Este es el año de las paradojas. Sabíamos que la realidad imita a la ficción, pero lo que no sabíamos es que la realidad también imita a la ciencia-ficción. Ahora que lo sabemos, seguimos prefiriendo la ciencia-ficción frente a la ciencia real. Por eso no paramos de ver series cada vez más largas y distópicas en las plataformas que imitan a las salas de cine.
Este es el año de la inacción. Nadie fabrica nada, salvo FFP2, FFP3, gel hidroalcohólico y armarios de todos los tamaños.
Este es el año de las mezclas. Combinando lo real con lo “irreal” resulta lo surreal. Si lo irreal se fusiona con lo “real” llegamos a lo infrarreal. Y eso no es todo, lo Infrarreal sumado a lo suprarreal dan lo hiperreal. Ya lo dudaba el psicólogo Paul Watzlawick en inglés: How real is real, y en alemán: Wie wircklich ist die Wircklichkeit. El libro quedó traducido al castellano por “¿Es real la realidad?”, con lo cual la duda cuantitativa sobre los grados se tornaba duda metafísica. Yo estaba en desacuerdo con esta traducción. Sin embargo, este año me parece tan acertado el traductor como el autor.
Este es año de la revelación. Nunca se había enfrentado la humanidad a tan altas cuotas de desenmascaramiento. Se diría que estamos aprendiendo a relacionar lo cotidiano con lo apocalíptico, lo emocional con lo irracional y el discernimiento con las farragosas leyes del azar.
Este es el año de la confusión. Antes nos gustaba quedarnos con lo genuino, pero tras décadas de manipulación informativa se hizo imposible distinguir el original de la copia porque no te lo vendían con su sello de calidad. Los comunicadores empezaron a jugar con la comunicación instaurando aquel invento interesado que dio en llamarse “desinformación” justo allá por los años del auge informativo. A mayor proliferación de medios de comunicación de masas, más virulencia desinformativa. Hasta llegar a la aberración de las fake news que se transmiten como esporas por las redes sociales y los portales de noticias. El caso es que hemos pasado del gusto por lo verdadero a la dependencia de lo velado.
Pero los publicistas de todos los mundos se encuentran ahora en estado de hibernación doméstica y su metabolismo creativo ha descendido a niveles de vendedores de palanganas. Los periodistas no logran la velocidad de procesamiento necesaria para retransmitir la variabilidad de las noticias con su tergiversación incluida. Los tertulianos carecen en sus hogares de la verborrea que les insuflan las radios y las televisiones. Los políticos no estaban acostumbrados a la mascarilla, sino a la mascarada; por eso se les escapa a veces la verdad. Y eso nos inquieta. Porque hace tiempo que no nos gusta la verdad, y menos que nos la comuniquen quienes antes eran tan amables de fabricarnos una realidad bonita que imitaba a la ficción. Una realidad ajustable a las veleidades del consumidor. En este año feo, la verdad está en manos de comunicadores aficionados.
Watzlawick, el héroe a quien tuve la dicha de conocer en persona, nos dejó por escrito que la comunicación crea lo que llamamos realidad:
“La historia de la humanidad enseña que apenas hay otra idea más asesina y despótica que el delirio de una realidad “real” (entendiendo, naturalmente, por tal, la de la propia opinión), con todas las terribles consecuencias que se derivan con implacable rigor lógico de este delirante punto de partida. La capacidad de vivir con verdades relativas, con preguntas para las que no hay respuesta, con la sabiduría de no saber nada y con las paradójicas incertidumbres de la existencia, todo esto puede ser la esencia de la madurez humana y de la consiguiente tolerancia frente a los demás. Donde esa capacidad falta, nos entregaremos de nuevo, sin saberlo, al mundo del inquisidor general y viviremos la vida de rebaños, oscura e irresponsable, sólo de vez en cuando con la respiración aquejada por el humo acre de la hoguera de algún magnífico auto de fe o por el de las chimeneas de los hornos crematorios de algún campo de exterminio.”
El mundo se nos esté yendo de las manos porque no nos cabe en la cabeza su complejidad. Por eso la comunicación, en la era de la comunicación, debería volver a la sencillez, beneficio y contundencia del tam-tam. Deberíamos decirnos lo que vemos y aceptar que no vemos lo mismo porque no alcanzamos a ver más que pequeñas partes; que no veo lo que ves porque tu realidad es tu opinión y porque nuestras verdades son tan relativas y a la vez tan valiosas que dan ganas de reír, llorar y gritar en este pequeño planeta perdido en el gran misterio.
Queridos y queridas negacionistas, relativistas, fundamentalistas, fatalistas o conformistas, quizás sea éste el año de nuestra maduración. Eso implicaría convertirnos en guardianes de nuestras pepitas de verdad.