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ISSN 1989-4163

NUMERO 132 - ABRIL 2022

 

El Grasiero

Andrés Guilló

Mi nombre es Pilar, actualmente tengo sesenta años. Desde el día en que cumplí diez no he sido feliz.

En casa éramos cuatro hermanos, yo era la mayor. Nuestro hogar era un humilde caserón heredado de mis bisabuelos, una construcción de piedras de las que en verano son muy frías, pero en invierno mucho más. Mi padre era el chatarrero del pueblo, recogía casa por casa trastos viejos que ya no utilizaban, y con su venta en los rastros nos sacaba adelante. Recuerdo el sábado doce de octubre de 1961 como si fuera hoy. Era mi santo y mi décimo cumpleaños. Mi madrese sentó frente a nosotros junto la chimenea, colocó una tarta con sus velas en la mesa y celebramos mi día. Cuando terminamos el delicioso pastel, mamá como cada noche, se dispuso a narrarnos un cuento.

—Hijos míos os voy contar una historia que no conocéis, prestad mucha atención y no interrumpirme —dijo muy seria sin dejar de mirarnos.

—El Grasiero es un señor que en el silencio de la noche cuando empieza el invierno, va en busca de niños pobres, se los lleva dentro de un saco y en la mitad del bosque les saca la grasa, el hígado y el corazón para vendérselo a personas que nadie conoce. Con el dinero que le dan mantiene a su familia.

Recuerdo nuestras miradas asustadas, con las bocas medio abiertas escuchando a mi madre con un tono de voz amenazador. Mamá nos observaba y siguió hablando. 

—No quiero que penséis que el Grasiero es un hombre malo, si hace esto es para ayudar a las familias que no pueden dar de comer a sus hijos y evitarles el sufrimiento de verlos morir de hambre.

Cuando terminó de hablar nos dio un beso a cada uno y nos mandó a la cama. Nunca he sido feliz porque sigo sin entender por qué papá trabajaba hasta tan tarde por las noches y nunca se sentó con nosotros a escuchar los bonitos cuentos de mamá.

 

 

 


 

 

El grasiero

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
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