiosa de las pesadillas: “No habrá nada que transmitir a las próximas generaciones. Entre estas paredes hay 140.000 libros escritos a mano, el más antiguo es de la segunda mitad del siglo XI”.
En su despacho, el director de la Biblioteca, Vasyl Freshtei, redacta la lista de artículos que necesita para salvar la vida de los trabajadores de la biblioteca y, como no puede ser de otra manera, para salvar los libros. Busca benefactores, personas culturalmente sensibles. En su lista aparecen máscaras antigás, extintores de incendios, medidores portátiles de CO2, botiquines de primeros auxilios, pero también discos duros, carpetas de cartón y contenedores especiales para conservar obras de arte. El director ofrece su correo, stefanyklibrary@gmail.com, sabiendo que el tiempo juega en su contra y que una vez destruido tan valioso legado, no habrá vuelta atrás.
Me permito ahora reproducir un fragmento de las primeras páginas de “Autorretrato con isla”, mi primera novela publicada por Baile del Sol, que trata sobre la guerra de los Balcanes. Ya en ella queda recogido, en forma de carta, el horror de los custodios culturales del patrimonio escrito en la Biblioteca de Sarajevo:
“Durante esa larga, despejada noche, Sarajevo estuvo iluminado por el fuego del ayuntamiento. Toda la noche estuvieron volando y cayendo en barrios lejanos mariposas carbonizadas o ardientes y pegajosas. Eran papeles y libros, el tesoro de la Biblioteca Nacional y Universitaria de Bosnia- Herzegovina situada en el antiguo barrio sefardita. Por los callejones cercanos bajaban ríos de gente. La mitad de los habitantes del viejo Sarajevo, hambrientos e infelices, agotados tras el largo y cruel asedio, corrían indiferentes al peligro a salvar el alma y el espíritu de la ciudad… No se pudo hacer nada. Desde un cerro cercano, cientos de misiles de artillería serbia cayeron sobre el techo del antiguo edificio, y cuando las llamas alcanzaron la biblioteca, nadie pudo acercarse por el fuego imparable de metralletas y morteros. Cientos de miles de libros, colecciones enteras de diversas publicaciones, manuscritos, ediciones únicas, documentos irremplazables. Con el primer amanecer todo eso se perdió para siempre”.
Iván Lovrenovic, mayo de 1993.
Parece que la historia está condenada a repetirse.
Obra: Laura Makabresku