A mis buenos vecinos que forman parte del sentir franciscano
A medida que indago en los orígenes y pienso en los futuros, compruebo que los límites se estrechan con una claridad que a veces asusta y otras redime.
Uno sabe bien ya que es un chico de barrio al que las cosas le han ido a trastabilladas con algunos avances y muchas derrotas que encajo como buen fajador que sabe cuáles son las palabras príncipe de su diccionario.
Atisbar con muchas papeletas que no llegaremos a casi nada, que importamos poco es algo que está asumido. Que los sueños y esperanzas de las primeras décadas han caído en el horizonte de los días es una cuestión que observa desde este altozano recubierto de recuerdos y algunos cristales de alegría en su álbum mientras observa imparable el transcurso de la L.
He dicho antes que soy un tipo de barrio periférico y lo mantengo. Muchos de mis amigos viven en un pequeño espacio donde transcurrió nuestra infancia y adolescencia y jugábamos al fútbol en los descampaos, a las canicas, a la peonza, intercambiábamos cromos de los álbum, comprábamos tebeos y cómics y estábamos en la calle quemando horas dichosas sin fin jugando al churro, al tello, las peleas con los cachumbos y las guerras de ganchillos con las gomas que obteníamos como trofeos de los desechos de las fábricas de calzado o jugaba con Antonio al Monopoly en partidas interminables donde éramos hipotéticos y potentes constructores de sueños.
Miro las calles de mi barrio y el corazón se viste el traje de los recuerdos, de las vivencias diminutas como cuarzos, de las visiones aún presentes en un rincón del alma donde las personas principales permanecen a nuestro lado como fantasmas presentes y amados y no se han ido ni se marcharán en un tiempo sin límites en la ciudad del misterio.
Tantas y tantas cosas se acercan como si el ayer sea hoy en la memoria que las ventanas abren y un manantial corre entre los párpados hacia las colinas río abajo.
Recuerdo a mis vecinas a las Catalinas, a la Josefina, a mi Madre que se sentaban en la esquina del bar de Enrique para hablar de todo y de nada hasta que la noche echaba el candado del sueño cuando el laboreo dejaba paso al descanso dominical.
El otro día hablaba a las puertas del supermercado al que voy porque sé dónde están las cosas y hablé con mi vecina Amalia del grupo de Cáritas. Ha perdido en un golpe ingrato e imprevisto de la fortuna esquiva a su marido Dionisio mientras los dos caminaban por la Avenida. No sé cómo pude pero contuve los ríos que bajaban. Apreciaba verdaderamente a ese hombre que tanto y tanto sabía de fútbol y tanto me apreciaba. Mi amigo Emilio me dice que en mi mismo edificio se ha ido tras el Azul la Madre de nuestro común amigo Pepe Cuéllar, una buena señora que estaba recluida en su casa por el maldito Alzhéimer y su cuerpo esclavo a la cama.
La señora María recorre las calles de mi barrio con la vivencia siempre presente de sus hijos que han progresado mientras ella se ha quedado sola. Me dice con la humildad de los buenos que “hay que hacer piernas porque todo el día en la casa se cae encima”. La escucho con toda la atención que el corazón dispensa mientras la tarde cae entre los ángulos de los edificios y la fuente canta la canción de los tiempos idos.
Mercedes, la buena andaluza Mercedes, a quien tanto y tanto aprecio, siempre se para a platicar un ratico y cuenta con un temblor en la voz que ya hace este mes acuariano de enero que hace diez años que su Antonio, tan salao y divertido como ella, se fue de viaje y dejó de tomarse cada día el potaje de pastillas y que ella ya no está a sus 87 para correr detrás del nieto al cole. Le veo un continuo temblor de amor en la mirada. Ella, que silenciosa y bondadosamente ama, ha amado y amará hasta el final. Pegamos hebra mientras el mundo alrededor corre frenético, los coches buscan aparcamiento desesperados y las gentes van no sé dónde.
Observo desde mis galerías los fantasmas que caminan con nosotros, que visitan mis noches erizadas de preguntas, que pocos ven en estos tiempos de incertidumbres.
Habla un chico de barrio que ama y recuerda y el alma se colma de alegría y paz con lo que fue, es y será. En estos minutos de descuento aún hay tiempo para las cosas que han de venir para completar el álbum de las Gracias.